Fragmento de "Pensamiento ecológico" de Timothy Morton (Paidós, 2018).

Selección a cargo de Valenti

El pensamiento crítico

La crisis ecológica a la que nos enfrentamos es tan evidente que resulta fácil —para algunos, extraña o inquietantemente fácil— unir los puntos y comprobar que todo está interconectado. Eso es el «pensamiento ecológico». Cuanto más lo pensamos, tanto más se abre nuestro mundo.

Por lo general pensamos que la ecología tiene que ver con la ciencia o la política social. Como dijo el poeta Percy Shelley con respecto a los avances científicos: «Queremos tener la facultad creadora de imaginar lo que ya sabemos». La ecología parece vulgar, ordinaria. Tiene algo que ver con el calentamiento global, el reciclaje y la energía solar; algo que ver con las relaciones entre hombres y criaturas no humanas. A veces asociamos la ecología con fervientes creencias que suelen ser explícitamente religiosas: el Frente de Liberación Animal o Earth First!*En la medida en que aún no tenemos un mundo verdaderamente ecológico, la humanidad grita con voz verde.2 Pero ¿qué aspecto tendría una sociedad ecológica? ¿Qué pensaría una mente ecológica? ¿Qué tipo de arte le gustaría a una persona con conciencia ecológica? Esas preguntas tienen una cosa en común: el «pensamiento ecológico».

"Como demostró el éxito de Wall·E: batallón de limpieza, todo el ​mundo se pregunta eso: ¿qué es la conciencia ecológica?"

Timothy Morton

"Pensamiento ecológico" (Paidós, 2018)

Como demostró el éxito de Wall · E: batallón de limpieza, todo el ​mundo se pregunta eso: ¿qué es la conciencia ecológica? ¿Cómo volvemos a arrancar Spaceship Earth (la nave Tierra) con las piezas que tenemos a mano? ¿Cómo avanzamos partiendo de la melancolía de un planeta emponzoñado? Wall · E comienza en el futuro, dentro de varios siglos, con la deprimente escena de un pequeño robot compactador de basura apilando montañas de residuos humanos. Hay algún error en «su» software, algo que se manifiesta como un síndrome de Diógenes. Parece estar buscando alguna solución para la humanidad entre los cubos de Rubik, el vídeo de Hello, Dolly, y el diminuto brote que hay en una maceta. Wall · E nos muestra con alegría que el software «estropeado», el trastorno mental del pequeño robot, es el código viral que reinicia la Tierra: en este caso evolucionamos a partir de los memes, no de los genes. Sin embargo, su obsesión compulsiva, ¿no se parece mucho a una manifestación de tristeza (al menos desde nuestras butacas del cine, en cuanto espectadores de una destrucción futura), idéntica a nuestra situación actual? ¿Cómo empezamos? ¿Adónde nos dirigimos desde aquí? ¿Es el sonido de algo que nos llama desde el interior de la tristeza: el sonido del pensamiento ecológico?

El pensamiento ecológico es un virus que infecta las demás zonas de la mente (pero la ideología ambiental rehúye los virus y la virulencia). Este libro argumenta que la ecología no se limita solo al calentamiento global, el reciclaje y la energía solar, y tampoco tiene que ver solo con las relaciones cotidianas entre hombres y criaturas no humanas. Tiene que ver con el amor, la pérdida, la desesperación y la compasión. Tiene que ver con la depresión y la psicosis. Tiene que ver con el capitalismo y con lo que pudiera haber después del capitalismo. Tiene que ver con el asombro, la imparcialidad y la admiración. Tiene que ver con la duda, la confusión y el escepticismo. Tiene que ver con los conceptos de espacio y de tiempo. Tiene que ver con la alegría, la belleza, la fealdad, la repugnancia, la ironía y el dolor. Tiene que ver con la conciencia y la apercepción. Tiene que ver con la ideología y la crítica. Tiene que ver con la lectura y la escritura. Tiene que ver con las razas, las clases sociales y el sexo biológico. Tiene que ver con la sexualidad. Tiene que ver con las ideas acerca del yo y con las extrañas paradojas de la subjetividad. Tiene que ver con la sociedad. Tiene que ver con la coexistencia.

