"¡No Fukushima! ¡No problem, no problem!", responde airado un tendero del mercado tokiota de Uomo cuando se le pregunta por el origen de un salmón. La radiactividad detectada en las aguas cercanas a la costa donde se ubica la infausta central de Fukushima es el último golpe a la moral japonesa, ya castigada tras enlazar un terremoto, un tsunami y una alarma nuclear en menos de dos semanas. De la prefectura de Fukushima llega buena parte del pescado que consume Tokio. Las dudas sobre si es seguro se han extendido en la capital, donde muchos vendedores deben aclarar la procedencia de su género.

La alarma saltó cuando Tepco, la empresa que gestiona la planta, informó del resultado de sus análisis. El yodo-131 multiplica por 126 el nivel permitido, el cesio-134 lo multiplica por 25 y el cesio-137, por 16. También se encontraron rastros de cobalto. El portavoz gubernamental, Yukio Edano, redujo la alarma de nuevo. "Los niveles de radiación son seguros aunque bebas agua del mar durante un año. Solo si continuasen aumentando la salud se vería comprometida", aseguró ayer. El Gobierno prometió que empezaría a realizar sus propios análisis al margen de los de Tepco, cuya credibilidad está en entredicho.

Tokio descartó que estén amenazados los sectores pesqueros internacionales. "Con los niveles actuales es imposible que la radiación se extienda por el océano", aseguró Hideo Morimoto, director de la Agencia Nacional de Recursos y Energía.

La radiación no solo responde a la cercanía de la central, levantada en primera línea de costa. Los expertos se preguntan por el destino de las miles de toneladas de agua marina vertidas durante una semana para enfriar los reactores desde helicópteros y camiones de bomberos. El Gobierno ha reconocido que una parte de esa agua ha sido devuelta al mar tras haber bañado los contenedores de uranio y plutonio, pero no ha aclarado cuánta.

MENOS CLIENTES La población teme que el Gobierno esté limando la gravedad de nuevo. El popular mercado de ultramarinos de Uomo ofrecía ayer la acostumbrada variedad de salmón, atún, arenque, algas, huevas y cualquier organismo vivo que salga del mar, delicadamente troceados y envasados. El número de clientes, en cambio, ha bajado.

"La gente debería estar preocupada, pero no asustada. Los niveles son aún bajos y los detectores de radiactividad son muy exactos, así que la evolución puede ser seguida eficazmente. Aunque el cesio-137 tiene una vida media de 30 años, el océano lo dispersa y las concentraciones no son peligrosas", explica a este diario Evan Douple, jefe de investigación de la Fundación sobre los Efectos de la Radiación de Hiroshima y Nagasaki.

Un vendedor explica que acostumbraba a traer el género de Fukushima, pero que dejó de hacerlo tras el terremoto. "No volveremos a comprarlo ahí hasta dentro de 5 o 10 años. Da igual que el Gobierno nos diga que esté sano. Ahora nos nutrimos de la costa oeste del país. Y hemos encargado las huevas a Rusia y EEUU. Serán mucho más caras. La crisis va a elevar mucho los precios", asegura.

DESCONFIANZA Muchos clientes, cuenta, le preguntan por la procedencia del pescado. De Fukushima son especialmente famosas las algas, ahora miradas con mucha desconfianza. Al margen de la radiactividad, el sector pesquero de la región se enfrenta a una reconstrucción casi integral después de que el tsunami destrozara buena parte de sus barcos.