Un crimen en la niebla, en medio de un puerto de montaña entre Asturias y León, que sigue siendo un misterio desde hace más de 17 años. El asesinato de un solo disparo en la nuca, como si fuese una ejecución, de la joven Sheila Barrero, de 22 años, en la noche del 25 de enero de 2004, es una espina clavada que pone en solfa a todo un sistema judicial y que ha llevado a la desesperación a una familia sedienta de Justicia.

 El caso se ha sobreseído hasta en dos ocasiones, librando siempre al mismo sospechoso, un amigo de la propia Sheila al que apuntan las escasas, insidiosamente raquíticas pruebas obtenidas por la Guardia Civil. La acumulación de errores ha llevado finalmente a este caso a lo que parece un callejón sin salida.

 “Estamos desesperanzados porque son ya muchos años, y vivimos un luto que no acabamos de cerrar”, indica la hermana de Sheila, Mónica Barrero. La familia está preocupada además por otra cuestión: “Hay un tiempo legal para la prescripción y se está acabando. Eso va haciendo mella, te ahoga, te preguntas si pudiste hacer algo más”. La cuestión es que creen que la Fiscalía y los jueces podrían haber hecho algo más. Están tan decepcionados con la Fiscal Superior que van a presentar una queja contra ella ante la Fiscal General del Estado.

“Estamos desesperanzados porque son ya muchos años, y vivimos un luto que no acabamos de cerrar”, cuenta la hermana de Sheila

Hablar de Sheila Barrero es enfrascarse en un laberinto sin salida, el típico caso del que Netflix saca una serie de varias temporadas. Hay que ir 17 años atrás, tratar de corporeizar a una joven que con el paso del tiempo se ha ido lamentablemente desfigurando. Imposible hacer surgir su voz, sus gestos. Si algo resaltan de Sheila Barrero los que la conocían es que era una buena estudiante y una joven muy trabajadora, vitalista y deseosa de comerse el mundo. Había estudiado Turismo y trabajaba en una agencia de viajes de Gijón de lunes a viernes. Los fines de semana, a bordo del Peugeot 206 que le había comprado su padre, regresaba a su pueblo, Degaña, para estar cerca de la familia y completar su sueldo trabajando de camarera en el pub Joe Team de la próxima localidad leonesa de Villablino.

Placa de homenaje en el lugar del crimen. LNE

Un crimen a sangre fría

El sábado 24 de enero de 2004 había acudido a trabajar al pub como todos los fines de semana. A eso de la siete de la mañana del domingo, el local echó el cierre, pero la joven se fue a tomar una copa con sus compañeros de trabajo a un bar cercano, el Guei. Se demoró poco tiempo, porque estaba muy cansada. A eso de las ocho, la joven decidió regresar a Degaña, separada de Villablino por el puerto de Cerredo. Sus compañeros de trabajo la fueron escoltando con su coche hasta el cruce de Caboalles de Abajo, donde la joven se despidió de ellos y enfiló la subida del puerto.

Alguien hizo detenerse el coche de Sheila, cruzando su vehículo en mitad de la carretera

Fue en esa subida, a la altura del área recreativa del Alto de la Collada, cuando se produjo el crimen. Alguien (una persona, dos a lo sumo) hizo detenerse el coche de Sheila, cruzando su vehículo en mitad de la carretera, algo que fue observado por unos cazadores que pasaron un poco después por el lugar, sin imaginar lo que se estaba produciendo. Luego, quienquiera que detuviese al coche de Sheila, se subió al asiento de atrás del Peugeot 206 y una vez allí disparó un tiro en la nuca de la joven con una pistola del calibre 6,5.

La bala atravesó la cabeza de la joven, pero salió con tan poca fuerza que rebotó en la luna delantera del vehículo y cayó al suelo. Eran las ocho y media de la mañana. Un crimen a sangre fría, desapasionado, hay quien ha pensado incluso que profesional, por la limpieza con la que se ejecutó. La hermana de Sheila, Mónica Barrero, ha llegado a especular con que alguien amenazase a su hermana con una pistola por la espalda y se le escapase un disparo con unas consecuencias totalmente indeseadas.

A continuación, el homicida movió el cadáver al asiento del copiloto, sacó el Peugeot 206 de la carretera, lo aparcó en el área recreativa, volvió a colocar el cuerpo ya exánime en la plaza del conductor y se marchó a bordo de su propio vehículo. No hubo agresión sexual, ni ninguna otra violencia, a excepción del disparo. Incluso hay quien ha querido ver, como el criminólogo Vicente Garrido, que el cuerpo de la mujer fue tratado con el máximo respeto y delicadeza.

Lugar donde se encontró el cadáver de Sheila.

