Los más pesimistas presagios se van cumpliendo con el paso de las horas. La factura del seísmo y el tsunami que asoló Indonesia el viernes ya alcanza los 832 muertos, desveló ayer la Agencia de Gestión de Desastres Naturales del país del sudeste asiático. La cifra supone el doble de la anunciada el sábado y es más que probable que los fallecidos se cuenten «por millares» en los próximos días porque hay zonas a las que no se ha podido acceder aún, advirtió el vicepresidente, Jusuf Kalla. El tsunami, con olas de hasta seis metros, barrió zonas enteras de la ciudad de Palu, capital de la provincia central de Sulawesi. También castigó la ciudad de Donggala. Los temores se concentran ahora en esta ciudad, a apenas 80 kilómetros del epicentro, ha alertado Jan Gelfand, responsable de la Cruz Roja en Indonesia. «No hemos oído aún ni una palabra desde Donggala y es extremadamente preocupante. Hay más de 300.000 personas viviendo ahí. Esto ya es una tragedia, pero podría ser mucho peor», declaró ayer. Los accesos y las comunicaciones han quedado cortadas por la caída de las líneas eléctricas y los equipos de rescate tienen problemas para llegar.

La mayor parte de las víctimas contabilizadas se concentran en Palu. Un vídeo grabado con un móvil desde un aparcamiento muestra el impacto de una ola gigante contra la costa y cómo barre todo lo que encuentra a su paso mientras los vecinos corren a la desesperada y piden ayuda a gritos. Viviendas, hospitales, centros comerciales, hoteles y puentes han quedado dañados. También una mezquita, atacada por el tsunami a la hora de los rezos vespertinos, cuando estaba abarrotada. «El tsunami arrastró coches, árboles, casas, golpeó todo lo que había en tierra», describe Sutopo Purwo Nugroho, portavoz de la agencia. El tsunami avanzó a mar abierto a velocidades de 800 kilómetros por hora antes de golpear la costa. Los hospitales apenas dan abasto con la continua llegada de víctimas y muchas son tratadas en camas al aire libre.