En el 2016, la Comisión sobre el Marco Global de Riesgos de Salud para el Futuro (GHRF) pronosticó que el mundo se enfrentaría a cuatro pandemias o más en los próximos 100 años. En el 2018, la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó del próximo advenimiento de la enfermedad X, una patología causada por un virus todavía no identificado que podría provocar la siguiente gran epidemia. ¿Eran estos avisos una premonición de la actual crisis sanitaria global desencadenada por el coronavirus que causa la covid-19? "La comunidad científica lleva tiempo alertando de que algo así podía ocurrir. Solo faltaba saber cuándo y dónde. Y en el mercado de marisco de Wuhan se ha producido la tormenta perfecta. Una gran acumulación de animales vivos y muertos, domésticos y salvajes, en medio de muchas personas y con medidas higiénicas nada estrictas. Ahí ha ocurrido lo que todos sabíamos que podía ocurrir; un intercambio de material genético o un par de mutaciones han facilitado que un patógeno hasta ahora desconocido, el SARS-CoV-2, pudiera saltar al humano y transmitirse de una persona a otra", explica Adelaida Sarukhan, experta en virus emergentes y redactora científica en ISGlobal.

¿Estábamos, pues, alertados del peligro que podía acarrear este nuevo coronavirus? Sí y no. La conclusión de los informes científicos sobre las enfermedades del futuro no apunta a una alerta sobre el riesgo de un patógeno concreto, sino que lanzan un mensaje de precaución. Hay que estar preparados ante el eventual brote de una enfermedad. Porque, solo por estadística, se sabe que antes o después ocurrirá. Hace ya años que los diferentes paneles de expertos, tanto del GHRF como de la OMS, instan a reforzar la investigación científica sobre estos microorganismos. Consolidar los sistemas sanitarios. Preparar un colchón económico para una eventual crisis sanitaria global. Porque, de no ser así, el coste global de lidiar con una pandemia durante un año podría ascender a más de 40.000 millones de euros. A veces, las peores predicciones se cumplen. Y, visto lo visto, la pandemia ha llegado y nada estaba preparado. Ya lo advertía el último Índice Global de Seguridad Sanitaria (GHS), en el que se destacaba que la preparación internacional ante una eventual pandemia era muy débil, y así lo ha corroborado la realidad.

Las redes de vigilancia epidemiológica internacionales llevaban años vigilando el virus H5N1, una cepa de gripe aviar altamente patógena que, hasta ahora, era la favorita en todas las quinielas para la siguiente pandemia global. Imposible de predecir que, por cosas de la vida, el SARS-CoV-2 se le iba a adelantar. En este caso, el malvado protagonista de esta historia es el virus responsable de la enfermedad covid-19. Pero un microorganismo por sí solo no puede desencadenar una pandemia. Para que esto pase, los expertos remarcan que tienen que ocurrir 'una serie de catastróficas desdichas' en las que, por supuesto, los seres humanos y nuestro estilo de vida jugamos un gran papel. Es una cuestión de azar (o de mala suerte, según se mire) que empieza con un virus, un microorganismo que técnicamente no está ni vivo ni muerto, y acaba con gran parte de la humanidad confinada. Entre medias, una historia de mutaciones, saltos entre especies, selección natural y éxito evolutivo.

VIRUS, MUTACIONES Y MALA SUERTE

Empecemos, pues, esta historia por el principio. "Los virus son unos seres muy especiales. Si no están infectando a una célula, son materia inerte. No se autoreplican, ni se reproducen, ni pueden moverse de manera autónoma. Son una 'bola' de material genético envuelto en proteínas y, como mucho, grasa. Son organismos tremendamente sencillos y, aun así, muy eficaces", ilustra Miguel Ángel Martínez, experto en variabilidad genética y fenotípica de virus como el VIH y el VHC en IrsiCaixa. Y es justamente esta simplicidad lo que permite a estos patógenos mutar de forma tan sencilla. "Los seres humanos, desde que salimos de África hasta que llegamos a poblar el polo norte, hemos tardado miles de años en adaptarnos a nuevos entornos. Los virus, en cambio, lo tienen mucho más fácil. Solo necesitan 'un chasquido de dedos' para que, con un solo cambio químico muy elemental, muten para pasar de ser algo tontorrón e inocuo a algo virulento", añade. ¿Pero de qué depende este chasquido? Las mutaciones son procesos aleatorios. No son ni buenas ni malas. Ocurren porque sí, continuamente. Pero al final solo se mantienen las que logran que el virus prospere. Así funciona el proceso darwiniano de la evolución.

Pero, atención. La gran mayoría de los virus no suponen una amenaza para las personas. De hecho, vivimos rodeados de ellos sin que nos causen ningún problema. Se calcula que hay 10.000 veces más virus que personas en la Tierra. Más virus que estrellas en el universo. Algunos de estos habitan en los animales y es aquí donde empieza la segunda parte de la desafortunada historia de esta pandemia. La primera infección de un animal a un humano. "Para que un virus salte de un animal a una persona y esta primera infección acabe desencadenando una pandemia, como ha ocurrido con el coronavirus, tienen que "alinearse los astros" en el peor de los sentidos", explica Joaquim Segalés, investigador del IRTA-CReSA y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB).

