Nosotros no alcanzamos a ver torear a Juan Molina Sánchez, el hermano de Lagartijo El Grande, porque el que fue llamado "rey de la brega" se "cortó el pelo" el 8 de agosto de 1900, la semana más tarde de acaecer la muerte del I Califa de la tauromaquia. Pero conocimos a Juan Molina y admiramos su figura venerable desde varios años antes de su muerte. Empezábamos entonces a emborronar cuartillas sobre temas taurinos y alguna vez, en pleno Campo de la Merced --que él cruzaba, invariablemente, todas las mañanas--, le abordamos para preguntarle su opinión acerca del toreo en general. Su contestación era siempre la misma. El no iba ya a los toros pero conocía bien el rumbo iniciado por la torería. "El torero --decía-- es el que tiene que mandar en la plaza. Hoy manda el toro y todos tan contentos. Y esto tiene una explicación bien sencilla: que ya no se estila el amor propio de mis tiempos..."

Juan Molina nació el 16 de enero de 1851 en el típico barrio cordobés del Matadero Viejo. De su matrimonio con una hermana del desventurado Manene nacieron seis hijos, dos hembras --Luisa y Josefa-- y cuatro varones --Francisco, Manuel, Rafael y Juan--, todos los cuales fueron toreros, pero de los que sólo alcanzó la alternativa Rafael Molina Martínez Lagartijo Chico, el fino torero malogrado, compañero de azares novilleriles de Rafael González Machaquito. Juan Molina entregó su alma a Dios el 15 de marzo de 1932. Ochenta y un años, de ellos treinta y dos dedicado a la profesión de subalterno del toreo, si contamos a partir de aquella novillada de aficionados en que tomó parte en la plaza de Córdoba en el año 1868.

Ahora, al disponemos a evocar la figura de aquel subalterno inolvidable, nos encontramos con unas líneas necrológicas dedicadas a su memoria, con ocasión de su fallecimiento, en la revista profesional catalana La fiesta brava . ¡Han pasado ya tantísimos años!

Pero lo importante es esto: que no ha habido un solo nombre que haya logrado nublar su fama de "rey de la brega". Y es que desde luego --volvemos a recordar las palabras de Juan Molina-- aparte de media docena de nombres que también destacaron como subalternos eficaces y banderilleros consumados, en la fiesta ha existido en los últimos años --y no vamos a hablar de los actuales-- crisis de lidiadores y el toro --cada vez menos toro-- se constituye en amo del redondel desde que sale por los chiqueros hasta que se entrega --más o menos dignamente muerto-- al arrastre de las mulillas.

EN CUADRILLAS DE FUSTE

Juan Molina Sánchez logró conquistar la fama como subalterno del toreo, puesto que intentó ser matador y su defecto de usar la mano zurda para montar el estoque le hizo desistir de tal empresa. Esto fue en el año 1869 y ya en 1871 figuró como subalterno a las órdenes de Bocanegra. Pero es curioso apuntar que su presentación en Madrid fue el 23 de julio de 1871 en la cuadrilla de José Machío. Alternó aquel día Machío con Lagartijo y Villaverde. Y Juan pareó de compañero con Villaviciosa el toro Bizcochero , negro de Mazpule, cuya muerte le cedió Lagartijo a Machío por ser la vez primera que con él toreaba.

Al fallecimiento de Juan Yust, aquel otro formidable subalterno de a pie, Juan Molina cubrió vacante en la cuadrilla de su hermano Rafael, junto al que acrecentó su fama de torero de "cabeza" --como se dice ahora--, es decir de facultades, de inteligencia y resistencia, que le hacían poderle a todos los toros con el capote en la mano.

A la retirada del Califa en 1893, Juan ingresó en la cuadrilla de Luis Mazzantini, en la que permaneció hasta el 1895. Después toreó a las órdenes de Rafael Guerra Guerrita hasta que éste se fue de los toros en 1899. Y por último, en el año 1900 actuó con Antonio de Dios Moreno Conejito en pocas corridas, puesto que, como ya indicamos al principio de este trabajo, a la semana de morir su hermano Rafael, Juan Molina --que había sido nombrado administrador testamentario de los bienes del célebre espada-- se retiró de la profesión, no precisamente por merma de facultades ni mucho menos de amor propio.

ADMIRACION Y RESPETO

Treinta y dos años vivió Juan Molina en Córdoba después de retirado. Paseó por sus calles y por sus plazas su figura atlética, musculosa. Los aficionados de su tiempo, al verle pasar decían entre respetuosos y admirativos: "!Ahí viene Juan! !Adiós, Juan Molina!".

Los jóvenes le contemplábamos también con admiración y con respeto. No en balde aquella figura venerable encarnaba toda una gloriosa época de la brega en los ruedos, que el tiempo no borraría jamás.

No hemos olvidado nunca la figura de Juan Molina. Me parece contemplarla en sus paseos matinales por las calles del barrio torero de la Merced. Muchas veces he pensado que aquel subalterno ejemplar merecía algún homenaje a su memoria. Sin embargo pocas plumas exaltadoras de figuras más o menos contrastadas le han dedicado unas líneas de recuerdo. Acaso sea porque estamos en una época en que los subalternos ya apenas cuentan para nada, en que su trabajo pasa desapercibido para la masa --y sólo es tenido en cuenta por contados aficionados-- y estamos hechos ya a la brevedad, al cumplimiento estricto de la misión e incluso al socorrido y vulgar salir del paso para no ensombrecer la labor del espada a quien se sirve.

Llevaba razón Juan Molina cuando nos decía hace muchos años: "Ya no se estila el amor propio de mis tiempos". Y es que no cabe duda de que los tiempos han cambiado. Para el toreo y para tantas otras cosas.