Si los materiales fisibles acumulados en el fondo de la vasija rompieran la pared de acero (15 centímetros de grosor), caerían por su propio peso sobre los cimientos de hormigón (dos metros). Aunque el cine catastrofista ha imaginado finales mucho peores, con recorridos subterráneos, los materiales formaron en Chernóbil --que es el único antecedente disponible-- una especie de masa solidificada. Sin embargo, la desgracia de 1986 no había acabado: tras la fusión de la pared de acero se declaró un incendio que dispersó con rapidez los isótopos, y luego fueron transportados por el viento. Cuando se empezó a arrojar hormigón ya era muy tarde. La radiactividad se había escampado a miles de kilómetros.