Diario Córdoba

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ALPES EN BICI | CUADERNO DE MONTAÑA (7)

Col de Sampeyre (2.284 m.) & Col d’Agnello (2.744 m.), la emoción hay que buscarla

Tardo en deshacer el equipaje porque me da escalofrío dormir a semejante altura

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Col de Sampeyre (2.284 m.) & Col d’Agnello (2.744 m.), la emoción hay que buscarla José Juan Luque

A las siete de la mañana, mientras probaba los tres tipos de tarta en el refugio de Fauniera y recargaba por tercera vez el vaso de café, no intuía que ese día, 20 de julio de 2022, haría 91 kilómetros, 26 fotografías y 3.325 metros de desnivel positivo. Tantas fotos implican que la emoción se ha desbordado. Tanto desnivel, que el ansia me ha doblegado. Cuando sumo tantos kilómetros es porque pierdo la conciencia. Aquel miércoles todo se juntó, sin preverlo. No puedo planificar nada porque me estallaría la cabeza, y las piernas. Solo puedo fluir.

A las cinco dan pronóstico de lluvia. A las dos estoy debajo de una cascada, el agua golpeando fuerte sobre mi espalda. Si tengo un segundo de sol, lo voy a exprimir. A las doce corono el Col de Sampeyre, 2.284 metros, otra cima lunar, solitaria. Media hora antes me entretengo con Luca, un joven ganadero que deambula por la montaña transportando agua para sus animales. No es hablador, no recuerda su teléfono móvil, no podré enviarle los dos retratos que le hago, no volveré a saber de él. En un viaje voy perdiendo continuamente. Esa sensación dolorosa se queda ahí después de cada encuentro. 

A las diez y media charlo con Armando, sus últimos años en San Martino Superiore, una maleta ajada, una gorra, un pueblo en mitad del puerto donde no pasa nada. Hay un momento en la vida en el que solo puedes dar pequeños pasos. Tengo el día completo: paisaje, retratos, un puerto y el lago Castello para descansar, pero hay nubes y gente, y me imagino una tarde aburrida, vulgar, y me digo que la emoción hay que buscarla, y que no llegará tumbado en un lugar rodeado de estímulos artificiales. Miro el perfil del Col d’Agnello, los números asustan, los nueve kilómetros finales son terroríficos, estoy cansado del Col de Sampeyre, me tomo dos plátanos, varias bolitas de chocolate, zigzagueo, cada kilómetro viene escrito en la carretera, junto a la altura que vas consiguiendo, veo la velocidad en el reloj y me deprimo, cuatro kilómetros por hora, los 2.744 metros de la cima los siento demasiado lejos, dudo, no tengo claro si las nubes se van o vienen, no hay un solo ciclista ascendiendo, y eso me gusta, pero también me inquieta. Es un pulso a la montaña. No me quiero hacer ilusiones, no quiero decepcionarme si se frustra mi idea de dormir en lo más alto. 

"La gente sube, se hace la foto y baja, nadie se queda arriba. Me pregunto si alguien habrá dormido aquí alguna vez"

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A tres kilómetros veo a una pareja jugar a las cartas junto a su furgoneta. Quizá algún día yo esté así, cuando me harte de andar solo y de exponer al cuerpo a algo superior a mí. La cima me conquista. Unas rayas discontinuas cruzan la carretera y marcan la frontera entre Italia y Francia. Dos cabras montesas merodean la zona. Siete horas y 43 minutos de etapa.

Aún no deshago el equipaje porque en el fondo me da escalofrío dormir a semejante altura. Doy vueltas, el lugar está lleno de simbolismo, carteles de los dos países, banderas en el asfalto. La decisión acongoja. La duda le da valor. Ni siquiera hay un espacio resguardado, todo es intemperie, aire, un rayo brillante en la retina. La gente sube, se hace la foto y baja, nadie se queda. Me pregunto si alguna vez alguien habrá dormido aquí. Un grupo de franceses me regala una bolsa de frutos secos. Me hablan de un refugio a dos kilómetros, pero sé que no sería lo mismo, que se me quedaría pequeño, como me pasa con todo. Despliego el saco, hiervo espaguetis, me salen muy picantes, agarro la tienda con piedras. Deja de subir gente, me quedo solo, empieza a anochecer. No leo, no escribo, me siento con el cazo caliente en las rodillas, observando cómo me invade la oscuridad, que no llega a ser total, dejándome sentir el viento, la última luz, el sonido electrizante de la montaña pura, vacía, desnuda. Y yo poderoso, pequeño, feliz, apago el foco, pero no los ojos.

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