La fuerte caída del precio del petróleo, que sigue en mínimos desde hace casi cuatro meses, ha encendido una nueva alerta en Nigeria, que ya se encuentra en situación de máxima tensión por el conflicto con el grupo yihadista Boko Haram y las elecciones presidenciales del próximo sábado.

El barril de petróleo cotiza ahora entre los 50 y los 60 dólares y la mayoría de expertos prevé un estancamiento en esa horquilla durante un largo periodo de tiempo. Nadie espera una vuelta a niveles de junio de 2014, cuando todavía estaba por encima de los 100 dólares.

La bajada del precio en un 60% supone una presión añadida para un país que ya ha recalculado su presupuesto en dos ocasiones y aún así se ha quedado corto en sus previsiones, lo que pone en peligro sus programas sociales y de subsidios.

El petróleo representa el 80 % de los ingresos del Gobierno nigeriano -que en 2014 ascendieron a unos 20.700 millones de dólares- y el 90% de las exportaciones del país, según el Consejo de Relaciones Exteriores.

El Gobierno, consciente de ello, lleva varios años promoviendo la inversión en la agricultura, una actividad muy poco desarrollada que podría generar grandes beneficios para la población y diversificar la económica nacional.

"Nuestro país dispone de abundantes recursos agrícolas, pero durante demasiado tiempo hemos dependido del petróleo y dejado de lado la agricultura, lo que ha resultado en pobreza y sufrimiento para nuestras comunidades rurales", declaró recientemente durante un mitin el presidente y candidato a la reelección, Goodluck Jonathan.

En plena campaña, Jonathan ha prometido invertir hasta 120 millones de euros en un programa agrícola destinado a mejorar las cosechas en la temporada seca. "A medida que los precios del petróleo descienden, tenemos que crear nuevas formas de riqueza", admitió.

Con una inflación creciente y poco margen para influir en la política monetaria, el Gobierno se queda sin opciones para contener la tensión política y social que suele acompañar a un descenso de los ingresos, ya que eso significa menos dinero para repartir entre estados y facciones políticas.

La ministra de Finanzas, Ngozi Okonjo-Iweala, ha exigido en numerosas ocasiones que el Gobierno adopte una política de austeridad que compense la caída del presupuesto y evite un mayor endeudamiento exterior, pues muchas firmas de inversión llevan meses advirtiendo sobre el riesgo de comprar deuda nigeriana.

Por su parte, el gobernador del Banco Central, Godwin Emefiele, es partidario de reducir los subsidios a la gasolina. En 2012 el Gobierno ya intentó acabar con ellos, pero hubo grandes altercados y al final dio marcha atrás y tuvo que contentarse con bajarlo un 50%.

La llegada de las elecciones presidenciales no hace sino empeorar los pronósticos para una elite política muy fracturada que en periodo electoral saca su lado más competitivo.

La maquinaria estatal nigeriana requiere de grandes cantidades de dinero y, por primera vez desde que acabaran los gobiernos militares en 1999, los ingresos del estado se reducen de forma alarmante, lo cual pone al país en un escenario nunca visto en los últimos años.

A corto plazo la opción más factible para el Gobierno es utilizar el multimillonario fondo soberano que estableció durante la época de vacas gordas para financiarse, pero el dinero acumulado no durará indefinidamente.

En los últimos doce meses el fondo se ha reducido en una quinta parte, y se calcula que quedan unos 33.500 millones de dólares, si bien las cifras oficiales son siempre confusas porque hay continuas acusaciones de malversación y apropiación indebida de los fondos.

El resultado de las elecciones y la capacidad de los dirigentes políticos de mantener la calma tras las votaciones serán clave para que Nigeria goce de la estabilidad necesaria para hacer frente a los enormes retos que tiene por delante.