El 31 de diciembre íbamos al quiosco, comprábamos petardos, encendíamos bengalas, corríamos entre los pinos, hacíamos trampas con las uvas. Besábamos a mamá, a papá, a la tías. Nos acostábamos a las dos de la madrugada. Luego empezaron a darnos envidia los primos, que se iban de fiesta, y ya no queríamos chimenea, sino corbata, cotillones y un sello en la muñeca que permanecía días. Después nos cansamos de bailar y nos pareció muy moderno volar a una gran ciudad. Luego nos agobió la gente y ya buscábamos el pueblo. Y del pueblo al campo. Hoy es 31 de diciembre y no hay quioscos, no hay retratos de familia, ni siquiera una casa rural, solo la niebla densa y alguien que corre muy despacio por la playa de Garrucha.  

¿Y tú dónde quieres pasar fin de año?, me pregunta Tim. En una playa solitaria. ¿En serio? Pues yo le entiendo, se incorpora Marek. Son cuatro holandeses y un perro que viajan con dos furgonetas, una tienda y un colchón por la costa almeriense, carretera AL-7107. Malise ansía un sitio para bailar. Tim se zampa un bocadillo, mientras Robe prepara salmón para el desayuno. Son incapaces de decir a dónde van. En la cima de Cabo Cope, carretera RM-D20, una pareja mayor de alemanes toma el sol en unas tumbonas: una lata de cerveza, una botella de agua, el silencio. Estamos en el mejor punto. 

Cena de Nochevieja, en la playa de Puntas de Calnegre (Murcia). JOSÉ JUAN LUQUE

Carlos y su hija Inma son las últimas personas que veo en 2021. La niña corre por la playa junto a varios críos, que cuando atardece se van; la dejan sola y apenada, casi no se ve y hace frío, pero ella no se quiere meter en la casa. Ya no queda nadie, solo alguna autocaravana con bombillas de feria.

Tim, en una parada por las calas de Cuevas del Almanzora (Almería), el 31 de diciembre del 2021. JOSÉ JUAN LUQUE

Ahí está mi fin de año. No es la casa de mi tía, no es el tugurio de la juventud, no es Oporto, no es París, no es el valle del Jerte, es Puntas de Calnegre, como pudo ser cualquier lugar de Murcia, seis y cincuenta de la tarde, un árbol, una tienda de campaña, el Mediterráneo, la oscuridad, un puerto a lo lejos, las olas, me clavo varias piedras al andar descalzo. ¿Dónde pasas la última noche? Faltaba mi madre. ¿Intemperie o pensión? Le mando ubicación. Fantástico, apartado de la humanidad, ya me lo temía. Pero he montado la tienda. ¿A cuánto de la civilización? Hay unas casas no muy lejos, un hombre me ha dado agua. Qué bien, ya me dejas más tranquila. 

Amanecer en una playa cercana a Puntas de Calnegre (Murcia), el 1 de enero del 2022. JOSÉ JUAN LUQUE

Una videollamada que no sé si le sirve. Te quiero, pero me haces sufrir mucho. Una duda. ¿Habrá cena? No habrá uvas, no habrá fuegos, solo un libro y un cuaderno. Escribo y leo, leo mucho. Sopa con fideos. Sale vaho de mi boca mientras hierve el agua. No me parece triste la cena. Hay queso, hay nueces, hay anacardos crudos, aguacates y aceitunas, hay chocolate y me queda agua para una infusión. Ceno sentado en una piedra, observando la negrura del mar, apago el foco y me quedo iluminado solo por las estrellas. Hay amplitud y una siniestra pérdida de control. Sostengo el vaso caliente y camino al azar, lento, muy lento, con la sensación de llevar fin de año cada vez más lejos, a mi terreno, donde quiero estar. ¿Nunca se acaban las nuevas emociones? ¿Nunca me agoto de este afán por buscar? Será la primera vez que no sepa cuándo empieza el 1 de enero, que no escuche una campana, que no reciba un beso. Me gusta alejarme y luego volver. No voy a acabar el año a las doce, no necesito llegar ahí; me quedo en la página 97, una que dice «los obstáculos dan fuego a la pasión». Deben ser las once cuando se me cierran los ojos.