En 1968 las ansias de libertad, tolerancia e igualdad zarandearon las graníticas bases del establishmenten buena parte del mundo. No derrocaron el statu quo, pero sembraron una semilla de idealismo que redimensionó movimientos tan fundamentales como la defensa de los derechos civiles y el feminismo. Medio siglo y un año después, se agolpan protestas de multitudes en todo el planeta que parecen revivir ese espíritu de rebeldía e inconformismo contra un sistema que no da respuestas a sus necesidades. Y flota en el ambiente la incógnita de si, más que el broche de una década, el 2019 no acabe siendo el germen de un nuevo escenario internacional.

Manifestaciones contra las políticas económicas y la corrupción en Oriente Próximo, alegatos soberanistas en Hong Kong y Cataluña, protestas feministas en Sudamérica... El crisol del descontento social luce un muestrario tan heterogéneo e intenso en culturas tan dispares que evidencia la excepcionalidad del momento y la dificultad de parangonarlo con episodios como la caída del Muro y la ola de poder popular en los países asiáticos en los 90. «Coincide en la generación de expectativas. Ahora también se alumbra la salida de una crisis y se dirime cómo se reestructura el sistema capitalista, quién gana y quién pierde», destaca el antropólogo social Carles Feixa. Pero la transversalidad del fenómeno luce como una enmienda a la totalidad que trasciende el enfoque eminentemente político de entonces. «Ahora es mucho más abierto, menos circunscrito a esferas políticas. Supera ese sesgo ideológico y facilita la generalización de movimientos aparentemente desconectados y espontáneos», describe Anna Ayuso, investigadora para América Latina del think tank CIDOB.

Una generalización impensable sin internet y las redes sociales, instrumentos clave para articular las protestas, por más que sean, a su vez, un instrumento de propagación de fake news y de control a disposición de los poderes fácticos, así como una valiosa fuente de tráfico de datos sobre pautas de consumo y comportamientos en provecho de los imperios tecnológicos, la gran amenaza para la soberanía digital de los ciudadanos.

RÉPLICA SÍSMICA

Feixa advierte, no obstante, de que no se trata de una reacción completamente nueva. «Es una especie de réplica sísmica de las protestas globales del 2011 y el 2012, de la Primavera Árabe y el 15-M español, del Occupy de EEUU, del YoSoy132 mexicano», destaca el antropólogo. La periodista especializada en Asia Georgina Higueras busca respuestas incluso más atrás, en los años 80, cuando Ronald Reagan y Margaret Thatcher implantaron las bases «de un modelo neoliberal que implicaba una desregulación del mercado, la opacidad de la nueva ingeniería financiera y un paulatino deterioro de la clase media». También se remonta a años atrás Jesús Núñez Villaverde, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (Iecah), quien alude al «hartazgo acumulado durante demasiado tiempo». Núñez se detiene en el reverso de un modelo global, aquel que permite «saber qué pasa en cualquier parte del planeta en tiempo real».

Y entonces, en zonas deprimidas como Oriente Próximo, proliferan las demandas de una «vida digna». «Ven que en otros lugares se podrían desplazar libremente por el territorio y comer tres veces al día», detalla Núñez. Y la indignación engulle el miedo, incluso en estados con regímenes totalitarios y corruptos, donde los manifestantes se juegan la vida, como Argelia, Irán, Irak y Sudán. «En cada país hay un detonante particular, pero comparten causas estructurales, las de poblaciones que ya no esperan nada de sus dirigentes, a los que ven como corruptos e ineficientes. Deja de ser una protesta puntual porque suba el pan. Es un ¡basta ya!, la exigencia de un cambio radical». Así se explican situaciones como la de Irán, que vive la mayor revuelta ciudadana desde que se erigiera la República Islámica, en 1979, con cerca de un millar de muertos en pocas semanas. El origen, un incremento del 300% en el precio del combustible, galvanizó la ira contra la tiranía de los gobernantes.

EMPODERAMIENTO FEMINISTA

Muchas son las formas de dominio que subyugan a mayorías y prevalecen en todo el mundo. Como el azote secular del machismo en América Latina, que ha viralizado la protesta contra el acoso sexual con el himno El violador eres tú. «Se evidencia el mayor acceso a la educación de las mujeres. El conocimiento las empodera, se atreven a romper barreras de sumisión, a reivindicarse y a denunciar», explica Ayuso. La emulación es cuestión de tiempo. «Esto no es un #MeToo, una denuncia de estrellas de Hollywood. Es un movimiento que es fácil de visualizar y con el que se identifican mujeres de todo el planeta. ¿A quién de nosotras en Occidente no nos han intentado meter mano alguna vez?», expone.

