Generaciones de europeos enfebrecidos han aprendido, cuando eran niños, a estar quietos con él y a saber cuán largos son cinco minutos reales, con todos sus segundos. Generaciones de padres, en cuanto se rompía uno, aislaban a su prole en una habitación, mientras ellos perseguían de manera más imposible que implacable unas diminutas bolitas plateadas.

Es el termómetro de mercurio, un invento que pasará a mejor vida este viernes en Europa donde, tras la prohibición de su fabricación en el 2007, ya no se podrá encontrar en ninguna farmacia. El veto solo afecta a los dispositivos nuevos, puesto que los ya existentes todavía pueden entrar en la compraventa de segunda mano. Y sobre todo, si se guarda uno en casa, que no cunda el pánico. Como los estupefacientes en Holanda, su posesión no está penada.

La causa de todo este trastorno es, obviamente, la toxicidad del mercurio. La intoxicación por mercurio puede llevar incluso a la muerte. También daña el sistema nervioso y puede afectar al oído, al habla, a la motricidad e, incluso, al raciocinio. Unas 30 de las 300 toneladas de mercurio que consume cada año Europa se utilizan para la fabricación de termómetros.