Ganado: cuatro toros de Domingo Hernández, el quinto como sobrero, y dos --tercero y cuarto-- de Garcigrande, hierros de la misma casa ganadera y encaste, aceptablemente presentados, pero bajos de raza y de poco juego.

Antonio Ferrera: estocada (ovación); y pinchazo y estocada (ovación tras un aviso).

Alvaro de la Calle: estocada (una oreja); y dos pinchazos y estocada (vuelta al ruedo).

Fernando Robleño: dos pinchazos y estocada que asoma (silencio); y siete pinchazos, estocada corta y descabello (silencio tras un aviso).

Plaza: Salamanca. La plaza registró algo más de media entrada en una tarde de temperatura y ambiente agradable.

Los toros condicionaron sobremanera el desarrollo del festejo. Por su poco contenido, escasa raza y ninguna transmisión. El segundo fue una de las pocas excepciones. Pero en cualquier caso un toro que no terminó de entregarse. Por eso tuvo todavía más mérito la actuación de Alvaro de la Calle, que terminó cortándole una oreja, el único trofeo de la tarde.

De la Calle tuvo por fin su oportunidad al entrar por la vía de la sustitución, ya que no pudo comparecer el lesionado Fandi. El salmantino se había ganado estar en los carteles por su triunfo del año pasado en una corrida de Miura, a la que cortó una oreja. Desde entonces apenas ha toreado, lo que le da todavía más importancia a su actuación de ayer. De la Calle estuvo seguro y muy firme, capaz y muy resuelto.

LA FAENA DEL TRIUNFO

La faena del triunfo la inició con una larga de rodillas en el tercio, a la que siguieron unos estimables lances a la verónica, galleo por chicuelinas para poner en suerte y quite por navarras. Y muleta en mano, desde las probaturas por arriba hasta la estocada final, todo muy oportuno.

De la Calle se fue acoplando poco a poco dándole su espacio y cruzándose lo suficiente. El conjunto de la faena fue más que meritorio. Al final los circulares y las alegrías de los adornos. Faltaba la estocada, y ahí se la jugó, entrando a matar o morir. En su situación, estuvo pero que muy bien.

Y quiso redondear la tarde con el quinto, instrumentando por dos veces largas cambiadas en el tercio, al toro devuelto y al sobrero que finalmente se lidió. Por cierto que el sobrero fue un regalo, con dos pitones de aquí te espero y toda la guasa del mundo. Toro que se frenó mucho, que se quedó corto. El hombre tiró de él en algún muletazo suelto, pero recorriendo mucha plaza, donde quiso el toro. La música, que no venía a cuento, le comprometió para insistir en una faena sin salida. Al final pasó apuros y todo para matarlo. Aun así dio una vuelta al ruedo muy aplaudida.

Ferrera pasó prácticamente de puntillas a pesar de lo mucho que se prodigó en sus dos toros, porque en ninguno nada resolvió. En los dos intervino con el capote y puso también banderillas, aunque nada del otro mundo. Su primero, noble, se vencía por el pitón izquierdo y no terminó de romper por el otro. Ferrera tampoco se metió con él lo suficiente.

El cuarto tuvo unas primeras arrancadas que hicieron concebir esperanzas de faena, aunque pronto se vino abajo el buen proyecto que había iniciado Ferrera toreando en dos series por la derecha despacito y con gusto. Por el izquierdo no hubo acople y a partir de ahí toro y faena, a menos.

El primero de Robleño, el toro más deslucido de la tarde, no tuvo un pase. Tardeando mucho y sin humillar, no hubo forma de meterle mano. Todo el esfuerzo del madrileño, que no fue poco, resultó baldío.

El sexto, en cambio, fue el que más y mejor se movió de la tarde, y aunque pegó cabezazos y a veces se desentendió de los engaños, fue muy toreable. Faltó que Robleño le hubiera bajado la mano, sometiéndole y llevándole toreado, circunstancias que no se dieron a lo largo de un largo e insulso trasteo.