"Es como si hubiera ocurrido un holocausto nuclear". La frase es de Toru Komegashi, camarero de un lujoso restaurante de sushi en la zona de Roppongi, donde se concentra buena parte de la exquisita oferta culinaria de la ciudad de Tokio, hoy vacía de clientes a la hora del almuerzo, la hora que más los necesita. Si algo no faltaba aquí hasta el terremoto de la semana pasada era una fiel clientela.

Al recién llegado a esta palpitante metrópoli de cerca de 14 millones de habitantes le sorprende una inquietante tranquilidad. Dos simples paseos por la calle en hora punta hacen que a uno le den escalofríos. Caminar estos días por Tokio es una experiencia sin precedentes en la historia de la capital japonesa. Hoy, es una ciudad fantasma.

Tokio vive su propio terremoto, aparte de las sacudidas sísmicas que se repiten a diario (ayer se registró otro, de 5 grados en la escala Richter). Calles vacías, tiendas cerradas, restaurantes sin comensales, supermercados desabastecidos, letreros de neón apagados y tránsito de vehículos casi inexistente son las nuevas postales de una ciudad acostumbrada al bullicio comercial.

"Tuvimos suerte de que este terremoto no nos tocó directamente a nosotros, pero esto es peor. Es una muerte lenta, más dolorosa. Si no desaparece este temor ciudadano, no sé cómo vamos a recuperarnos o cuánto tardaremos en hacerlo", analiza Akihiro Sumitami, propietario de una tienda que vende utensilios de cocina. Y añade: "Estoy preocupado de verdad sobre cuántos comercios van a poder sobrevivir a esto".

Y aunque muchos no lo descartan, no se trata de un holocausto nuclear, como decía Komegashi, al menos, no todavía. "Yo creo que al final no va a pasar nada, pero la gente está demasiado asustada y no sale", apunta Komegashi, quien responde sin querer a la gran pregunta de dónde está la gente.

MIEDO A LA NUBE RADIACTIVA Claro, están en sus casas. Porque hay muchos que se han ido temiendo una nube radiactiva, pero no son tantos. Son los menos, en realidad. Y no es fácil esconder a 14 millones de personas, a no ser que se queden justamente ahí, en sus casas.

"Yo me quedo. ¿Adónde quiere que vaya?", inquiere Masami Toyota, que administra la caja de una pequeña tienda cuyas estanterías lucen vacías. "Claro que estoy asustada, mucho", responde con el semblante grave.

Los desabastecimientos son otro de los problemas que padecen los tokiotas estos días. Si tras las primeras noticias de posibles fugas radiactivas se lanzaron en masa a comprar alimentos, hoy ya ni pueden hacerlo por la ausencia de productos.

Se ve a una persona cruzando la calle junto a la estación de metro de Kokkai-Gijido-mae, en Akasaka. Es Takara, trabaja en la central de Fuji. Dice que va a su oficina porque no cree "en las radiaciones y, además, hay mucho trabajo atrasado". Comenta que sus padres se han marchado a Okinawa con unos parientes, pero que ella se ha quedado en la ciudad, y bromea que "así, sin gente, no se está tan mal".

"PARECE DOMINGO" Muy cerca del Palacio Imperial, una zona eminentemente turística, Katsuro Goto se desespera por la falta de clientes. Es taxista adentrado en años, y asegura que en su vida había visto algo igual. "Ni siquiera en la posguerra, cuando era pequeño". "Mire, parece que sea domingo", exclama otro taxista, que lleva más de una hora esperando algún cliente frente a un rascacielos de oficinas del distrito central de Tokio, donde suele encadenar carreras, para satisfacción de su taxímetro.

Los contadores de electricidad de los hogares tokiotas tampoco corren. El suministro se ve interrumpido una media de cuatro horas diarias, aunque cada vez más se prolongan durante más tiempo, para desespero de los ciudadanos. "Anoche íbamos a cenar justo cuando se fue la luz. Y ya no volvió hasta las 6 de la mañana. Eso no fue lo que nos dijeron. Creíamos que los cortes serían más controlados", se queja Schiko Murakami, un ama de casa de la capital.

Los cortes se deben a que la empresa que proporciona la luz, Tepco, debe dosificar la energía porque no cuenta con uno de sus principales proveedores, la atribulada central de Fukushima. La compañía ha advertido que, al menos durante el próximo mes, seguirán estos racionamientos de energía.

Los más felices son los comercios de electrónica, que están haciendo su agosto vendiendo pequeños medidores de radiactividad portátiles, muy a la japonesa. Un artilugio que muchos creen en Tokio que, a partir de ahora, va a ser también de primera necesidad. Por si acaso.