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El "suicidio lento" de Isabel, víctima de violencia machista durante 15 años: "Me bebía casi 10 litros de alcohol al día para olvidar el maltrato"
"A día de hoy soy una persona muy completa; pero hace cinco años era un cadáver, una persona muerta", asegura esta mujer de Murcia que padeció el machismo físico y psicológico: volver a trabajar a través de una empresa de inserción le ayudó a 'salvar' su vida
El infierno de Isabel Barqueros, víctima de violencia machista en Murcia: "Volver a trabajar me ayudó a salir de mi adicción al alcohol y de la violencia machista que sufrí durante 15 años" / Juan Carlos Caval
Adrián González
"Era madre soltera, tenía un hijo de 16 años y, con mi trabajo, tenía estabilidad financiera y familiar. Hasta que conocí a este hombre, que consiguió camelarme hasta el punto de que a los tres meses ya me había ido a vivir con él".
Ahí, sin saberlo aún, comenzó para Isabel un infierno diario que se extendió durante 15 años: un ciclo de violencia física y psicológica, aislamiento y manipulación que le llevó a llegar a beber casi 10 litros de alcohol al día antes de caer en coma para tratar de olvidar por lo que estaba pasando: "La violencia psicológica es la que más se queda, porque hace que incluso una persona fuerte y luchadora se sienta completamente destruida", alerta esta mujer murciana, víctima de la violencia de género.
Aparte de la ayuda psicológica y familiar, contar con un trabajo le ayudó a rehacer su vida y pudo recuperar su autonomía, estabilidad y autoestima.
-¿En qué momento empezó a ser víctima de violencia de género?
-Cuando un día llegó a casa y lo primero que hizo fue cogerme el móvil y estrellarlo contra la pared. Luego me enteré de que a eso lo llaman ‘luna de miel’ en el maltrato: al principio te dan un golpe o te hacen algo muy grave, y al minuto te dicen que han tenido un mal día, que lo perdones… y poco a poco la violencia se intensifica. Desde ese momento dejó claro que no quería que tuviera contacto con mi familia o mis amigos.
-Y de ahí vinieron los primeros golpes...
-Con cualquier contestación que no le gustaba me tiraba lo que tuviera a mano. Tengo una cicatriz en la oreja porque llegó a partírmela, y ante la gente que me preguntaba tenía que poner excusas de que me había caído... Pero la violencia psicológica es la que más afecta, porque hace que incluso una persona fuerte y luchadora como yo se sienta completamente destruida. Te cambia la percepción de ti misma y te convierte en alguien que depende completamente de él. La vergüenza de que mi familia viera hasta dónde llegaba también te obliga a ocultarlo.
-¿Y los problemas con el alcohol?
-Fue justo en los últimos años. Vivía aislada en el campo, en El Pedrusco, lejos de Alcantarilla y de la gente que podía verme. Nunca había bebido alcohol en exceso ni había caído en una adicción antes; pero a los 50 y tantos años caí en lo peor. Empecé con vino blanco y poco a poco la dependencia aumentó: la sensación de que me chillase y que me diese la risa y todo igual me gustó. Llegué a beber hasta casi 10 litros al día antes de caer en coma. No comía, mi cuerpo solo pedía alcohol para sobrevivir a la situación. Me encontraron tirada en mi casa y mi psiquiatra me dijo que había sido un «suicidio lento». Llegué a estar un mes ingresada en la Arrixaca. A día de hoy soy una persona muy completa; pero hace cinco años era un cadáver, una persona muerta.
"La escapada fue poco a poco porque me daba miedo: iba metiendo mis pertenencias y mi ropa en bolsas de basura para llevármelas"
-¿Cuándo decidió poner fin a la situación?
-Cuando, en unas Navidades, vino mi hijo de Noruega y me preguntó que qué quería de regalo. Yo le contesté: ‘Necesito que me ayudes a salir de aquí; quiero separarme y volver a Alcantarilla’. Me consiguió un piso enseguida. La escapada fue poco a poco porque me daba miedo: iba metiendo mis pertenencias y mi ropa en bolsas de basura para llevarlas al piso. Hasta que un día él me mandó un WhatsApp preguntándome a qué hora iba a llegar y yo le respondí que ya no iba a volver.
Isabel, de 57 años, ha podido rehacer su vida tras ser víctima de violencia machista y haber caído en el alcoholismo. / Juan Carlos Caval
-¿Qué ocurrió después?
-Ingresé en un centro de desintoxicación de mujeres, que era estricto, pero fue mi salvación. Estuve un año allí, incomunicada, pero me ayudó a desintoxicarme y a recuperar mi vida. Después, mi hijo me ayudó a reincorporarme a la vida laboral. Gracias a la psicóloga del centro, contacté con Salva, de la empresa de reinserción laboral ADI. Me ofreció trabajo en el sector de la limpieza, adaptándose a mis circunstancias, y eso fue un punto de inflexión. La empresa me respaldó, me animó y me permitió recuperar mi confianza. Aprendí que, aunque venía de un pasado muy difícil, podía demostrar mi valía y volver a sentirme útil.
"Esa facilidad de que te miren como persona y no como ‘la alcohólica’ o ‘la mujer que ya no vale para nada’ fue muy importante"
-Fue muy importante para usted poder encontrar un trabajo de esta forma...
-Las empresas de reinserción son increíbles: saben tu problema, te ayudan, te respaldan, te animan y, ante cualquier bajón emocional o dificultad que tengas, ahí están. Es muy importante, porque en cualquier otra empresa te encuentras solo; aquí te encuentran como persona. Esa facilidad de que te miren como persona y no como ‘la alcohólica’ o ‘la mujer de 50 y tantos años que ya no vale para nada’ fue muy importante. Allí, viniendo de donde venía y con mis problemas, quería demostrar mi esfuerzo y mi valía.
-¿Qué hacía exactamente?
-La empresa ADI colabora con la asociación Isol de Molina de Segura. Contaba con un centro de día donde va mucha gente a talleres, se les prepara y se busca su salida, incluso pisos tutelados. Yo me encargaba de los pisos: control, enseñar orden, limpieza, compras… Trabajábamos con personas con discapacidad y que necesitaban el contacto con gente que no sean psicólogos. Ellos confiaban más en ti de esta manera. Para mí, no te imaginas lo que significa que alguien te tienda la mano después de pasar por un proceso de separación y maltrato. Esa mano es vida.
-¿Y a día de hoy?
-Tras cuatro años así, el pasado mes de julio me fui a vivir con mi hijo a Suiza para ayudarle con su hijo pequeño. Lo que me pidió mi hijo hace dos o tres años yo no habría podido hacerlo si no hubiese trabajado de nuevo, porque todavía no tenía fuerza ni recorrido para creer en mí misma.
Isabel, sentada en un banco morado de un parque de Alcantarilla y que incluye un mensaje contra la violencia de género, este lunes. / Juan Carlos Caval