18 de agosto del año 2000. Motril (Granada) está en fiestas. María Teresa Fernández, 18 años recién cumplidos, ha quedado con un chico al que está conociendo, Philip Hassan. Van a un concierto de Café Quijano. "No hace falta que me lleves hasta allí, papá". Ella se bajó del coche, a 200 metros de la parada del bus que la llevaría al concierto. Desde el semáforo, su padre la observa. Nadie, salvo su secuestrador, ha vuelto a ver a su hija.

María Teresa nunca se habría marchado. Lo saben sus padres y lo comprueba la policía. Su amigo Philip cuenta que ella no llegó al concierto. Los padres denuncian la desaparición, hay pegada de carteles, batidas.  Días, meses, años. 21 años después, tres más de los que la vieron nacer y crecer, sus padres, Antonio Fernández y Teresa Martín, siguen esperando respuestas.

El dolor aprieta. "Aprieta y ahoga". Quien habla es Teresa, madre de Mari Tere. Son 21 años de espera. "Ya solo pedimos llegar a saber dónde está nuestra hija. No ya quién lo hizo, sino dónde está. No tenemos fuerzas”.

Mari Tere, como la llaman los que la quieren, tendría ahora 39 años. En su casa su última imagen es de cuando tenía 18. Sus padres, gente humilde que se hizo una vida trabajando en Suiza, donde nació Mari Tere, necesitan llorarla sabiendo dónde está.

Durante todo este tiempo, a la agonía por la desaparición de su hija ellos han sufrido estafas, amenazas y hasta una agresión física: falsos videntes, pistas erróneas, mensajes anónimos. Han caído y se han levantado.

Mari Tere, 18 años viva, 21 años desaparecida

Mari Tere, 18 años viva, 21 años desaparecida José Luis Roca

La próxima vas a ser tú”

Diciembre de 2008. Teresa, madre, camina por Motril.  A su espalda oye la voz de un joven que le parece extranjero por el acento: “Como sigas buscando a María Teresa la próxima vas a ser tú”, le dice antes de atacarla. “Me cogió del cuello. Intentó ahogarme y me estampó contra una pared.  Me tiró al suelo. Por la espalda me estaba dando con un puño americano. Terminé llena de moratones y heridas. Me destrozó las costillas.  El médico me dijo que, si aprieta cinco segundos más, me rompe la tráquea”. Denunció en cuanto la soltó y pudo levantarse. “Llevaba un pantalón militar y unas botas militares, no vi más”. Nunca se supo quién era.

Luego llegaron los anónimos, cartas que recibían en su casa con recortes de letras. Antes hubo pistas falsas con falsas promesas. Siguiéndolas, buscando a su hija, Teresa y Antonio han visitado comunas hippies, clubs de alterne y bares de carretera. Muchas personas les aseguraban que allí estaba María Teresa. Recorrieron carreteras de Alicante y Valencia porque les dijeron que la joven estaba limpiando cristales en los semáforos en esa zona.

“Hemos sufrido miles de estafas. Venían a casa, y decían, ‘te digo dónde está tu hija si me das 25 mil pesetas… toma. Te digo… toma”, recuerda la madre. “La más gorda fue en la que pagamos 250.000 pesetas. Nos estafaron con un contrato y un abogado y la policía delante”, recuerda Teresa. “Vinieron a casa dos señores, uno americano y otro que traducía. Nos dijeron que nos daban una carta y que en esa carta estaba el sitio donde estaba Mari Tere. ¿Qué haces? Al principio dudamos. ¿Qué haces? Si le dices que se vaya y te queda de por vida que lo mismo…”. Aceptaron a medias.

 “Les dijimos, vamos a un abogado, firmamos un contrato como que en esta carta yo voy a encontrar a mi hija con los datos que tú me das. Cuando yo la encuentre te doy las otras 250.000 pesetas. Si no la encuentro, tú me lo devuelves”. Pasó el tiempo, recibieron las señas, “una carretera, con un camino de tierra, una casa, con un agujero… se reía de nosotros.  Antonio le pidió el dinero y él dijo que si no la habíamos encontrado que siguiéramos buscando”. En el juzgado les explicaron que aquello fue un incumplimiento de contrato y que había poco que hacer.

