Al igual que muchas de las mujeres que año tras año engordan la lista de reinas en Colombia --reinas de la Panela, del Café, del Mar, del Turismo, del Joropo--, Liliana Lozano utilizó su corona, y, cómo no, su belleza, para conquistar un modesto lugar en la televisión; es el salto habitual. También es habitual que muchas de esas reinas terminen abrazando la vulgaridad opulenta de los narcos, y que en algunos casos, muy contados, acaben compartiendo su destino sórdido, con sus cuerpos de silicona sangrando en la cuneta de alguna vía oscura y poco transitada. Lozano recorrió todo el camino, y su cadáver apareció el sábado entre los cañaverales que bordean una carretera del suroeste del país, al lado del cuerpo sin vida de su narco protector: Héctor Fabio Vargas. La que en 1995 fue coronada Reina Nacional del Bambuco es la difunta glamurosa de lo que a primera vista parece una vendetta de la mafia colombiana: Vargas era hermano del narcotraficante asesinado el jueves pasado en el Hospital 12 de Octubre de Madrid.

Su cadáver y el de la exreina te- nían huellas de tortura. El estaba en calzoncillos, con una bolsa negra de plástico en la cabeza y amarrado de pies y manos; ella llevaba un picardías y también estaba amarrada. "Creo que los sacaron a la fuerza del apartamento, luego los torturaron y los mataron, y tiraron los cadáveres en un cañaveral", contó un amigo. La policía no encontró documentos en el lugar y solo ayer pudo identificarlos, y apenas tiene dudas de que los tres asesinatos están conectados; se da por descontado que han sido ordenados por capos colombianos.

Los hermanos Vargas fueron acribillados con tan solo dos días de diferencia. Aunque en realidad se trata de los hermanos Ortiz; Leonidas Vargas era uno de los dos seudónimos que empleaba el narco asesinado en Madrid, un capo que en sus mejores épocas llegó a controlar gran parte del tráfico de cocaína desde el sur de Colombia. Y así como pasaron varias horas antes de que se hiciera público su nombre verdadero (José Antonio Ortiz Mora), cabe esperar que suceda algo parecido con su hermano. Pero más allá de los detalles morbosos, lo que el caso pone en evidencia es la mano larga de las organizaciones mafiosas colombianas, su poder de ejecutar crímenes lejos de sus fronteras naturales; los que son amigos de quedarse con una imagen piensan tal vez en un oscuro hombre de bigote, barriga prominente, aliento apestoso, cubierto de cadenas y encaramado en unas puntiagudas botas de vaquero; un hombre que hace unas semanas levantó el teléfono y ordenó la muerte de los Vargas.

O los Ortiz. Los dos estaban la semana pasada en España, pero en lugar de quedarse y hacer algo razonable como reclamar el cadáver de su hermano, Héctor Fabio cogió el primer avión a Colombia tras conocer la noticia. Qué es huir si no eso. Se sabe que después se reunió con su novia, o protegida, en Cali.