No es fácil correr en el encierro. Seiscientos kilos de toro lanzados a la carrera son capaces de quebrar cualquier espíritu entusiasta, no digamos cuerpos. Si, además, es domingo y los toros se apellidan Miura, es para pensárselo dos veces. Con todo, el encierro de ayer estuvo muy concurrido, aunque todavía pesase sobre el ánimo la muerte, el pasado viernes, del corredor Daniel Jimeno, de 27 años, que ayer fue incinerado en Alcalá de Henares, su localidad natal.

La carrera, la sexta, comenzó rápida, pero su normal discurrir se fue al traste en la curva donde confluyen las calles de Mercaderes y de la Estafeta. Aquí, como ocurre con los buenos conductores, no se trata de velocidad punta, sino de saber negociar bien la curva, un lugar donde puede cambiar todo. Y ayer ocurrió. No sirvió de nada el líquido antideslizante que desde hace unos años impregna los adoquines en este punto conflictivo. Formado un insólito montón por tres toros caídos, fue Ermitaño el que se llevó la peor parte: cuando se puso sobre sus patas, se había quedado solo y ya no sabía cuál era la dirección correcta de una carrera que a él ni le iba ni le venía. Tanto, que no había manera de enseñarle el buen camino porque se había empeñado en no aprenderlo.

ANIMAL DESORIENTADO A lo largo de la calle de la Estafeta fue derrotando y alcanzando a algunos mozos sin mayores problemas, pero creando momentos de mucho peligro al detenerse y dudar entre qué dirección tomar. Con no poco esfuerzo, llegó al callejón de entrada a la plaza, donde se convirtió en el protagonista de la manada. Ermitaño empitonó a José María Erce al comienzo de los últimos metros que llevan a la plaza, dejándolo muy grave, pero aún quedaba por ver lo peor.

En su afán por tirar de él hacia el ruedo, en uno de sus arranques empitonó por detrás del muslo a Pedro Torreblanca, de 44 años, y lo lanzó al aire; después se ensañó a capricho, lo desnudó, le clavó el asta en el tórax y, a la vista de medio mundo, lo dejó sin ropa y hecho un guiñapo. Ni los tirones del rabo de unos corredores, ni los esfuerzos de la mayoría más próxima pudieron evitar que Ermitaño se encelara con este pamplonés. Y aún tuvo suerte cuando, malherido, fue arrastrado por otros corredores hacia el otro lado del vallado para que fuera atendido cuanto antes, con una última cornada de dos trayectorias.

Aquello pintaba mal, los rumores corrían como la pólvora entre un personal sensibilizado en extremo tras la cogida mortal del viernes. Hasta 11 personas fueron atendidas por los servicios médicos pamploneses aquejados de diversas heridas. Afortunadamente, los cinco mozos alcanzados por asta de toro, salvarán la vida y podrán contarlo. Los dos corredores más graves, el navarro Pedro Torreblanca y un vecino de Calahorra (La Rioja) de 53 años, tuvieron que ser operados de urgencia.

La mañana fue, poco a poco, recuperándose de los cinco minutos trágicos y reemprendió el ritmo de la fiesta en el día en que los visitantes doblan con creces el número de habitantes en una ciudad que suma algo más de 200.000 almas.