Como la sombra de una idea que aún no ha germinado plenamente, una sombra procedente del futuro (otra magnífica frase de Shelley), el pensamiento ecológico se desliza sobre otras ideas hasta que ningún lugar se libra de su oscura presencia. Darwin confiaba hasta tal punto en la teoría de la impermanencia evolutiva que estaba dispuesto a abandonar su escepticismo respecto a la permanencia continental, aunque en su época aún no se había elaborado la teoría de las placas tectónicas. Tal es la fuerza del pensamiento ecológico. En palabras de cierto filósofo (véase la cita que abre este libro), «la infinitud desborda el pensamiento que la piensa».

"El pensamiento ecológico se te aparece de repente, desde el futuro, como una imagen de lo que ya habrá habido allí para que la «ecología sin naturaleza» cobre sentido"

Timothy Morton

"Pensamiento ecológico" (Paidós, 2018)

Se podría pensar que El pensamiento ecológico es la precuela de mi libro anterior, Ecology without Nature. ¿En qué estaría yo pensando cuando me di cuenta de que para tener «ecología» debemos dejar atrás la «naturaleza»? No se puede hacer una precuela antes que la película «original». En cierto sentido, el pensamiento ecológico viene estrictamente después: está siempre a punto de llegar desde un momento indeterminado del futuro. En su ámbito absoluto, «habrá sido pensado» en algún punto impreciso del porvenir. Te encuentras atrapado en su rayo tractor (es como un «atractor» matemático). No pretendías eso. Debías de estar pensando en ello todo el tiempo. Pero no tenías ni la menor idea. El pensamiento ecológico se te aparece de repente, desde el futuro, como una imagen de lo que ya habrá habido allí para que la «ecología sin naturaleza» cobre sentido.

Como arqueólogos del futuro, debemos reconstruir lo que se habrá pensado. En definitiva, el pensamiento ecológico supera aquello que se hace pasar por ambientalismo. No piensa como la manipulación de miras estrechas, ni como la de miras amplias. Va más allá de pensar «¿cuántos seres vivos debemos matar para aguantar por aquí el próximo invierno?». Va más allá de «sea como fuere, es correcto».8 Va más allá del «déjalo estar, déjalo estar».9 Va más allá del yo, de la Naturaleza y de la especie. Va más allá de la supervivencia, del ser, del destino y de la esencia. Sin embargo, como un virus, como el más pequeño de los más pequeños (¿están siquiera vivos?), como las minúsculas macromoléculas de las células, de nuestro propio ADN, el pensamiento ecológico ha estado presente todo el tiempo.

¿Por qué «ecología sin naturaleza»? La «naturaleza» no presta demasiada atención a la ecología. En ocasiones usaré una N mayúscula para subrayar sus cualidades «antinaturales», a saber (pero no solo), la jerarquía, la autoridad, la armonía, la pureza, la neutralidad y el misterio. La ecología puede prescindir del concepto de un algo, una cosa de algún tipo, «por allá», que se llama Naturaleza. Pero el pensamiento, incluido el pensamiento ecológico, ha estructurado la «Naturaleza» como un ente cosificado en la distancia, bajo la acera, en el lado en que la hierba siempre es más verde, a ser posible en las montañas, lejos de la civilización. Una de las cosas que la sociedad moderna ha dañado, además de los ecosistemas, las especies y el clima, es el pensamiento. A la manera de un dique, la Naturaleza contuvo el pensamiento durante algún tiempo, pero, en la actual situación histórica, el pensamiento está a punto de desbordarse.

"El pensamiento ecológico tal vez sea muy distinto de lo que suponemos. No tiene nada que ver con la ciencia de la ecología. El pensamiento ecológico tiene que ver con el arte, la filosofía, la literatura, la música y la cultura"

Timothy Morton

"Pensamiento ecológico" (Paidós, 2018)

El pensamiento ecológico tal vez sea muy distinto de lo que suponemos. No tiene nada que ver con la ciencia de la ecología. El pensamiento ecológico tiene que ver con el arte, la filosofía, la literatura, la música y la cultura. El pensamiento ecológico tiene tanto que ver con las humanidades de las universidades modernas como con las ciencias, y también tiene que ver con las fábricas, el transporte, la arquitectura y la economía. La ecología abarca todas las formas imaginables de vivir juntos. La ecología está muy relacionada con la coexistencia. La existencia es siempre coexistencia. Ningún hombre es una isla.10 Los seres humanos se necesitan unos a otros tanto como necesitan un entorno. Pensar de manera ecológica no es solo discurrir sobre cosas no humanas. La ecología tiene que ver contigo y conmigo.