 

La última noche

Eran las nueve y media de la noche cuando Antonio y su hija, María Teresa, recorrían en coche las calles de Motril.  A doscientos metros de la parada de autobús, María Teresa se apea. Unas amigas suyas, montadas en un coche, recuerdan verla en la parada. Estaba allí, sola. Eran las 21:53 h. Mientras esperaba el autobús envió un mensaje a su novio en el que le decía: "puede que tarde, pero voy. Espérame".

La familia de Mari Tere siempre supo que era una desaparición inquietante, forzosa, que ella no estaba de fiesta. “Siempre había sido una niña muy responsable. Nunca se retrasaba. Una niña muy viva, muy alegre, cariñosa, besucona, confiada, muy… muy buena”. Por aquel entonces las denuncias por desaparición se interponían pasadas las 48 horas. Los padres consiguieron adelantarlo un poco.

En estos 21 años de búsqueda camioneros y pescadores han llevado (algunos aún llevan) la foto de Mari Tere por si encontraban algo en sus rutas. Han buscado su cuerpo en calas, en barrancos.  Se estuvieron haciendo batidas y rastreos, “los vecinos nos acompañaron años”, recuerda agradecida su madre. Nada ha permitido arrojar luz a un caso que se enquistó hace tiempo.

Sobreseído provisionalmente, pero vivo, abriéndose cada vez que se puede intentar algo nuevo, la investigación llena cuatro tomos. Más de 1.000 folios con más de un centenar de declaraciones tomadas por la Policía Nacional o la Guardia Civil en distintos puntos de España. Un nombre propio, el de Francisco Pérez Polo, inspector jefe de Policía Nacional en Motril, y responsable de la investigación desde hace 18 años. Aún sigue trabajando en el caso. Es su espina. Su motor. No olvida que cuando llegó a la comisaría,  Antonio y Teresa llevaban tres años buscando a su pequeña.

Dos momentos clave

Pese a que no dio resultados, hubo dos momentos que parecían hacer avanzar el caso. Uno llegaría cuando los perros de rastreo, de la unidad cinológica, regresaron de la playa de Motril con una plantilla. Era de la talla 41, la misma de la joven desaparecida. “Luego lo descartaron porque había llovido mucho y, además, estaba en una charca, la Charca Suárez, que hoy es zona protegida. Era su número de pie, pero no pudieron sacar nada”, explica la madre.

Otro giro llegaría con Tony King. Desde prisión, condenado por las muertes de Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes (ocurridas en 1999 y 2003), mandó una carta señalando a su amigo Robert Graham: “Dile que le haré pagar por lo que le hizo a la chica de Motril”. Los padres de María Teresa llegaron a entrevistarse con King en varias ocasiones en la cárcel. “Voy a ayudarte”, le dijo King a Teresa. Se le dio cierta credibilidad de inicio, pero se descartó. “A Graham lo volvieron a traer hace poco porque había algo ahí que no le cuadraba al inspector que lleva el caso, pero no salió nada. Tenemos mala suerte por todos lados”.

 

La hija en un cajón

Francisco Pérez Polo, el inspector de Motril, sigue investigando como el primer día. “Recientemente se ha releído de nuevo el sumario. Habló con nuevas personas, se desplazó por varios sitios, pero de momento no le ha dado resultados”. Agradecimiento eterno, el de los familiares de Mari Tere,  por esa constancia. “Me da pena porque le queda un año para jubilarse y no sé si llegará alguien que se implique tanto como él. Espero que no le den carpetazo, que no dejen a mi hija en un cajón”.

Los años pasan y pesan. María Teresa camina con ellos. No hay día que no la sientan. “Hemos solicitado que pongan un monolito en su memoria”. Teresa coge aire antes de terminar. “No apareció nada de ella. No tenemos nada más”.

Antonio reconstruye una y otra vez todo lo que ocurrió ese día. Ha recorrido con la mente millones de veces la calle en la que María Teresa se despidió. Su dolor no cesa. Sus nietos - tienen cuatro- sus hijas María Mercedes y María José, les arropan y cuidan, pero falta, 21 años ya, María Teresa. Toda una vida.