No tiene importancia que se acabe el Donut fresco, dirán algunos, y esgrimirán el argumento habitual: hay cosas más graves, más urgentes, más importantes. Y enfrente tendrán a un batallón de insatisfechos, sensibles a lo que de importante hay en que se acabe el Donut fresco, que dirán --dicen--, algunos con el semblante resignado, que todo lo que puede empeorar empeora, y que intentan entender por qué no tienen ya a la mano el placer normal, sencillamente normal, de empezar el día con eso: un simple donut fresco.

Pero el hecho es que se han acabado; la rosquilla recién horneada, que llegaba por las mañanas a los bares, que tenía el sabor y la textura, incluso el olor de lo acabado de hacer... ese producto ya no existe. La noticia saltó hace unos meses, cuando Panrico anunció que había invertido 35 millones de euros en el "relanzamiento de toda la gama de productos Donuts", y en un comunicado (que aún sigue colgado en su web) explicaba que "una de las principales novedades" era la "utilización de un nuevo envase", y que este permitiría "mantener los donuts frescos y tiernos toda la semana".

Frescura y ternura han sido siempre las características sine qua non del producto. Uno de los episodios más atractivos de su confusa historia (se dice, por ejemplo, que lo inventaron los holandeses, pero no hay consenso al respecto) es el que establece que fue el capitán de navío estadounidense Hanson Crockett Gregory el hombre que a finales del siglo XIX inventó el dónut con agujero. Las versiones varían; la más ocurrente cuenta que en plena tormenta tenía un dónut en la mano (de los que su madre le había dado para el viaje), y que, incapaz de maniobrar y comer al mismo tiempo, se deshizo del bollo incrustándolo en un palo del timón.

Que la leyenda (algunos sostienen que no es más que eso) involucre a un capitán estadounidense es significativo: fue allí, en EEUU, donde en el siglo pasado el dónut conoció el esplendor, y donde, sobre todo, se convirtió en la rosquilla famosa que otros países empezaron a incorporar a su dieta. Entre ellos España, uno de los pocos lugares donde el dónut es más que un producto: es una marca registrada. Y el dueño de la marca, todos lo saben, es Panrico.

Lo que ahora se obtiene cuando se pide un Donut en un bar o una panadería es un bollo envuelto en una bolsa de plástico. Algunos dicen que es triste. Otros dicen que no sabe igual. Algunos están descontentos; algunos, muy descontentos. "Está muy bien para los supermercados, no para los bares", dice alguien. ¿Y Panrico? Panrico no solo dice que el producto es mejor; también dice que es igual de fresco. "Lo que se hizo con el cambio de envasado fue garantizar la frescura del producto durante más tiempo --dice un portavoz--. No darle más vida, porque dura lo mismo, pero ahora está tan fresco el lunes como el jueves".

El plástico individual y una sustancia en el producto que evita la sudoración son las dos grandes novedades.