¿Por qué titular este libro El pensamiento ecológico? ¿Por qué no Un pensamiento ecológico o Algunos pensamientos ecológicos? O, más modestamente, Notas para una mentalidad ecológica. O simplemente Pensamiento ecológico. Claro que hay pensamientos ecológicos. Y este libro no tiene el monopolio del ideario ecológico. Pero hay una forma especial de pensar a la que yo llamo «el» pensamiento ecológico. Se extiende como una cadena de ADN a lo largo de miles de pensamientos diversos. Por otra parte, la «forma» del pensamiento ecoló- gico es al menos tan importante como su «contenido». No es una mera cuestión de «qué» estés pensando. También se trata de «cómo» piensas. En cuanto empiezas a asumir el pensamiento ecológico, no puedes quitártelo de la cabeza: es como un esfínter, que, una vez abierto, no se cierra.

El alcance del daño

Las estructuras económicas modernas han afectado de manera radical al medioambiente. Pero también han causado un efecto nocivo en el propio raciocinio. No quiero decir que antes pensáramos de manera ecológica y adecuada. Los seres humanos anteriores a la modernidad no tenían a su disposición el pensamiento ecológico con toda su riqueza y profundidad. Incluso ahora, cuando estamos al borde de una catástrofe climática, solo somos capaces de vislumbrar su magnitud y su hondura. La era moderna nos obliga a pensar a lo grande. Cualquier opinión que eluda esa «totalidad» forma parte del problema. De modo que debemos afrontarlo. Hay algo en la vida moderna que nos ha impedido pensar en la «totalidad» con toda nuestra fuerza. Ahora no nos queda más remedio que pensar en ella. La totalidad surge como la sombra de un rascacielos gigante en el más fútil pensamiento acerca, por ejemplo, del tiempo que hace hoy. Quizá deberíamos pensar con más ambición que la propia totalidad; si es que la totalidad significa algo cerrado, algo de lo que podemos estar seguros, algo que permanece inalterable. Es más difícil imaginar 4.500 millones de años que la eternidad abstracta. Es más difícil imaginar la evolución que la infinitud abstracta. Resulta un poco humillante. Esa infinitud «concreta» nos confronta directamente con la realidad de la vida sobre la Tierra. Hacerle frente es una de las arduas tareas que nos pide el pensamiento ecológico.

"Incluso ahora, cuando estamos al borde de una catástrofe climática, solo somos capaces de vislumbrar su magnitud y su hondura. La era moderna nos obliga a pensar a lo grande. Cualquier opinión que eluda esa «totalidad» forma parte del problema"

Timothy Morton

"Pensamiento ecológico" (Paidós, 2018)

Hasta ahora lo hemos entendido mal: esa es la verdad del cambio climático y de la extinción en masa. No abogo por un retorno al razonamiento premoderno. Lo paradójico es que la era moderna —digamos que comenzó a finales del siglo xviii— dificultó su propio acceso al pensamiento ecológico, aunque este habrá sido uno de sus legados más duraderos. En lo que atañe a la ecología, la modernidad se ha pasado los últimos dos siglos y medio arremetiendo contra molinos de viento. El fantasma de la «Naturaleza», una nueva entidad engalanada como una reliquia de un tiempo pasado, frecuentó la modernidad en que había nacido.11 Esa Naturaleza fantasmal paralizó el crecimiento del pensamiento ecológico. Solo ahora, cuando el capitalismo y el consumismo contemporáneos abarcan toda la Tierra e influyen poderosamente en sus formas de vida, es posible, irónicamente y por fin, deshacerse de ese fantasma inexistente. Los exorcismos son buenos para ti, y a los seres humanos la Naturaleza ya no les sirve de ayuda. Nuestra constante supervivencia, y por tanto la supervivencia del planeta que ahora dominamos sin lugar a dudas, depende de nuestra antigua Naturaleza pensante.

