Ya hace una década, el psicólogo, investigador y ensayista Iñaki Piñuel avisó de que las empresas albergan «una nueva raza» de directivos en una sociedad de «creciente amoralidad», presiones y competitividad. «Alpinistas organizacionales, maquiavelos a sueldo o narcisistas envidiosos», como los definió, que no dudan en utilizar los medios necesarios para justificar el fin.

Lo argumentó en Mi jefe es un psicópata (Por qué la gente normal se vuelve perversa al alcanzar el poder) y otros expertos corroboran el auge en estas líneas. Los Gordon Gekko, aquel tiburón de Wall Street recreado por Michael Douglas, y similares de menor rango, son una especie en expansión.

«Las relaciones profesionales en tiempos de crisis se han deteriorado. Aumentan el estrés, los trastornos y desórdenes mentales, y con ello, los jefes tóxicos», constata la psicóloga Maite Sánchez-Mora, especialista en coaching. Este tipo de líderes abusan del poder por «carecer de las competencias necesarias para el puesto, por una salud mental insuficiente o por desajustes emocionales», expone. Y campan a sus anchas porque, astutos ellos, «suelen mostrarse tiranos hacia el equipo y receptivos y serviciales hacia la dirección».

Una ecuación perfecta que la psicóloga Montserrat Ribot confirma en otros términos: «Es difícil que sus superiores los detecten porque practican la técnica de beso hacia arriba, patada hacia abajo». Ajenos a los principios éticos, sin empatía y muy seguros de sí mismos, agrega Ribot, les resulta relativamente fácil escalar puestos de poder y son capaces de «hacer cualquier cosa para lograr sus objetivos». Ellos no van a consulta, pero sí sus víctimas, que cursan cuadros de gran ansiedad y depresión.

El jefe tóxico «se hace más que nace», aporta María José Poza, psicóloga y directora del Staff Consultants Recursos Humanos, que asocia ese perfil nocivo a la «no existencia de formaciones sobre cómo mandar a otros». La especialista detalla la construcción de un yo tirano: «Un trabajador brillante es ascendido y lo primero que tiene es ¡miedo! y la mejor forma de dominarlo es utilizando los galones que le han dado.

Su estilo de mando deviene autoritario y nepotista. Al ver el buen resultado que le da basarse en dar miedo a otros, le puede acabar gustando sentirse poderoso y dominador de otros. Esa forma de opresión es lo que hace que aquel mando recién ascendido acabe convirtiéndose en jefe tóxico por convicción simplista».

Tras la creación de un líder hay un fuerte deseo de destacar, perseguir la riqueza o controlar a los demás, agrega la psicóloga Júlia Pascual en un informe donde abunda en la delgada línea que puede separar un líder talentoso de uno tóxico. «Los jefes psicópatas altamente funcionales son exitosos empresarios porque no sienten ningún remordimiento para despedir personal, atribuirse logros de otros, intentar destruir la competencia. Pero son un riesgo para la salud de los empleados». Crean ambientes laborales donde se respiran nerviosismo y mucha tensión, afirma la directora del Centro de Terapia Breve Estratégica de Barcelona.

VOZ DE ALARMA / Una investigación dirigida por Nathan Brookes, de la Universidad de Bond, en Australia, dio la voz de alarma: uno de cada cinco jefes de empresa presentan rasgos psicopáticos, una proporción (21%) parecida a la que se encuentra entre las personas en prisión. En la población general ese porcentaje se reduce al 1%. «Las empresas deberían dar mayor prioridad a la personalidad de los candidatos al trabajo que a sus habilidades y cualificaciones», concluye Brookes. Las organizaciones, destaca la psicóloga Poza, tendrían que preocuparse por «formar a todos aquellos que van a ser ascendidos a mandos en ética, honestidad, responsabilidad y sentido del mando». Pero muchas compañías «solo se preocupan por los resultados», incide Ribot, y toleran a esos jefes dañinos que crean «un clima de miedo, rabia y frustración».