La tormenta perfecta que sacudió ayer España dejó por los suelos las previsiones que el día anterior había hecho la Agencia Estatal de Meteorología. El organismo pronosticó rachas de vientos de hasta 150 kilómetros por hora y olas de 10 metros, pero los números reales fueron muchísimo más altos: en Punta Candeira (A Coruña) y Gijón, el viento llegó a soplar a 215 kilómetros; en el cabo vizcaíno de Matxitxako las olas alcanzaron los 21,5 metros.

Hay que remontarse hasta el año 1989 para encontrar un temporal similar al de ayer, en el que, después de Cataluñ, Galicia fue el territorio más castigado en términos de vidas humanas. Las adversas condiciones meteorológicas provocaron tres muertos.

En Vilalba (Lugo), un anciano falleció de madrugada, después de que su casa se incendiara el día anterior debido a un cortocircuito originado por la borrasca. Un guardia civil murió a esas mismas horas en Burela, también en Lugo, al caerle un árbol encima. A 70 millas al noroeste de La Coruña, uno de los seis tripulantes del buque Braga perdió la vida. Pese a que la ciclogénesis explosiva, como llaman los científicos a este fenómeno meteorológico, se dejó sentir en Euskadi con más fuerza que en gran parte de España, allí, quizá debido a los avisos que un día antes había lanzado el Gobierno vasco, no hubo muertes.

Todo se redujo a cancelaciones de vuelos, cortes de luz y carreteras, cierre de puertos, caídas de árboles y destrozos en edificios --"justo antes de abrir la puerta, las chapas del tejado de la casa de enfrente cayeron sobre el capó del coche", contó un vecino de Bilbao--, incidentes que también se dieron en otras zonas del mar Cantábrico y Mediterráneo.

Como en Alicante, donde un incendio en La Nucia, avivado por vientos de 110 kilómetros por hora y originado por la caída de una torre de alta tensión eléctrica, obligó a desalojar de sus viviendas a más de 14.000 personas de esa localidad, así como de Benidorm, Finestrat y Polop de la Marina.