José Macías se levantó el jueves y, como de costumbre, abrió el periódico con su café en el bar. Ahí leyó el caso de Jina y sus cinco hijas, afectadas de pobreza energética que publicó Levante-EMV, y no se lo pensó. Nada más leer la historia escribió un correo electrónico a este diario ofreciéndose para ayudar a una completa desconocida. Quería contactar con Jina para echarle una mano.

A las 17 de la tarde del miércoles este vecino del barrio de San Marcelino, en Valencia, y la madre migrante colombiana se reunieron en casa de la segunda en Paterna. Macías va a ayudar a Jina a pagar sus facturas por un tiempo, y además ha puesto su abogado a disposición de la familia para que les ayude a tramitar la Renta Valenciana de Inclusión.

De Macías sabemos que dirige una correduría de seguros en San Marcelino, pero en ningún momento de la entrevista dijo el nombre. No quiere publicidad porque le parecería "deshonesto". ¿Y por qué ayuda? Porque gana más dinero que la media y se lo puede permitir. Así de simple y así de raro para los tiempos que corren. "A mí me van bien las cosas y no voy a quitar de comer a mis hijos, ayudo porque siento que tengo que hacerlo y porque puedo. Me nace", explica. Macías asegura que "si cada uno que se lo puede permitir pusiera su granito de arena para ayudar las cosas cambiarían mucho".

Pero no es así. Dice que la gente de dinero no suele mover un dedo por el resto, y emplaza a quienes lean este reportaje y puedan permitírselo a hacer lo mismo que él. "No puedo solucionar el mundo, pero sí el mundo que tengo al lado", comenta.

Una mano amiga

Jina llegó hace dos años de Colombia con su marido y sus cuatro niñas de 9, 7, 5 y 3 años, y tuvo a su niña de 1 año y medio aquí. Mientras arreglan su situación administrativa solo pueden ingresar lo poco que ganan con trabajos en negro y precarios. Es decir, no ganan a penas dinero. Que José se haya acercado ha significado para ella "saber que no estamos solos". "Es muy duro llegar a un país de nuevas, donde no tienes a tu gente, no conoces a nadie y te sientes solo. Significa un montón que venga una persona así para ayudarnos", cuenta Jina.

Macías nunca ha formado parte de una ONG ni de asociaciones de caridad. No se fía. Quiere ser él quien gaste su dinero. "No es porque no me gusten estas organizaciones, todo lo contrario, pero quiero asegurarme de que mi dinero va de verdad a ayudar a la gente. Así que hago las cosas yo mismo", explica.

"Falta humanidad"

Dice que tenemos poca memoria, y que le tocan la fibra los niños. Que nos falta empatía. "A la gente le falta humanidad y capacidad para ponerse en el lugar de otros. Yo vengo de una familia de padres extremeños que migraron y solo sabían trabajar para sacar adelante a sus hijos. Nunca he pasado hambre, pero sé todo lo que les ha costado sacarnos a mí y a mis hermanos adelante. Y como yo seguro que hay muchos casos parecidos ¿Tan poca memoria tenemos? No entiendo que la gente que viene de ahí y ahora le va bien no ayude".

En San Marcelino las desigualdades se ven de cerca, y no es la primera vez que Macías echa una mano de forma desinteresada. Lleva muchos años haciendo. Ahora dice que la subida de la luz es "una aberración".

Entre marzo y junio pudo ver lo más crudo de la pandemia porque vive al lado de la iglesia del barrio, donde se concentró la beneficencia. Ahí también decidió ayudar a sus vecinas. "Veía que cada día entraban muchísimas personas, pero de esas había decenas que se volvían sin nada. Me acerqué y me dijeron que a la iglesia se le acababa la comida y no alcanzaba para todos. Así que me ofrecí a pagar de mi bolsillo la comida a 30 familias. Y lo hice. Al cura también le pareció raro (risas)".