Desde hace unos meses en las kilométricas playas de La Oliva, en Fuerteventura, abundan jóvenes equipados con potentes ordenadores y enormes tablas de surf. Puede parecer una combinación extraña. Pero no lo es. Son nómadas digitales, que aprovechan las buenas conexiones a internet que tiene este municipio canario -el 98% de su territorio está cubierto con fibra óptica- para transformar este idílico lugar de vacaciones en su oficina. Permanente o por unos meses. Eso da igual. Son nómadas, aunque muchos acaban por establecerse allí para siempre, dando por perdido el significado del término. Van con la oficina a cuestas. El Ayuntamiento de La Oliva ha visto en ellos un filón. Y la alcaldesa de esta localidad de 27.234 habitantes, Pilar González, quiere explotarlo y sacarle el máximo jugo posible. “Será bueno para la economía local, hará que los negocios de aquí mejoren”, explica un portavoz del consistorio.

El gobierno municipal inició hace unos meses una campaña para conseguir atraer a estos errantes nómadas digitales hacia sus volcánicas tierras. La operación está siendo todo un éxito. Y lo demuestra el hecho de que algunos establecimientos turísticos tradicionales de la zona han transformado su actividad para dar cobijo a estos nuevos habitantes. Ahora ofertan alojamientos más baratos y por más largas estancias. Incluso han adaptado sus habitaciones para hacerlas “más digitales”.

Pero como todo en la vida, este idilio de La Oliva con los nómadas digitales tiene un inicio. Fue allá por junio del año pasado cuando el Ayuntamiento comenzó a percibir que allí podía haber un negocio. “El 90% de nuestro PIB es turístico”, explica Alberto Álvarez Soto, portavoz del consistorio. Y, claro, durante la pandemia ese negocio se derrumbó. Pero cuando las restricciones empezaron a levantarse los establecimientos de este municipio comenzaron a percibir que los turistas que llegaban no eran como los de las campañas de otros años. Estos venían con portátiles, preguntaban antes de viajar por la conexión a internet y pedían estancias más largas. Mucho más.

“Los primeros fueron unos chavales que alquilaron una villa por un mes porque uno de ellos había estado hace años por aquí y conocía la zona”, señala Álvarez Soto. Trabajaban todos para una gran multinacional tecnológica con sede en Irlanda. Al final, aquel mes acabó transformándose en cuatro y ahora varios de ellos andan a la búsqueda de vivienda para comprar en la zona. El filón comienza a madurar y a dar frutos.

Y solo hay que pasear por las calles de esta localidad, dar una vuelta por las cafeterías y las playas para comprobar como el número de portátiles se ha multiplicado de forma exponencial en los últimos meses. Para intentar aprovechar el yacimiento, el Ayuntamiento ha lanzado varias campañas con el objetivo de atraer a estos profesionales. Hace no mucho, puso en marcha una campaña en las redes sociales titulada 'Practica FloWorking' en La Oliva, que fue todo un éxito. Ahora el consistorio trabaja para habilitar espacios de coworking (de trabajo compartido) para los habitantes que están por llegar.

A favor de La Oliva juega el buen tiempo, estable durante casi todo el año, las kilométricas y paradisíacas playas, así como que la incidencia del coronavirus ha estado, salvo algún pequeño susto, muy bien controlada durante estos últimos meses. Las únicas olas que se conocen en aquella costa son las del mar.

Los primeros pobladores nómadas fueron de forma mayoritariamente trabajadores de empresas tecnológicas, algunas muy grandes, pero también han establecido su oficina por aquellos parajes volcánicos empleados de multinacionales o de grandes consultoras, por ejemplo. Es curioso también, agrega Álvarez Soto, que algunas de estas compañías han realizado auditorías para medir cómo había evolucionado el rendimiento de estos trabajadores con el cambio de oficina. Los resultados fueron sorprendentes. A orillas del océano Atlántico los empleados rendían mucho mejor que en una oficina de Madrid, por muchas vistas que tuvieran desde su escritorio de la capital española. “Lo que queremos es aprovechar este potencial ahora que el teletrabajo está creciendo con fuerza”, señala el consistorio.

Es más, el siguiente paso que quiere dar el Ayuntamiento es el de mejorar la relación de estos nómadas con los negocios locales. Acercar los unos a los otros. “Queremos impulsar proyectos de cooperación empresarial, de ahí puedan salir cosas muy interesantes”, señalan. Por ejemplo, están convencidos de que estos nuevos habitantes pueden ayudar a muchos negocios locales a mejorar en aspectos claves como el de las ventas online.

Los promotores de esta campaña de atracción de nómadas y teletrabajadores también están comprobando que la experiencia engancha. Muchos de los que se deciden a dar el salto lo hacen primero de forma temporal y acaban por buscar prolongar de forma indefinida su estancia. Parafraseando al escritor Miguel de Unamuno, que estuvo desterrado en la isla por el régimen de Primo de Rivera, Álvarez Soto asegura que a Fuerteventura se viene llorando (porque sus paisajes áridos contrastan con, por ejemplo, el verde del norte de España) y se marcha llorando. Porque la experiencia engancha. Por eso muchos nómadas están dejando de serlo para acabar engrosando el padrón de La Oliva.