Entrevista
Victoria Sánchez-Bravo, hermana de uno de los últimos fusilados de la dictadura: "Los fascistas nunca se fueron y ahora han salido de debajo de las piedras"
Este sábado se cumplen cincuenta años del fusilamiento a manos del régimen de Franco de José Luis Sánchez-Bravo: "La última noche que pasé con él fue horrorosa"

Victoria Sánchez-Bravo, junto a la tumba de su hermano. / Israel Sánchez
Jaime Ferrán
El régimen de Franco ejecutó el 27 de septiembre de 1975 a José Luis Sánchez-Bravo en Hoyo de Manzanares (Madrid). Es uno de cinco últimos fusilados de la dictadura. A todos ellos los asesinaron ese día. Los restos del joven vigués (1954 – 1975) descansan en un cementerio de Murcia, puesto que su hermana se mudó ahí después de casarse. Victoria Sánchez-Bravo visitó ayer la tumba antes de participar en un homenaje a los cinco fusilados. Siempre defendió la inocencia de su hermano y el año pasado consiguió que se declarara nula la condena del antifascista. "Traté siempre de no tener rencor, pero sin dejar de buscar justicia", cuenta.
Su hermano ni siquiera estaba acusado de matar a nadie.
Fue el único de los cinco fusilados que no estaba acusado de ser autor material. Aquel proceso fue una farsa entera desde el principio hasta el final. Él estaba en Mazarrón cuando mataron al guardia civil. Se fue allí de viaje de novios porque hacía cuatro meses que se había casado. Sin embargo, le acusaron de ser el responsable del comando que mató a aquel teniente.
¿Por qué le perseguían?
Él estaba en Santiago de Compostela estudiando Ciencias Físicas y tuvo que dejarlo todo y escapar por tirar lo que llamaban propaganda subversiva, unos panfletos. Estuvo perdido durante casi dos años, hasta que lo pillaron en Madrid, justo después de volver de Mazarrón.
"José Luis tuvo que dejar la universidad y huir durante dos años por tirar propaganda subversiva"
El juicio estuvo plagado de irregularidades.
No tuvo un juicio, sino un consejo de guerra, aunque él no era militar. ¡Señor mío, si tan solo era un estudiante! Contra él ya se había dictado sentencia y nunca se pudo hacer nada. Querían darle un escarmiento. Hasta la misma hermana de Francisco Franco, Pilar Franco, me lo dijo.
¿Se vio con ella?
Cuando supe que iban a matar a mi hermano, me fui a Madrid y empecé a tocar todos los palos: escribí telegramas al rey Juan Carlos, que entonces era príncipe; me vi con el cardenal Tarancón; y también llamé a la puerta de la hermana de Franco. Me dijo que los militares estaban muy enfadados porque la izquierda se estaba sublevando demasiado. Hubo bufetes que rechazaron defender a mi hermano porque era un "caso perdido". Estaba claro que lo era. Cada vez que los abogados decían ‘con la venia’ les hacían callar y, a la segunda protesta, les echaban.
¿Se esperaba, entonces, la sentencia de muerte?
Siempre tuve esperanzas, por eso me moví tanto. Él tan solo tenía 21 años, uno menos que yo. Cuando escuché el veredicto, me puse a gritar:«¡Queréis matar a mi hermano!». Aquello me parecía un sueño, algo que no era realidad. Entonces se me acercó Billy el Niño y me sacó a la fuerza de la sala, detenida. En aquel momento me salvaron los periodistas y los observadores internacionales que estaban allí, ya que siguieron al vehículo en el que me metieron. Al ver que nos seguían, me preguntaron dónde me alojaba y me dejaron en el hotel. Podría haber acabado en la DGS (Dirección General de Seguridad), en la Puerta del Sol.
El policía Antonio González Pacheco, Billy el Niño, era conocido por sus torturas a presos.
A mi hermano lo torturó horriblemente. Cuando lo vi en la cárcel, tenía la cara totalmente desfigurada, los labios hinchados, un hematoma en el vientre y estuvo orinando sangre quince días.
Supongo que nunca olvidará aquella última noche con su hermano en la cárcel.
Horrorosa... No sé si me hubiera metido allí si llegan a decirme que era la última noche de mi hermano.
