De la alarma ("aviso o señal de cualquier tipo que advierte de la proximidad de un peligro") al alarmismo ("tendencia a propagar rumores sobre peligros imaginarios o exagerar los peligros reales") va el mismo trecho que puede haber de lo sensacional al sensacionalismo: una cuestión de grado, una fina línea que se cruza por ignorancia, mala intención, intereses o una mezcla de todo ello. Lo hemos visto estos días a raíz del desastre nuclear desatado por el terremoto y el tsunami de Japón.

Porque, sí, en Fukushima hay un desastre nuclear, uno de los tres peores de la historia junto a Chernóbil (1986) y Three Mile Island (1979); solo falta dilucidar el orden. Por eso se entiende el nivel 10 de alarma que hubo esta semana en los actores (gobiernos, OIEA, prensa, lobis pro y antinucleares...) que nutren el discurso público. Pero ¿todo desastre es un apocalipsis? ¿Ha habido alarmismo?

Para responder a ello, primero habría que saber de primera mano qué sucede en Fukushima. "En realidad, no sé qué ha pasado. Lo único que sé es lo que los medios de comunicación del mundo dicen que ha pasado, bebiendo todos de la misma y única fuente: lo que ha dicho la empresa responsable de la planta, filtrado además por el Gobierno japonés", dice el socioecólogo Ramon Folch.

"Esto no está siendo ni mucho menos como Chernóbil, donde se ocultó el accidente durante días y los periodistas no pudimos viajar a la zona hasta varios meses después. Pero lo cierto es que en temas nucleares nadie tiene acceso a la información, ni en Japón, ni en Rusia, ni en ninguna parte. Dependemos del Gobierno japonés y del OIEA, que es la patronal del ramo. Y solo tenemos los datos que ellos nos quieran dar", añade Miguel Bas, quien cubrió la tragedia de hace 25 años para Radio Moscú Internacional y hoy es el delegado de la agencia Efe en la capital rusa.

REALIDAD SIMPLIFICADA Así las cosas, políticos, prensa, expertos y lobis se han dedicado al funambulismo en esa delgada frontera que separa el accidente de la catástrofe, condicionados por la falta de información independiente. Y por sus respectivos intereses. "Todos los que se pronuncian tienen implicaciones económicas o responsabilidad política. Y todo el mundo simplifica la realidad para que le dé la razón. Es una tentación irresistible", afirma Joan Manuel Tresserras, profesor de Historia de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Contestando a la pregunta: sí fue alarmista el comisario de Energía de la UE cuando habló de "apocalipsis". Y sí crearon alarma los gobiernos, con Alemania a la cabeza e incluido el español, que trataron de calmar de forma preventiva a su opinión pública anunciando que se revisará la seguridad de las centrales. Muchos ciudadanos empezaron en realidad a alarmarse en el preciso instante en que sus gobiernos intentaron tranquilizarles. ¿Alarmismo? Tal vez. ¿Pésima política comunicativa? Sin duda. "Es muy difícil gestionar la comunicación política cuando los dirigentes solo saben lo mismo que la gente que está viendo la TV. Y más en un tema como este, que tiene a los ciudadanos escamados porque otras veces se les ocultó información", apunta Cristina Gallach, portavoz de Javier Solana tanto en su etapa al frente de la OTAN como de la política exterior europea y actual directora de Comunicación del Consejo de la UE.

PERIODISMO Y CIENCIA La prensa también tiene una papeleta. Y no solo porque la información sea tan exigua y tamizada. Los ritmos y los espacios del periodismo no mezclan bien con los de la ciencia, mucho menos en estos tiempos de instantaneidad. "Hay un alud informativo, pero con una tremenda laguna en la transmisión de conocimiento. Los ciudadanos asisten a una sucesión de noticias que no hacen más que aumentar su confusión y su inquietud", afirma Folch. El socioecólogo reparte responsabilidades: "La gente --y los políticos y los periodistas son gente-- está convencida de que estas cosas científicas no hay quien las entienda, cuando si se explican bien las puede entender todo el mundo. Es más difícil el reglamento del béisbol que cómo funciona una central nuclear. Y los científicos, por desinterés o por incapacidad, no transmiten lo que saben, sino que se lo guardan con celo sacerdotal. Desprecian el periodismo, cuando debería ser la vía para difundir su trabajo a la sociedad".

"Si Fukushima acaba siendo una gran catástrofe, medio mundo dirá que se veía venir. Y si no llega a serlo, el otro medio dirá que no había para tanto y que para qué tanto ruido. Pero, independientemente del desenlace, este es uno de esos episodios que marcan la conciencia de una generación", concluye Tresserras. Ojalá haya un tsunami de críticas por alarmismo. Será señal de que no ha pasado lo peor.