Los vecinos de Rasquera y Tivenys (Tarragona), en las laderas de las escarpadas sierras de Cardó y Boix, despidieron ayer el día siguiendo con inquietud la evolución del incendio más devastador que ha vivido Cataluña en los últimos nueve años. A última hora de la tarde, las llamas habían calcinado más de 2.400 hectáreas de terreno forestal y seguían fuera de control. Unos 60 vecinos, que residen habitualmente en unas 25 masías diseminadas en pleno paraje natural, fueron desalojados para evitar que les atrapara el fuego. Diversos factores se confabularon para convertir en solo unas horas un incendio que acabó el martes con menos de 100 hectáreas quemadas en "un infierno imparable", como lo describió el alcalde de Rasquera, Bernat Pellisa.

Una zona escarpada de difícil acceso, un invierno extremadamente seco, un sotobosque enmarañado, un mes de elevadas temperaturas y un fuerte viento del noroeste. Los cinco ingredientes encajaron en un cóctel flamígero que durante el día de ayer devoró a una velocidad endemoniada hectárea tras hectárea. Desde localidades como Tortosa e incluso Sant Carles de la Ràpita se observaba la densa columna de humo que emitía el incendio de la sierra de Cardó, y las cenizas alcanzaban calles de municipios circundantes como El Perelló, en cuyo pabellón polideportivo tuvieron que alojarse algunos desplazados.

"Hemos vivido una situación límite para defender durante toda la noche nuestras masías y parajes", explicaba exhausto el alcalde de Rasquera.