Me he acostado con una chica y he cenado tortilla de patatas. He leído con mi sobrina de doce meses y medio y me he reído cuando se ha tocado el pelo imitándome. Me he tapado con la manta del gato. He visto cómo llovía desde mi sofá. He desayunado café ecológico. Podría pasar dos semanas uniendo pequeños placeres y, sin embargo, empiezo a cargar las alforjas como nunca antes había hecho. «No es la mejor época para viajar», me dice un compañero del periódico en el vestuario de la piscina. No sé si lo dice por el frío o por el covid

La curiosidad me potencia, me propulsa, me lleva a los mayores descubrimientos. Escribo esto a tres kilómetros de la cima del puerto del León, sentado en una piedra del arcén, las hojas agitadas por el viento, hay nubarrones en los Montes de Málaga, y el mar dorado. Yo quería ver este mar, este Mediterráneo, yo quería ver qué pasaba si cogía la bici en invierno como si fuera verano, si echaba la tienda de campaña aunque helara. 

"Quería ver qué pasaba si salía de casa con una mentira"

Quería ver qué pasaba si salía de casa con una mentira. Mamá, ya tengo los alojamientos de todos los días vistos. Quería ver qué pasaba a partir de las seis de la tarde, sin techo, con toda la oscuridad y catorce horas por delante. Qué pasaba si me despojaba de mi única comodidad en invierno: la calidez del hostal tras una larga etapa. Si me gustaba, si me atrapaba, si era posible, si daba el paso, si me rendía. Quería ver hasta dónde podía llegar.  

Habitación del hostal Salamandra, en Cómpeta (Málaga), la noche del 27 de diciembre de 2021. JOSÉ JUAN LUQUE

No sé dónde voy a pasar fin de año, no sé si escucharé alguna campana, no recibiré ningún regalo en Reyes. Nunca he mezclado incertidumbre con frío. Hice algunos viajes en invierno, pero sabía el destino de cada día. Incluso tuve un compañero. Echo tres libros y cuatro carretes. Y un cuaderno de una librería de Málaga llamada Mapas y compañía. Mis mapas son seis folios con el nombre de algunos pueblos y varios teléfonos de emergencia. Mi primera compañía, Alfonso Román Muñoz. Tiene 62 años y un terreno cerca de Vélez-Málaga donde planta, medita y huye. «Me gusta muy poco la gente». Me da dos aguacates. «Con eso tienes para todo el día. Los que somos de campo nos vale comer cualquier cosa para tirar». Me enorgullece que me considere de campo. Me echa diez aguacates más en las alforjas. Y un puñado de naranjas.

"Quería ver qué pasaba si me despojaba de mi única comodidad del invierno: el calor del hostal tras una larga etapa"

Estreno sus aguacates a la entrada de Trapiche. No había hecho un picnic en esta época. El sitio no es bonito, al lado de una carretera autonómica, pero la primera vez siempre perdura, sea como sea. Enciendo el altavoz, suena León Benavente, lo apago. La música me estorba cuando estoy en el campo. 

Desayuno entre Cómpeta y Torrox (Málaga), el 28 de diciembre de 2021. JOSÉ JUAN LUQUE

La primera foto de este viaje ha sido a un cártel de «te quiero». No sé a quién va dirigido. No sé cuántos viajes de estos puede aguantar una pareja.

Entre Arenas y Corumbela hay miradores y me dan ganas de parar, echar la tienda y pasar la noche. Pero aún no tengo la cabeza lista. En el kilómetro 80 cambio la ruta porque un hombre asegura que la carretera de Cómpeta me va a gustar. La noche está encima. Paro. Saco el móvil. Miro alojamientos. Llamo al hostal Salamandra. ¿Una individual? 40 euros. ¿Me puedes bajar algo, que voy en bici? 38. Silencio. 33 sin desayuno. Me dicen que la bici no cabe en la habitación. La vecina escucha mi lamento, empatiza, me ofrece té, pero no soluciones. La subo por las escaleras, mancho de grasa la pared, la dejo entre la cama y el baño, 80 centímetros, altavoz, Rigoberta Bandini muy alto, hierve la ducha, cena en el bar Perico, escalope, un inglés borracho, una pareja de alemanes, uno del pueblo que intenta hablar con ellos, adolescentes juegan al parchís con el móvil, leo el periódico de hace cinco días, al tumbarme en la cama mis pies chocan con la rueda de la bicicleta.