La serie de catastróficas desdichas es la siguiente. El SARS-CoV-2 (o un virus muy similar) tuvo que estar lo suficientemente extendido entre los murciélagos (hipótesis más probable origen del virus, aunque no del todo confirmado) para que prosperara. Luego, por cosas de la vida, desarrolló unas mutaciones que le permitieron adaptarse a otro animal (que, hoy por hoy, no sabemos con certeza cuál fue, aunque las sospechas se centren en los pangolines). Es probable que en todo este proceso estuviera años deambulando tranquilamente por la naturaleza sin causar problemas a los animales y sin que nadie se percatara. Hasta que un humano (conocido en esta historia como el paciente 0) tuvo la mala suerte de entrar en contacto con un espécimen infectado. Y ahí se produjo la temida zoonosis; la transmisión de una enfermedad de un animal a un ser humano, proceso que actualmente genera el 70% de las enfermedades emergentes. "Si solo ese animal hubiera tenido menos carga vírica, o si la primera persona que contrajo el virus hubiera tenido un sistema inmune más robusto, o no hubiera tenido contacto con otras personas en un determinado período... puede que el primer contagio nunca hubiera ocurrido", argumenta.

EL PATÓGENO SE EXPANDE CON LA COLABORACIÓN HUMANA

Sea como sea, un fortuito encuentro entre un desconocido animal y un anónimo ciudadano dio lugar a la primera infección de SARS-CoV-2 que dio lugar a la enfermedad covid-19. ¿Qué pasó entonces para que de un caso en Wuhan pasáramos a miles en todo el mundo? El SARS-CoV-2 es un patógeno que se transmite de manera relativamente fácil. Solo necesita que las gotas respiratorias actúen de 'misiles' para pasar de un paciente infectado a otro. Hay una norma no escrita que dice que los virus que se contagian fácilmente también son los menos malignos. Básicamente porque, si el virus es listo, sabrá que necesita a su portador relativamente en forma para seguir viajando por el mundo. No ocurre lo mismo, pues, con patógenos como el ébola que, siendo más peligrosos, también se transmiten con menor facilidad.

Pero 'el bicho' de la covid-19 no es el único responsable de su expansión. Las pandemias, de hecho, dependen de factores biológicos y sociales. El comportamiento y la gravedad de la epidemia son causa, en gran parte, del comportamiento gente. Sí, la transmisibilidad del patógeno es importante. Pero lo es más la manera en que una sociedad actúa frente a este. Y a qué velocidad. Si las medidas de prevención y aislamiento social hubieran llegado antes, si los viajes intercontinentales hubieran frenado a la primera señal de alarma, si hubiera habido más conocimiento científico elemental sobre este tipo de patógenos Es posible que el resultado de esta crisis fuera muy diferente. En el pasado, el aislamiento geográfico natural ejercía de cordón sanitario para evitar que un brote puntual y localizado se expandiera por el mundo. Ahora, la rápida e incesante globalización ha eliminado estas barreras.

Pero estas cosas a veces ocurren. Y, por imprevisibles que puedan ser, no se salen de lo esperado. "Sabemos que cosas así pueden pasar. Por eso se pone tanto énfasis en la importancia de las medidas higiénicas y de salud pública. Aquí quizás lo tenemos más olvidado, pero en muchos países del tercer mundo siguen habiendo campañas para recordar que 'Lavarse las manos salva vidas'. Lo mismo la potabilización de las aguas. O las campañas de vacunación. Son mensajes que, como sociedad, casi habíamos olvidado y que ahora demuestran su importancia", recalca Víctor Jiménez Cid, catedrático de microbiología de la Universidad Complutense de Madrid y miembro de la Sociedad Española de Microbiología.

BROTES VERDES EN LA INVESTIGACIÓN Y EN LAS PANDEMIAS DEL FUTURO

Llegados a este punto de la historia, la buena noticia es que la ciencia ya está manos a la obra. Y no solo para esta pandemia. El conocimiento científico básico que se obtenga ahora también servirá para las pandemias del futuro. El día en que se descifre completamente cómo funciona este nuevo coronavirus a nivel molecular, esa información sentará las bases para entender futuros virus emergentes y, de paso, aclarar cuál es la mejor hoja de ruta para encontrar una cura. En el caso de la gripe estacional, por ejemplo, ya existen redes de vigilancia epidemiológica que vigilan su evolución a escala global y que aportan información específica para poder mitigar su afectación. Las vacunas de la gripe, de hecho, se elaboran en base a una estimación de cómo el virus habrá mutado ese año concreto y en esa zona concreta. Y con su aplicación, además de proteger a los colectivos más vulnerables a este tipo de infecciones, también se refuerza la inmunidad de grupo. Es decir, la protección colectiva ante un eventual brote.

"Ahora mismo, ante la actual pandemia de covid-19, la búsqueda de fármacos y vacunas está bien justificada, aunque es difícil que solucione esta crisis de manera inmediata. Necesitamos mucho conocimiento básico para saber cómo hacer frente a este tipo de situaciones de manera rápida. Por suerte, la comunidad científica está en ello, colaborando y compartiendo datos en abierto. Y eso es una buena noticia", explica Alfonso Valencia, profesor de ICREA y director del departamento de Ciencias de la Vida del Barcelona SuperComputing Center, uno de los centros que investigan cómo frenar la actual pandemia.

Al fin y al cabo, no sabemos si el covid-19 es la enfermedad X que pronosticaba la OMS. "Puede que sea la X, la Z o la Y. Eso da igual. Sabíamos que antes o después surgiría un patógeno desconocido y eso es exactamente lo que ha ocurrido. Y si algo podemos aprender del SARS-CoV-2 es que hay que estar preparados", zanja Sarukhan. "Cuando acabe todo esto no tenemos que pecar de hipocondría o de una excesiva fobia a los gérmenes o a las enfermedades que provocan", recuerda Cid. La respuesta, acuerdan prácticamente al unísono todos los expertos consultados en la elaboración de este reportaje, no es otra que la ciencia. Y ahora más que nunca ha quedado demostrada la importancia de apostar por el salvavidas de la investigación científica.