Asimetrías de género que agravan la situación en la zona del mundo con mayor nivel de desigualdad socioeconómica. La endémica crisis argentina, el aumento de las tarifas del transporte en Chile, el proyecto de reforma laboral y de las pensiones en Colombia, entre otros, azuzan las llamas en la región y son la chispa que también prende en protestas en la otra punta del mundo, como los chalecos amarillos franceses. «Ni los esfuerzos de redistribución de la Marea Rosa de los ejecutivos progresistas alteraron las bases de un modelo en el que las élites mantienen los privilegios de la estructura colonial», dice Ayuso.

Herencias coloniales son también las que explican en parte el origen del conflicto en Hong Kong, donde el detonante del descontento social ha sido una ley proyectada por China que allana la extradición a Pekín de condenados por la justicia y que despierta el temor a un régimen bajo sospecha y a sus detenciones arbitrarias y juicios sin garantías procesales. Pero, a pesar de la suspensión de la norma, las protestas continuaron por la tremenda frustración latente. «Hay 10 personas que acumulan el 50% de la riqueza total, un encarecimiento brutal de la vivienda, condiciones laborales inadmisibles y una brecha creciente con el nivel de vida en la China continental», describe Higueras.

El temor al efecto contagio del cortocircuito hongkonés es el que ha llevado al Gobierno indio de Narendra Modi a emplearse con dureza contra la agitación por la polémica ley de ciudadanía, «excluyente con los migrantes musulmanes y que subleva a los cerca de 200 millones de personas de esta confesión» en el subcontinente asiático, detalla Higueras. Al viraje nacionalista del Gobierno de Modi y su política neoliberal se suma una dureza extrema para tratar de sofocar la revuelta ante el incumplimiento de las prometidas reformas para adecentar el aciago horizonte que aguarda a las nuevas generaciones.

EL ROL DE LA JUVENTUD

La juventud es precisamente el elemento omnipresente en toda esta sinfonía transnacional del descontento. «Son la vanguardia de las movilizaciones porque son los que más pagan la factura de la crisis. Sufren los recortes presupuestarios que limitan el acceso a la educación superior, el único ascensor social para muchos, y encajan unas condiciones laborales cada vez más precarias», destaca Feixa. El antropólogo señala a las clases dirigentes, acaparadas por los más veteranos y de corte netamente conservador, como Donald Trump, Matteo Salvini o Jair Bolsonaro, que «acaban excluyendo de la toma de decisiones de futuro a las generaciones a las que más les va a afectar». «Trump gana con el apoyo de la gente más mayor, la misma que saca adelante el brexit en Gran Bretaña. Y en Colombia los jóvenes apoyaban mayoritariamente el acuerdo de paz con las FARC», detalla Feixa.

De ahí la irrupción de líderes inusitadamente precoces, adolescentes en primera línea de batalla, que han asumido como gran prioridad dos movimientos transversales, dos grandes caballos de batalla que se han instalado en el ideario global de quienes heredarán la Tierra. El feminismo, que pasa al ataque ante la cosificación de la mujer y la proliferación de manadas en lugares tan dispares como la India y España. Y la urgente defensa del medio ambiente, cuya bandera enarbola Greta Thunberg, un icono juvenil, ante la exasperante falta de pactos entre gobiernos que atajen los efectos de la emergencia climática.

EL FUTURO

¿Y qué futuro les depara a esos jóvenes? ¿Cuál será el recorrido de este fenómeno de protestas globales? Núñez Villaverde considera que asistimos a «un momento de transición entre un orden quebrado e incapaz de responder a los actuales desafíos y un nuevo modelo que aún está pendiente de perfilarse».

Feixa va más allá y atisba un cambio factible a medio plazo atendiendo a dos posibles escenarios: «Una profunda renovación de la socialdemocracia que rompa con las reglas del juego del neoliberalismo o una corriente de ecologismo global que apueste por un modelo de desarrollo alternativo y más igualitario, tanto a nivel generacional como geográfico».