El cuerpo sería descubierto unas horas después, y comenzarían a producirse los errores que han hecho que este caso se estanque. La bala dejó unas lesiones tan imperceptibles a primera vista que el forense creyó inicialmente que se había tratado de un accidente de tráfico. Sería más tarde, sobre la mesa de autopsias cuando descubrió que la joven había muerto de un disparo. Eso ralentizó un tanto la acción de la Guardia Civil, que terminó encontrando, con un día de retraso, la bala que había matado a la joven.

Los agentes se fijaron en las personas que habían tenido contacto con ella el día anterior y realizaron la prueba de parafina a casi una decena de amigos, conocidos y familiares. Habían pasado ya 33 horas desde el crimen. Descubrieron que al menos tres de ellos habían disparado en los días previos, algo no tan raro en esta zona limítrofe entre Asturias y León, con una gran densidad boscosa y larga tradición cinegética. Pero en la mano derecha de uno de ellos, Borja Vidal, que en ese momento tenía 19 años, se hallaron “partículas a base de plomo, antimonio y bario, además de estaño”, que según la Guardia Civil tenían origen en la detonación de un fulminante similar al de la bala hallada en el coche.

“Con mucho menos se hubiese ido a juicio”, asegura Mónica Barrero, hermana de Sheila

Los agentes descubrieron además que Vidal y Sheila habían tenido una relación en el pasado. Según una de las hipótesis, el joven había reanudado su relación con una antigua novia y se sentía presionado por Sheila, que sí quería continuar con él. Además, en los asientos traseros del coche de Sheila se encontró una fibra textil adherida a una bufanda, que se concluyó que pertenecía a una chaqueta de Vidal. Con esos mimbres, los agentes procedieron a detener al joven, seis meses después del crimen, y lo presentaron ante el juez de Cangas del Narcea, Julio Martínez Zahonero.

“Con mucho menos se hubiese ido a juicio”, asegura Mónica Barrero. Sin embargo, algo se torció. El juez Zahonero terminó archivando el caso en octubre de 2007 al considerar que no había pruebas suficientes para procesar al único investigado. Los peritos señalaron que las partículas halladas en la mano de Borja Vidal podían deberse a una transferencia. Tampoco era tan extraño encontrar una partícula perteneciente a una prenda del joven, dado que, según declaró, había estado en el interior de ese coche. El dato clave, sin embargo, fue la declaración de los padres del sospechoso, quienes aseguraron que, el día del crimen, Borja había pasado la noche en casa. No era posible ir más allá. Este primer sobreseimiento fue un mazazo para la familia de Sheila Barrero, que, por lo menos, disponía de un creciente apoyo ciudadano, dado que la Justicia no acababa de dar con el culpable del crimen.

Borja Vidal llega a los Juzgados de Cangas del Narcea.

El caso volvió a reabrirse en 2015, con la llegada de una nueva jueza y ante la posibilidad de que un nuevo análisis de las pruebas encontradas por medio de los nuevos avances científicos pudiese aclarar el crimen.

Los peritos volvieron a reiterar que las pruebas físicas apuntaban a Borja Vidal

La Unidad Central Operativa de la Guardia Civil volvió a reevaluar el caso, interviniendo especialistas en perfiles, quienes apuntaron a la posibilidad de que Sheila Barrero y Borja Vidal tuviesen una relación secreta desconocida por todo el mundo. Los agentes aportaron el testimonio de una persona que aseguraba que los padres de Borja habían estado fuera de Villablino jugando al golf el fin de semana del crimen, de forma que no podían saber si su hijo había estado en casa esa noche. Los peritos volvieron a reiterar que las pruebas físicas apuntaban a Borja Vidal. No sirvió de nada. La Fiscalía estimó que no se habían aportado novedades respecto al año 2007 y que no podía plantear una acusación con tal escasez de pruebas. La jueza de Cangas del Narcea se vio obligada a sobreseer por segunda vez el caso, para desmayo de la familia.

“Alguien no quiere, hay voluntad férrea de que esto no llegue a juicio”, cree la hermana de Sheila, que asegura que van a presentar una queja contra la Fiscal Superior de Asturias, Esther Fernández, de quien asegura que trató a la familia “como a delincuentes” cuando se reunieron con ella. “Hay que hacer Justicia a Sheila, por todos los medios. La Fiscalía ha demostrado odio a la familia. Nos sentimos maltratados por ella, no está cumpliendo con su trabajo”, añade Mónica Barrero.

Casi 18 años después, el caso de Sheila Barrero sigue abierto, sin que se adivine por dónde puede avanzar para evitar que quede sin castigo.

Protesta por el cierre de la investigación.