Es innegable que el impacto biológico de las grandes plagas no hace distingos entre ricos y pobres, pero no es menos cierto que siempre hubo clases y que eso no iba a dejar de suceder en tiempos del coronavirus. Según las oenegés, más de 168 millones de personas ya se encontraban en una situación de riesgo extremo antes de la irrupción de esta crisis sanitaria, que ha multiplicado exponencialmente la fragilidad de su existencia. Ni siquiera un escenario tan excepcional sirve de atenuante para que “millones de personas sin techo consigan cobijo o para posponer los bombardeos” que siguen siendo la realidad cotidiana en las zonas más calientes del plantea, como recuerda María Jesús Vega, portavoz en España del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

Sucede en Centroamérica, donde “la violencia y las amenazas de las maras continúan empujando a familias enteras a cruzar fronteras”, y en Idlib, al noroeste de Siria, “donde hay casi un millón de personas atrapadas en el fuego cruzado sin acceso regular a la ayuda humanitaria”, subraya Vega. Las consecuencias son tan asoladoras que las empiezan a sufrir países que ni siquiera han registrado contagios, como Sudán del Sur, que asiste impotente al cierre de fronteras, la cancelación de vuelos y la salida del personal sanitario, impidiendo que entre la ayuda que se requiere, destaca Paula San Pedro, responsable de Incidencia y contenidos en cambio climático de Oxfam Intermón. Países tan sumidos en la miseria, huérfanos de respuestas institucionales propias, que su mayor preocupación sigue siendo “sobrevivir a muchos otros retos como la guerra, el desempleo o los embistes del cambio climático”, destaca.

Mujeres del campo de refugiados de Moria, en Lesbos (Grecia), cosen máscaras contra la pandemia. / M. LAGOUTARIS (AFP)

Administrar la precariedad

La plaga se suma a una cadena de vulnerabilidad demasiado extensa. Y cuando la guerra ha dejado la mitad de los hospitales en ruinas y "el 80% de la población depende de la ayuda de cooperantes", como sucede en Yemen, o apenas hay dos respiradores para los 12 millones de sudaneses, la potencial llegada del virus “puede ser demoledora”, anticipa San Pedro. Entre las áreas marcados en rojo sobre el mapa, Vega destaca las inhumanas condiciones en los campos de refugiados griegos; la inestabilidad que irradia la crisis de Siria; el “casi millón de refugiados y apátridas rohingyas” que sufre el brutal azote de los Monzones en Bangladés, la situación en países de Latinoamérica como Colombia, y los 4,8 millones de refugiados y migrantes venezolanos obligados a huir de la inestabilidad de su país. También Mali, Burkina Fasso y Sudán, así como Etiopía y Uganda “que acogen a casi un millón de refugiados en sus territorios con muy escasos recursos”.

Por encima de territorios, hay tres factores esenciales para distinguir a los colectivos más desprotegidos ante el Covid-19: “Aquellos que sufren hacinamiento, un frágil sistema sanitario y la falta de acceso a agua y jabón”, expone San Pedro. Una situación más generalizada en el planeta de lo que pudiera parecer. “Nos recomiendan lavarnos las manos constantemente pero ¿cómo pueden hacerlo los refugiados a los que solo podemos suministrar 15 litros de agua para beber, cocinar, asearse y todo?”, incide Vega. A todo eso cabe sumar “la salud precaria de niños, embarazadas, ancianos y refugiados con discapacidad que han sobrevivido a las penurias de una guerra, sin vacunas, medicinas, malnutridos”, destaca la portavoz de ACNUR, para avanzar que la todavía incipiente irrupción del virus en estos entornos puede tener “consecuencias dramáticas”.

Un camión atestado de migrantes, en la ciudad india de Ahmedabad, tras anunciarse el confinamiento. / A. DAVE (REUTERS)

Efectos devastadores en el ámbito de la salud, en primera instancia, pero que alcanzarán muchas otras dimensiones. Como los más de 25 millones de empleos que se perderán, según la estimación de la Organización Internacional del Trabajo cuando la crisis aún no ha alcanzado su cénit. De ahí que ACNUR reclame a los estados que “permitan acceder a la seguridad a las personas más vulnerables y pedir asilo, con independencia de que se apliquen todos los protocolos sanitarios y cuarentenas necesarias”. Vega apela también a una red de solidaridad internacional y a una mayor implicación de los países más desarrollados al recordar que “el 85% de los refugiados están acogidos en países muy desfavorecidos o en vías de desarrollo”.

Niños sin refugio

Incluso dentro de la miseria y la desesperación cabe distinguir un grupo que merece especial atención: los niños. La UNESCO estima que el cierre masivo de centros educativos a causa de la pandemia afecta ya a más de 1.524 millones de menores, el 87% del total de matriculados, y es una dificultad insalvable para los muchos hogares que no disponen de los medios tecnológicos necesarios para mantener la formación en formato ‘on line’. La contingencia abarca, además, otros desafíos no menos importantes que el académico. “La escuela es para millones de niños un espacio sano y seguro y la alimentación que reciben allí es el principal sustento para muchos”, revela Mary Guin Delaney, asesora regional de UNESCO en América Latina y el Caribe.

Un inmigrante observa a un policía griego tras la valla del campamento de Kleidi, cerca de Promahonas. / S. MITROLIDIS (AFP)

Preocupa su presente y alarma su futuro si se perpetúa su alejamiento de los pupitres. ”El estrés, el hacinamiento y el hambre traen peligros como la violencia en el hogar y el deterioro en la salud física y mental”, subraya Guin Delaney. Se altera el orden de las prioridades, arrecian la inseguridad y la precariedad y no pocos menores que ya viven en el alambre existencial pueden verse arrastrados definitivamente a una vida lejos de las aulas, sometidos a la explotación laboral y a un futuro en el que sus sueños se disipen, quién sabe si para siempre.

No mucho mejor es la situación para millones de mujeres, “doblemente golpeadas” en cada crisis humanitaria, denuncia la representante de Oxfam, que recuerda que en estas situaciones “los patrones machistas se acentúan con terribles consecuencias para las víctimas de violencia doméstica”. Sin olvidar que "más del 70% del personal sanitario son mujeres" que ahora mismo están en la vanguardia de la respuesta de emergencia, con el agravante en muchos casos de no poder permitirse desatender sus quehaceres domésticos.

Una migrante, en una parada de buses de Bangkok, trata de protegerse del Covid-19 con una mascarilla. / P. KITTIWONGSAKUL

Carpetazo a la austeridad

Ante el titánico desafío que se presenta, Oxfam Intermón apela a la comunidad internacional para dar carpetazo a las medidas de austeridad que dejarían “a millones de personas atrapadas en la pobreza”, al tiempo que propugna un nuevo “pacto verde que ponga a los más vulnerables en el centro de las iniciativas de un crecimiento sostenible”. Impulsos que deberían financiarse con impuestos a las grandes empresas, eliminando los paraísos fiscales y aumentando la cooperación internacional para no “dejar a nadie atrás”, subraya San Pedro.

Entender, también, que esta crisis debería convertirse en un punto de inflexión, el de admitir el error de sentirnos “invulnerables”, sostiene Vega. “En un mundo globalizado --añade la portavoz de ACNUR en España--, el bienestar de todos, independientemente de su raza, estatus migratorio o credo, es nuestro propio bienestar".