Los pensadores modernos habían dado por sentado que los fantasmas de la Naturaleza, arrastrando sus cadenas, nos recordarían una época sin industria, una época sin «tecnología», como si nunca hubiéramos usado el trigo o el pedernal. Pero, al contemplar el fantasma de la Naturaleza, el hombre moderno se estaba mirando en un espejo. En la Naturaleza, veían la imagen invertida de su propia época; y la hierba siempre es más verde en el otro lado. La Naturaleza siempre estaba «por allá», ajena y alienada.12 Al igual que un reflejo, en realidad no podemos alcanzarla ni tocarla ni formar parte de ella. La Naturaleza era una imagen idealizada, una forma independiente y situada a lo lejos, brillando desnuda tras un cristal, como un cuadro muy valioso. En la idea de las tierras vírgenes, divisamos la imagen especular de la propiedad privada: «Prohibido pisar el césped», «No tocar», «No está en venta». La Naturaleza era un tipo especial de propiedad privada, sin dueño, exhibida en una original galería de arte. La galería era la Naturaleza misma, mostrada por la tecnología visual del siglo xviii como una cosa «pintoresca», esto es, como una pintura.13 La «nueva y mejorada» versión es arte sin un objeto, solo un aura: el brillo del valor.14 La Naturaleza no es lo que dice ser.

Ya que estamos hablando de la Naturaleza y de las «nuevas y mejoradas» actualizaciones, debo decir que en este libro se hace una clara distinción entre «ambientalismo» y «ecología». Cuando termines de leerlo, tal vez pienses que hay buenos motivos para defender no solo la ecología sin naturaleza, sino también la «ecología sin ambientalismo».

"Cuando termines de leer este libro tal vez pienses que hay buenos motivos para defender no solo la ecología sin naturaleza, sino también la «ecología sin ambientalismo»"

Timothy Morton

"Pensamiento ecológico" (Paidós, 2018)

En Reflections on the Edge of Askja, Páll Skúlason nos dice por qué necesitamos la Naturaleza: Para vivir, para poder existir, la mente debe conectarse con algún tipo de orden; debe percibir la realidad como un todo independiente [...] y debe unirse de manera estable a ciertas características de lo que denominamos «realidad». No puede unirse al mundo de la experiencia cotidiana, salvo creyendo fielmente que la realidad forma un todo objetivo, un todo que existe con independencia de la mente. La mente vive, y nosotros también, basándose en una relación de fe en la realidad misma. Ese nexo es asimismo una relación de confianza con una realidad autónoma, una realidad distinta de la mente. Vivimos y existimos en esa relación de confianza, que es siempre por naturaleza incierta e insegura. [...] Esa relación de confianza [...] es siempre —original y verdaderamente— una relación con la realidad en cuanto totalidad natural: en cuanto naturaleza.

No es difícil detectar en ese pasaje las violentas y repetitivas acciones de alguien que está deseando volver a encender una máquina averiada. Skúlason gira las manivelas, une los cables de puentear, la deja rodar ladera abajo... No se trata solo de lo que dice o incluso de cómo lo dice. Es la actitud con que lo dice, la «posición del sujeto». Por el tono de esperanza y miedo, se deduce que se acabó la partida y que él lo sabe. Se está entregando al pensamiento mágico: «Si sigo diciendo que este es el buen camino, todo irá bien. La Naturaleza existirá». La desesperación es visible por la simple acumulación de palabras. El relato continúa, esperando algo que nunca llega. Es la Naturaleza escribiendo una versión reducida de Esperando a Godot: «Debo seguir adelante. Puedo dar vida a la Naturaleza a base de voluntad, introduciéndola en el argumento». Skúlason intenta animarse en medio del desastre a cámara lenta al que nos enfrentamos. Cuanto más dice, peor se pone la cosa.

En nombre de la ecología, debemos analizar la Naturaleza con toda la suspicacia de que una persona moderna pueda hacer acopio. Caveat emptor («como está es como se vende»). La Naturaleza resulta ser una imitación sintética del original. Como dice Emmanuel Levinas en un sorprendente pasaje —que es, entre otras cosas, una crí- tica apasionada del filósofo favorito de la ecología profunda, Martin Heidegger—, nuestra idea de la «anónima y generosa madre naturaleza» se basa en las «sedentarias» sociedades agrícolas y en su concepto de «posesión». El mito de la madre anónima es precisamente la motivación para explotar la Tierra, vista como una «inagotable materia para las cosas». Las regiones salvajes son gigantescas versiones abstractas de los productos que se exponen en los centros comerciales. Incluso cuando intentamos conservar un enclave para protegerlo de los estragos causados por la era moderna, lo hacemos todo mal, aunque sea en un plano más profundo.

