La escena no podía ser más atroz. Cuando los bomberos pudieron entrar en lo que quedaba de la discoteca Kiss, cuando todavía el humo les cegaba el paso, oyeron un coro de teléfonos móviles. Una y otra vez sonaban, se apagaban y volvían a arremeter con sus distintos tonos de llamada. Nadie los atendía. Sus dueños habían muerto ahogados o calcinados. Los tenían en sus manos o en un bolsillo. No es nada irreal, es una situación ran real que hasta a los bomberos les costaba trabajo poder explicar.

"Mi hijo, mi hijo", gritó una madre, en la calle, al entrever el desenlace fatal. Las otras palabras se le quedaron atragantadas."±Lo quiero de vuelta", imploró. Un asistente social se le acercó para confirmarle lo que ella sabía. Y le pidió que fuera al Centro Municipal de Deportes para reconocer el cadáver. Allí, la madre se sumó a una cola de 500 metros. Para que la identificación no se demorara, encima de los cuerpos se encontraban los documentos y los móviles de sus portadores.

El gimnasio era, según los medios de prensa locales, un "hormiguero" donde convergían centenares de voluntarios, médicos, psicólogos, asistentes sociales, enfermeros, soldados y policías. En medio de los desgarramientos, los agentes funerarios realizaban sus protocolos de la manera más minuciosa y rápida.

Irresponsabilidad

A medida que transcurrió el domingo negro, los brasileños lograron hacerse un cuadro más completo de lo sucedido. La tragedia superponía diferentes capas de irresponsabilidad y desidia. Los dueños de Kiss tenían vencido su plan de prevención y control de incendios desde el 2012. La bengala que encendió un músico, señaló el diario Zero Hora, de Rio Grande do Sul, fue el detonador de la catástrofe. Le toca ahora a las autoridades responder por qué la discoteca funcionaba sin su licencia al día y los extintores de incendios no funcionaban. El desastre de Kiss tendrá pronto consecuencias políticas.

El episodio parece calcado de lo que ocurrió a fines del 2004 en la discoteca Cromagnon de Buenos Aires. Allí se presentaba el grupo de rock Callejeros, que incentivaba a sus seguidores en el uso de las bengalas. A pesar de la petición expresa de los dueños de no usarlas, una de ellas inició el fuego. Murieron 194 personas.