Hay muchos señores encorbatados por el Parlamento Europeo. En las entradas y salidas y en las puertas giratorias. Un funcionario lo confirma frente a un grupo de mujeres. Estas le han rechazado algunos comentarios como lo de que el partido griego Amanecer Dorado no es que parezca medio nazi. «Es nazi nazi». Pero en la cuestión de las corbatas le dan la razón.

La cita con el funcionario es una de las últimas actividades para las kellys, las que limpian las habitaciones de los hoteles, en su segundo asalto a Bruselas. Lo han hecho junto con dos abogadas de la CNT Marsella y dos inglesas del sindicato United Voices of the World. «En el NH Marseille las camareras de piso estuvieron seis meses de huelga», cuenta Hannah Davodeau, una de las francesas. Su presencia ahí, en cierto modo, ya es disruptiva por el hecho de ser un gran grupo de mujeres, mayoría de trabajadoras manuales, que visten de color verde estridente en un espacio de moqueta gris.

Para algunas, como Yolanda García, de 55 años y llegada de Benidorm, es su segunda vez. La primera fue en el 2017 cuando llevaron a esta institución su situación precaria. Vuelven ahora porque el problema sigue sin resolverse. Y vuelven, como dice la abogada Eulalia García de Laie Advocats, «con los deberes hechos». El colectivo ha redactado una propuesta de directiva que podría acabar con las subcontratas ilegales en Europa.

«Un hotel para funcionar necesita habitaciones limpias, sin camareras no hay habitaciones limpias. Las habitaciones son parte estructural. Por eso nuestra externalización es tan humillante», comenta Yolanda. El 67% de las camareras de piso, además, acaban con dolencias crónicas que hasta hace poco ni se reconocían como laborales. «¿En qué otra profesión se admite algo así?». Se responden ellas mismas: devaluación de los cuidados, trabajo feminizado.

ARRANCA LA ASAMBLEA / En la asamblea se empiezan a escuchar algunos de las reivindicaciones del colectivo. Se recuerdan los puntos fuertes que tendrán que exponer frente a los parlamentarios y la dirección general de Empleo de la Comisión.

-Esta directiva persigue el enriquecimiento injusto, esto le entra a todo el mundo en la cabeza, dice una.

-Cuando tú te vas a quejar sobre algo al jefe del hotel, te dice que no eres su empleada. Pero, ¿a quién te quejas? A veces las empresas son holdings, no sabes ni dónde están, ni su sede física.

-Y en el hotel no tienes derecho ni a representación sindical porque, al no ser de plantilla, te dicen que te busques tu propio sindicato. ¿Quién nos representa? La respuesta es ellas.

Entre punto y punto, se enzarzan a discutir sobre asuntos propios. Una recuerda que su hijo, que trabajó en Londres, le explicó los contratos cero, contratos que exigen al trabajador estar disponible 24 horas, pero no garantizan que el empleador le de trabajo. «¿Y la mochila austriaca?», suelta otra. Algunas no saben de qué habla. «Es la propuesta con la que la ministra Calviño pretende que sean los trabajadores quienes nos paguemos nuestro propio despido destinando parte de la nómina», se cabrea.

«Ser camarera de piso por 850 euros no está pagado», comenta Isabel Rodríguez, kelly con más de 30 años de experiencia en Barcelona. En su hotel todo el personal de limpieza de habitaciones es externo. «Pero hemos logrado mejoras». Antes fregaban el suelo de rodillas o llevaban a pulso la ropa. Consiguieron un carro, pero pesaba 90 kilos. Finalmente, lograron uno más ligero. «Gracias al sindicato».

«Buena parte de las kellys que ves aquí son las más favorecidas, las fijas, las que están en mejores condiciones», comenta la abogada. Las externas cobran de media un 40% menos. Las subcontratas conllevan más precariedad. «Si un día estás enferma o no acabas tus habitaciones a tiempo y te niegas a hacer más horas, te pueden sancionar y lo hacen», cuenta Amparo Pacheco, kelly de 50 años de Fuerteventura.

También quieren conciliar mejor. Algunas de ellas, con hijos ya mayores, se lamentan por no haber pasado más tiempo hablando con ellos. «Llegas tan reventada que solo te da para echarte al sofá», comentan. También están hartas de vivir pensando en el dinero. «A veces me he ido a cenar con mi familia y luego he estado pensando que por qué me habré gastado esos 30 euros. No es vida», dice Yolanda.

La visita en el Parlamento Europeo se hace a petición de Unidas-Podemos y Vania Arana, la portavoz de las Kellys en Barcelona, dice frente a los eurodiputados que esto «esto es esclavitud moderna». Idoia Villanueva, la eurodiputada por UP, propone crear un grupo de trabajo. Asegura que la situación es «insostenible». Esta primera vista pasa rápido, todas saben que la importante será la del día siguiente frente a la Comisión, quienes tienen realmente la iniciativa parlamentaria. «Mañana pueden dar señales de si están por la labor, o se andan con remilgos», comentan antes de irse a cenar.

Esa noche, las kellys, antes de los postres, crean una plataforma unitaria para sumar energías con sus compañeras de Francia y Reino Unido. En menos de dos horas ya tienen una cuenta de Twitter y un nombre: We end outsourcings (Nosotras acabamos con la externalización). «A guerreras no nos gana nadie», dicen. «Nosotras estamos tomando acción directa», cuenta Claudia Torvet, trabajadora afroboliviana afincada en el Reino Unido, y miembro de un sindicato de precarias con un 40% de población latina.

Al día siguiente, antes de arrancar, las kellys traban amistad con una camarera migrante que trabaja en el hotel en el que ellas mismas se alojan. Aciertan: también ahí las camareras de piso son externas. Cobran 5 euros por habitación. Y así, ya indignadas, se van al parlamento.

EXCUSAS / Los miembros de la Comisión asisten nuevamente a las peticiones de las kellys. Les «garantizan que lo analizarán todo con interés», aunque advierten que la Comisión tiene «competencias limitadas». Primero, les derivan a las inspecciones de trabajo y a la regulación de los propios estados, a lo que las kellys contestan que las inspecciones de trabajo en España «son insuficientes» y que la ley, buen ejemplo son ellas, «se incumple sistemáticamente». Una técnica les sugiere que hagan un mapeo de los hoteles que hacen buenas prácticas, a lo que las kellys contestan que el mapeo ya está hecho y el sello de buenas prácticas preaprobado, por ejemplo, por el parlamento catalán. Si aún no se aplica es por falta de desarrollo. Un sello extendido de buenas prácticas quizás les hubiera ahorrado de alojarse en el hotel en el que están en Bruselas y que también precariza a sus colegas.

Los miembros de la Comisión les dicen que ahora mismo «están finalizando su mandato», a lo que las kellys les contestan que «no quieren excusas y que hace dos años también llegaron hasta ahí sin resultados».

Al terminar algunas se muestran más optimistas que otras. Pero todas tienen claro que no piensan acabar ahí. «Sea como sea lo vamos a conseguir con la presión popular». Ya están haciendo planes para viajar a Londres con su nuevo sindicato amigo. Ya quieren poner en marcha el grupo de trabajo. «Que todos lo sepan: esto no va solo de las kellys, esta directiva es contra todo el trabajo precario».