A los hijos de Fran algunos compañeros de colegio les dicen, cosas de niños, que a su abuela “la quemaron”. Él todavía no les quiere contar lo que sucedió en diciembre de 1997, pero tiene ya en mente lo que les dirá cuando llegue el momento. Que la abuela Ana fue una mujer “muy valiente” de la que él se siente “muy orgulloso”. Valiente porque ella es Ana Orantes, la primera mujer que se atrevió a denunciar en televisión las palizas que vivía en casa. Trece días después, su exmarido, al que un juez obligó a compartir la casa familiar de Cúllar Vega (Granada), la golpeó hasta dejarla inconsciente y la quemó en el patio por haberle sometido a semejante humillación.

Con calma, como quien cuenta una tarde con amigas, Ana Orantes, de 60 años de edad, se quitó en la tele la losa que llevaba arrastrando durante 40 años de matrimonio, en la que ella se limitó a ser “el bulto”, la “analfabeta” cuya única misión era tener la casa y la comida preparada para “ese señor”, como Fran Orantes se refiere a José Parejo, condenado a 17 años de cárcel, donde murió. “Es mi padre solo porque me concibió, pero nunca se ha portado como tal”, relata. De hecho, los hermanos se quitaron el apellido paterno.

“Yo no valía un duro, y yo me lo creía porque tenía once hijos y no tenía donde irme”, relató Ana en un programa de testimonios en la televisión pública andaluza. Los chistes que abundaban en la tele esos años dieron paso de repente al desgarro. “Me daba palizas un día y otro día y el del medio…y yo tenía que aguantar. Le tenía miedo, horror”. “Toda su obsesión era cogerme de los pelos y darme contra la pared”. El público contenía la respiración mientras ella, repleta de dignidad, relataba cómo en alguna ocasión, tras dejarla inconsciente a base de puñetazos, su expareja la reanimó haciéndole el boca a boca solo para poder seguir golpeándola.

El maltrato también era psicológico. Fran, que entonces tenía 19 años, recuerda cómo los iba llevando de un lado para otro de la provincia para aislarlos. “Cuando empezábamos a relacionarnos con alguien, inmediatamente nos íbamos”. La última vez pretendió que se instalaran en una finca en mitad del campo, sin agua y sin luz. “Con una bombona de butano nos apañamos”, les dijo. Su madre se plantó. “¿Hasta dónde llegaba su cabeza?”, se pregunta Fran, “su único objetivo era aislarnos, tratarnos como títeres, y cuando estorbábamos, nos echaba”.

No dejarla sola

Los hijos que aún vivían con ellos quisieron irse, pero pudo más el no dejar sola a su madre. “Yo siempre recordaré que no quería vivir con él, me quise quitar de en medio”. Ana fue valiente y dio el paso para la separación, trató de escapar y recomponer su maltrecha vida, pero el juez les obligó a compartir casa. “Le dijeron que cómo iba a separarse, si su exmarido estaba todo el día llorando de lo que la quería”, lamenta amargamente Fran.

Ella, que trataba de disimular los golpes ante sus hijos achacándolos a un traspiés, alguna vez “nos sacó de la cama para irnos con lo puesto, pero ¿a dónde nos íbamos?”. “Llamamos a muchas puertas, pero todas se nos cerraban”, reprocha al recordar que Ana denunció hasta en 10 ocasiones la violencia que sufría, y que se extendía a los hijos. Ni siquiera en la familia encontraron comprensión. En la materna, porque decidieron no entrometerse en una decisión que tomó Ana, pese a las recomendaciones de que no se juntara con Parejo. La paterna, porque justificaba al agresor. “Si le pegaba a mi madre, era porque algo habría hecho ella, porque le ponía al límite”. También los vecinos decían que cómo iba a hacer eso que contaban si era una persona maravillosa. “De puertas para afuera, éramos normales, pero cuando él cerraba la puerta, nunca nos sentíamos seguros”, recuerda con dolor.

Para la familia, el mes de diciembre es especialmente duro. No solo por el aniversario de Ana, sino porque ellos “nunca pudieron vivir y disfrutar estas fechas”. Ahora, Fran quiere recuperar la figura de quien fue el pilar de su vida, y que sus hijos, más adelante, sepan “la abuela tan valiente que no pudieron tener”. “Ella era muy fuerte, trabajadora y risueña, lo daba todo. Es algo que todos los hijos dicen de sus madres, pero la mía era especial: nunca se rindió”.