"Billy el Niño lo torturó: le dejó la cara desfigurada y orinando sangre quince días"
¿No lo sabía?
Era la primera vez que nos dejaban verle desde que lo detuvieron el 29 de agosto. No hacía ni un mes. Cuando mamá, mis dos hermanos pequeños y yo nos presentamos en la cárcel de Carabanchel, el abogado me dijo que los iban a matar en unas horas, dejándome encargada de decírselo a mi madre y a los otros dos condenados que había en esa prisión, ya que Ramón García Sanz no tenía prácticamente familia y la de José Humberto Baena a lo mejor no llegaba a tiempo. Por suerte, su padre sí que pudo despedirse de él. Me temblaban las piernas, la cabeza me daba vueltas...
Eran muy jóvenes. ¿Cómo recibió él la noticia?
Le dejamos espacio junto a su mujer, que estaba embarazada. Estuvo acariciándole toda la noche la barriga, haciéndole recomendaciones de cómo le gustaría que educara a su hijo... aunque luego nació una niña. Mi madre, mis hermanos y yo nos repartimos con los otros dos presos, que no tenían a nadie. Por cierto, me dijo Ramón que quería que lo enterraran con mi hermano, con su camarada. Lo pedí, pero no me dejaron porque no era mi familia. Inmediatamente después de que mataran a mi hermano, me lo traje para acá, para Murcia.
¿Se supera una noche así?
Fueron muchas noches. Después de aquello, mi madre sufrió lo que no está escrito y las consecuencias las hemos sufrido todos. Mis dos hermanos pequeños fallecieron también de las consecuencias que todo esto tuvo en sus vidas, aunque prefiero no hablar de ello. Nos vigilaban y controlaban porque se creían que estábamos metidos en política, cuando no era así.
"Sus últimas horas las pasó acariciándole la barriga a su mujer, que estaba embarazada"
¿Ha logrado perdonar en estos cincuenta años?
Nunca he tenido rencor, créame. Pienso que la gente que mató a mi hermano y los que le torturaron no estaban bien de la cabeza. El rencor hace daño a uno mismo. Lo que denuncio es que no hubo justicia. Hasta Billy el Niño recibió una condecoración. Lo que quiero ahora, después de la anulación de la sentencia de mi hermano, es un reconocimiento público y saber que lo que pasó mi familia no volverá a ocurrir.
¿España ya es otra?
Tuvieron que pasar 48 años largos y penosos hasta que pude ver que salió la Ley de Memoria Democrática, a la que estoy agradecida porque me ha dado la oportunidad de limpiar el nombre de mi hermano. Algo es algo. Sin embargo, la dejadez y desidia de tantos años antes ha dado lugar a que a lo que tenemos ahora. Los fascistas nunca se fueron, estaban ahí y ahora se están creciendo. Han salido de debajo de las piedras. Vamos para atrás, como los cangrejos.
¿Qué se puede hacer?
Contar lo que era el franquismo. Entonces, la Policía mataba. La Guardia Civil mataba. La gente joven tiene que saber lo que ha pasado aquí porque si no la historia se va a volver a repetir. Tengo nietos y no quiero que vuelva a pasar. Para eso, en los colegios se tiene que enseñar, que es algo que no se está haciendo.

Cinco ejecuciones a miembros del FRAP y de ETA
En septiembre de 1975 se dictaron once penas de muerte, las últimas de un régimen que estaba dando sus último coletazos, con el dictador Francisco Franco ya en cama. Al final, se indultaron a seis de ellos, pero José Luis Sánchez-Bravo no tuvo esa suerte. El consejo de guerra le condenó por su implicación en el atentado que costó la vida al guardia civil Antonio Pose Rodríguez el 16 de agosto de 1975 en un acto de terrorismo cometido por un comando del FRAP. En Barcelona fue ejecutado Juan Paredes Manot, Txiqui, de 21 años, y en Burgos, Ángel Otaegui, de 33. Ambos, pertenecientes a ETA. En Hoyo de Manzanares (Madrid), José Luis Sánchez Bravo, de 22 años, Ramón García Sanz, de 27, y José Humberto Baena Alonso, de 24, miembros del FRAP. Estas muertes levantaron una ola de protestas y condenas contra el Gobierno de España dentro y fuera del país, tanto a nivel oficial como popular.
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