Durante dos décadas, el trabajo de Juan Carlos Ruiloba ha sido de los más desagradables a los que puede enfrentarse un agente. Hasta hace pocos días jefe de una sección de delitos tecnológicos del Cuerpo Nacional de Policía, el inspector Ruiloba, recién fichado por una agencia de detectives, está especializado en delitos de pedofilia en internet. Dice que las personas a las que ha perseguido, tanto las que se limitan a distribuir y disfrutar de imágenes de agresiones sexuales a menores (paidófilos) como las que las ejecutan (pederastas), tienen "una escala de valores distinta", una escala moral lejana de la del resto de la gente conforme contactan con otras con iguales inclinaciones. Esto explica, a su juicio, que sea tan difícil que pederastas y paidófilos "no vuelvan a delinquir".

"Es una escalada --cuenta Ruiloba--. Empiezan coleccionando alguna fotografía infantil, pero luego entran en foros de internet y se hacen con tal cantidad de fotos que acaban pensando que, si hay tantas, la pederastia no puede ser tan mala. De ahí a fabricar sus propias imágenes, solo hay un paso". Y cuando lo dan, rara vez se detienen.

El marido de la mujer inglesa que mató a sus dos hijos el pasado martes en Lloret de Mar (Girona), Martin Anthony Smith, un presunto pederasta extraditado por España a Gran Bretaña, está acusado nada menos que de 13 agresiones sexuales a menores. Otro, Gabriel Jordá, que está a la espera de juicio en España por abusar de un mínimo de tres niños, desapareció en el 2007 y la revista Interviú lo encontró hace poco en un centro guatemalteco para niños huérfanos.

"Muchos son psicópatas, incapaces de interiorizar el daño que provocan. De ahí que su reinserción sea tan complicada", señala Luis Borrás Roca, profesor de Medicina Legal en la Universidad de Barcelona y psiquiatra forense durante 23 años.

EL TRAMPOLIN DE LA RED Podría pensarse que internet hace las veces de válvula de escape, que los potenciales abusadores se aplacan con la contemplación de vídeos y fotografías, quedándose en la paidofilia sin saltar a la pederastia. Pero los expertos sostienen lo contrario. "La red es un catalizador --dice el inspector Ruiloba--. Da alas a los peores instintos". Un ejemplo: en el 2006, una web de esta siniestra clase preguntó a sus usuarios si tendrían "relaciones sexuales completas con una niña pequeña". Respondieron 74 miembros. Solo 17 dijeron que no. El mismo número contestó que tal vez. El grupo más amplio, un 54%, dijo que lo haría, sin duda.

Sin embargo, quienes se sirven de internet como trampolín hacia el abuso sexual de menores son solo una de las varias clases de pederasta que existen.