Tras la explosión de la central nuclear de Chernóbil, el 26 de abril de 1986, decenas de militares, técnicos y bomberos fueron enviados por los dirigentes soviéticos a combatir la fuga radiactiva más mortífera de la historia. También fueron reclutados grupos de jóvenes con la promesa de perdonarles el servicio militar a cambio de trabajar en la instalación atómica durante (¿solo?) un par de minutos. Muchos de ellos ignoraban la magnitud del peligro.

Todo lo contrario que los operarios japoneses de Fukushima 1 que, cuales kamikazes al servicio del país, han asumido sin miedo el fundado riesgo de perder la vida y luchan por calmar los reactores. Incluso hay voluntarios.

La agencia de noticias Jiji citaba ayer el caso del empleado de una empresa eléctrica de la prefectura de Shimane, situada a cientos de kilómetros de la maltrecha central, que ofreció su ayuda a las autoridades. El hombre, que se jubilará en septiembre, se justificó con este argumento: "En este momento está cambiando la historia de la energía nuclear, justo cuando estoy a punto de retirarme".

Nada más cierto. La crisis de la planta nuclear japonesa reabre el debate atómico como lo hizo la de Chernóbil, que demostró la precaria seguridad con que trabajaron los llamados liquidadores. Ahora, los héroes de Fukushima --también conocidos como los 50 de Fukushima, aunque en realidad son 180 hombres y mujeres que trabajan en rondas muy breves para evitar una excesiva radiación-- disponen de unos incómodos trajes, pero mucho más seguros que los monos forrados de plomo que, en el mejor de los casos, usaron los soviéticos.

También emplean los nipones máscaras, bombonas de oxígeno e indicadores de radiactividad que les alertan del momento en que deben pasar el relevo a un compañero. El nivel de radiación alrededor de la central alcanzó ayer los 3.000 microsieverts por hora, frente a los 1.000 microsieverts al año que se consideran seguros. De ahí que los cambios de turno se produzcan en cuestión de minutos e, incluso, segundos.

"Esa gente se bate sin retroceder", comentó, en la red social Mixi, Michiko Otsuki, una operaria de Fukushima 2, a 12 kilómetros de la primera. "Es- tán haciendo todo lo posible, sin pensar siquiera en el peligro", agradeció el primer ministro Naoto Kan. Hasta ayer, una veintena de técnicos ya habían sufrido contaminación.

Estos especialistas de la empresa Tepco, los últimos que quedan en la central tras la evacuación de 600 empleados, no disponen de máquinas ni robots para enfriar el reactor y llenar las piscinas de residuos nucleares. Todo es manual. "Su situación es peor que la nuestra. Han tenido un tsunami y ahora hay varios reactores con problemas. Es una pesadilla para cualquier trabajador atómico", explicó Andriy Chudinov, uno de los pocos liquidadores de Chernóbil que siguen vivos.