"El mito de la madre anónima es precisamente la motivación para explotar la Tierra, vista como una «inagotable materia para las cosas»"

Timothy Morton

"Pensamiento ecológico" (Paidós, 2018)

¿Podemos superar la adicción a la posesión y el mito de la madre anónima? ¿Qué es lo auténtico? Nos hacemos una idea, sin duda, mas para arrancar habrá que actualizar nuestros conceptos de «autenticidad» y de «cosa». La ecología nos muestra que todos los seres están conectados entre sí. El pensamiento ecológico es el análisis de la interconectividad. El pensamiento ecológico es una reflexión sobre la ecología, pero también una forma ecológica de pensar. Pensar el pensamiento ecológico forma parte de un proyecto ecológico. El pensamiento ecológico no se produce solo «en la mente». Es una práctica y un proceso que consiste en llegar a ser plenamente conscientes de que los seres humanos están conectados con otros seres: animales, vegetales o minerales. En definitiva, ese proceder nos lleva a pensar en la democracia. ¿Cómo sería un encuentro realmente democrático entre seres realmente iguales? ¿Acaso podemos imaginarlo?

Si observamos, vemos el pensamiento ecológico por doquier, lo cual no es de extrañar, pues el pensamiento ecológico es interconectividad en el sentido más amplio de la palabra. Hasta el infame «Pienso, luego existo» cartesiano tiene lugar en un entorno, y ese entorno está presente en el propio texto del cogito. Descartes comienza las Meditaciones describiéndose a sí mismo sentado junto al fuego, sujetando el papel en el que escribe.17 El pensamiento ambientalista a menudo condena el cartesianismo como prototipo del temible dualismo que establece una distinción entre mente y cuerpo, yo y mundo, sujeto y objeto. Descartes está considerado como el enemigo pú- blico número uno del ambientalismo. El pensamiento ecológico insiste en que estamos íntimamente conectados, incluso cuando lo negamos. El pensamiento mismo es un suceso ecológico. El tipo de ideología ambientalista que desea que no hubiéramos empezado siquiera a pensar —inexorablemente inmediato, agresivamente masculino, marcadamente antiintelectual, temeroso del humor y la ironía— es, cuando menos, dudoso. En realidad forma parte del problema. La constante afirmación de que estamos «encajonados» en una Lebenswelt («entorno vital») es, paradójicamente, el síntoma de una separación radical.

Cuando pensamos el pensamiento ecológico, encontramos todo tipo de seres que no son estrictamente «naturales». Eso tampoco es de extrañar, puesto que lo que llamamos «naturaleza» es una desnaturalizada, extraña y antinatural secuencia de mutaciones y sucesos catastróficos: basta con leer a Darwin. El panorama ecológico que nos espera no es una imagen de algún objeto acotado o «economía restrictiva», un sistema cerrado.19 Es una extensa malla de interconexiones sin un centro o contorno determinados. Es intimidad radical, es coexistencia con otros seres, ya sean sensibles o no; ¿cómo es que los distinguimos con tanta facilidad? El pensamiento ecológico plantea preguntas relativas a los cíborgs, la inteligencia artificial y la irreducible incertidumbre de qué es una persona.20 Ser una persona significa no estar nunca seguro de que lo eres. En una era de ecología sin Naturaleza, trataríamos a muchos más seres como personas, al mismo tiempo que deconstruiríamos nuestras ideas acerca de aquellos que cuentan como personas. Pensemos en Blade Runner o Frankenstein: la ética del pensamiento ecológico reside en considerar a los seres como personas aunque no lo sean. El animismo antiguo trata a los seres como personas, prescindiendo del concepto de Naturaleza. Quizá esté buscando una versión actualizada del animismo (también busco otra buena excusa para escribir acerca de mi película favorita, Blade Runner).

"Pensemos en Blade Runner o Frankenstein: la ética del pensamiento ecológico reside en considerar a los seres como personas aunque no lo sean. El animismo antiguo trata a los seres como personas, prescindiendo del concepto de Naturaleza"

Timothy Morton

"Pensamiento ecológico" (Paidós, 2018)

na Raffio.