Pamplona cumplió ayer una vez más el rito de su metamorfosis y, puntualmente, a las doce del mediodía, subió el chupinazo hacia un cielo amenazante de lluvia para dar comienzo a las fiestas de San Fermín. Antes de que el concejal socialista Jorge Mori repitiera los tradicionales vítores al patrón, la capital navarra era un preludio de la gran juerga. El prólogo se repartía entre los bares atestados de mozos y el hormigueo de cuadrillas, a medio uniformar, camino de la plaza consistorial, porque el pañuelo al cuello sólo es el complemento festivo y distintivo cuando el cohete estalla. Ni un segundo antes. Y ahí estará hasta el Pobre de mí del día 14, algunos de ellos con todas las consecuencias y sin la menor concesión a la lavadora.

Es éste un acto sencillo que impresiona a los visitantes, incapaces de explicarse cómo se transforma el paisaje y el paisanaje en cuestión de minutos. La ciudad calmada revienta en una locura difícil describir.

Corrió el cava, se recogieron toneladas de vidrio y hubo 47 atendidos por cortes y heridas leves. Pero lo más excepcional estaba en el balcón del ayuntamiento: Jorge Mori, el protagonista de abrir la fiesta, presenta un currículum singular y si hoy es concejal, antes fue bailador de los gigantes, danzari, mozo de peña y hasta policía municipal. Cuando asomó al balcón los nervios pudieron con él, que prendió la mecha antes de que los timbaleros acabasen la pieza que anuncia el cohete. Con la sencillez del que sabe lo que dice, y seguro que en Pamplona le entendieron, se limitó a gritar: "La fiesta es para divertirse".