Jenny, de 9 años, lleva siete viviendo en una jaula de madera. Y, si nadie lo remedia, así seguirá siendo hasta que crezca y no quepa en ella. Luego, quizá viva atada de pies y manos a una cama. El caso de esta niña con autismo -recientemente sacado a la luz por la BBC- no es único. Buena parte de los en torno a 70 niños y adultos que viven en el centro Kepep para personas con discapacidad de Lejená (Grecia) pasan prácticamente todo el día encerrados tras unos barrotes o encadenados a sus camas.

Las primeras noticias sobre esta situación datan del 2008, cuando un grupo de jóvenes, en el marco de un programa de voluntariado europeo, pasaron ocho meses en el Kepep. "No nos podíamos creer lo que veíamos", asegura una de las voluntarias, la psicóloga portuguesa Catarina Neves. El relato de lo que sucede en aquel centro -que los voluntarios plasmaron en un informe enviado a varios organismos internacionales- es la descripción de un verdadero infierno para los pacientes.

En primer lugar porque, a pesar de que la institución está pensada para acoger a niños y jóvenes con discapacidad de entre 6 y 28 años que han sido abandonados por sus familias, la mitad de los internos son mayores de esa edad. La ausencia de un plan de rehabilitación o integración implica que los internos "permanecerán toda su vida" en el Kepep. "El lugar parece una prisión en la que todos cumplen cadena perpetua, por el único delito de haber nacido con discapacidad en un ambiente socialmente desfavorecido", afirman los voluntarios.

Solo los que tienen más autonomía pueden moverse con algo de libertad en un salón del primer piso, "donde el olor es muy fuerte" -explica Neves- porque únicamente los duchan tres veces por semana. El resto permanece enjaulado en pequeñas celdas de madera en las que ni siquiera se les permite tener juguetes. Es el caso de Elli, una niña autista de 6 años, que ante la falta de atención se dedica a arrancarse el cabello y atarlo a los barrotes. O el de otra niña de 9 años con osteoporosis, que en lugar de recibir una terapia, permanece atada de brazos a la jaula para evitar que se fracture los huesos.

"Había dos terapeutas ocupacionales pero a los niños solo los sacaban media hora dos veces por semana fuera de la jaula", relata Neves. Hoy, solo dos niños autistas salen al exterior porque acuden a la escuela, pero a su regreso son enjaulados de nuevo. Neves también denuncia que los internos son alimentados "a través de los barrotes" y que apenas se les da agua. Según su denuncia, muchos niños presentan marcas y heridas por permanecer tanto tiempo atados a las camas o las celdas.