Las víctimas de un terremoto de 9 grados y de un tsunami con olas de 10 metros monopolizarían la atención mediática y gubernamental durante semanas en condiciones normales. Pero nada rivaliza con la mayor desgracia nuclear desde el accidente de la central ucraniana de Chernóbil, así que casi 700.000 refugiados están condenados al anonimato y el olvido. La situación de muchos es dramática tras haber perdido la casa y varios familiares.

Las víctimas viven en más de un millar de refugios en unas condiciones infrahumanas. Carecen de agua corriente, luz y gas, la comida y el agua escasea, no reciben atención médica y, para colmo, en muchas de las zonas más afectadas cayó una gran nevada el miércoles. En el colegio de Higasi Matsushima incluso carecen de mantas. El responsable de las tareas de rescate lamentaba a este diario la falta de medios técnicos y humanos. Las escenas que se están viendo estos días no son propias de una potencia mundial.

Gestión ejemplar

Es imposible no pensar en el terremoto de Sichuan del 2008, en el que murieron casi 100.000 personas. China, un país en vías de desarrollo, lo gestionó ejemplarmente. En los refugios sobraba la comida, los médicos atendían con regularidad a las víctimas y abundaban soldados y voluntarios. Frente al carácter jovial, desordenado y tozudamente optimista de los chinos, los japoneses ofrecen una disciplina y una corrección extremas.

Estos días se escuchan lamentos constantes. Yuhei Sato, gobernador de la prefectura de Fukushima, denunciaba recientemente que "la ansiedad y la ira de la gente está alcanzando el punto de ebullición". Según Sato, las evacuaciones no se planearon eficazmente. También sufren carencias los que han salvado la casa. En las ciudades afectadas falta de todo, desde combustible hasta un alimento básico como el arroz. La población hace largas colas para hacerse con alguno de los pocos recursos existentes, con habituales restricciones a no comprar más de una decena de productos.

Sin electricidad

Más de 850.000 viviendas en el noreste, devastado por el seísmo y el tsunami, siguen sin electricidad, y un millón y medio carecen de agua corriente. "El frío hace que mucha gente esté enferma, tenga diarrea y otros problemas", informaba la Cruz Roja en Otsuchi, donde la mitad de sus 17.000 habitantes siguen desaparecidos. En los refugios hay casos de hipotermia, deshidratación grave y problemas respiratorios, según Médicos Sin Fronteras.

La crisis ha afectado en especial a los ancianos, un gran segmento de la población japonesa. Los que han sobrevivido se enfrentan a un duro día a día en refugios fríos, sin medicinas ni pañales. La ola gigante se tragó los ahorros de muchos, ya que su desconfianza hacia los bancos les empuja a guardar los ahorros en sus casas.

La desesperación también llega a las ciudades próximas a la central de Fukushima. En Minasoma, al borde del radio de 20 kilómetros de exclusión, lamentan la escasa información. "Nos están dejando abandonados a la muerte", dijo ayer su alcalde, Katsunobu Sakarai. El futuro de los miles de japoneses a los que las autoridades han aconsejado que no salgan de sus casas por miedo a la exposición de radiactividad es menos halagüeño. No tardarán en quedarse sin víveres.