Ganado: toros de La Dehesilla, tercero y sexto lidiados como sobreros, aceptables de presentación, nobles pero sin fuerzas.

Juan Serrano ´Finito de Córdoba´: bajonazo que asoma, pinchazo y seis descabellos (silencio); y tres pinchazos y tres descabellos (leves pitos).

Manuel Díaz ´El Cordobés´: dos pinchazos, estocada que hace guardia y descabello (silencio); y estocada caída (oreja).

Francisco Rivera Ordóñez: pinchazo, media estocada y dos descabellos (silencio); y estocada (una oreja).

Plaza: Granada. Tres cuartos de entrada en tarde calurosa.

Sólo dos orejas, una por cabeza El Cordobés y Rivera Ordóñez, en una plaza amable como Granada, ya dan idea de cómo resultó la corrida. Un espectáculo sin ningún relieve, en gran medida por el deslucido juego de los toros de La Dehesilla, un encierro con fondo de nobleza pero sin fuelle --dos incluso fueron devueltos por su invalidez manifiesta--, que determinó que o no tuvieran recorrido o que se pararan. Así es que nulo material ante el que tampoco los toreros estuvieron especialmente resueltos.

El primero de la tarde, corretón de salida y al que ni Finito ni su cuadrilla fueron capaces de recoger en los capotes, llegó a la muleta con escaso recorrido, noble pero con pocas fuerzas, así es que bajarle la mano era imposible y ligar las series, tarea complicada. Intentó el torero, no obstante, enseñarle el camino al animal, y avanzado el trasteo bien que lo consiguió. Tomó brío el toro y Finito, a media altura, lo cosió al trapo para llevarlo largo. Claro que apenas fueron seis muletazos antes de justificarse por la izquierda con unos ayudados y aquello, a pesar de salir el torero vencedor, supo a poco. Y menos aún cuando lo emborronó con la espada al dejarla en los sótanos del animal, un bajonazo infame.

Tampoco pudo Finito levantar su tarde en el cuarto, un toro noble, bonito de hechuras y con buen son en los primeros tercios al que quiso cuidar para la muleta, pero ni así. El animal se venía abajo al obligarlo y no tenía continuidad en la embestida, cuando no se quedaba corto. Empleó el torero su tiempo, pero a la postre todo resultó sin cuerpo en un querer y no poder por las dos partes. Y encima, el torero, otra vez pésimo con los aceros.

Si algún toro resultó más claro fue el segundo de la tarde, y sólo por un pitón, el derecho. Sin embargo, por aquí el animal se desplazó con cierta alegría y repetición y hubiera sido suficiente como para cuajar faena. Pero no encontró buena respuesta de El Cordobés, que compuso siempre la figura pero toreó muy despegado y sin llevárselo nunca para adentro. Todo muy limpio pero sin ajuste. Y como por el izquierdo se dejó enganchar y también manejó muy mal la espada, aquello quedó en nada.

La oreja, sin embargo, la cortó en el otro, un toro parado delante del que puso en escena su parafernalia de gestos y desplantes. Por el derecho, al hilo del pitón, tiró del animal dándose mucha fiesta, y por el izquierdo, con el toro hecho un marmolillo, cercanías y desplantes de rodillas. Y la plaza, aburrida, se le entregó, más aún al matar a la primera.

RIVERA Y LOS SOBREROS

Cuatro toros recibió Rivera, los dos inválidos titulares y sus correspondientes sustitutos, y ninguno sirvió. El primero que mató resultó aplomado y cuando entraba lo hacía cabeceando, así es que el torero anduvo por allí en una tarea imposible en la que tampoco él aportó soluciones. Y el sexto se defendía mucho cuando pasaba, que eran las menos de las veces, y el torero primero se entretuvo en pasarlo por alto y luego en un arrimón aparente cerrado con desplantes de rodillas que hicieron las delicias del público.

Un público, además, al que Rivera se había metido en el bolsillo cuando el toro titular se derrumbó al salir del caballo y ni él ni su cuadrilla hicieron nada por levantarlo. Cambió el presidente el tercio, arreció la bronca mientras la cuadrilla miraba desde las tablas el toro caído y, cuando se decidieron a banderillearlo, el presidente sacó el pañuelo verde. Así es que los tendidos agradecieron al torero el gesto en su favor y se volcaron con él hasta darle otra oreja, eso sí, después de una contundente estocada. De lo poco relevante que dejó la tarde.