El ojo que ves/ no es ojo por que tú lo veas,/ es ojo porque te ve".

Julio Romero de Torres te mira al fondo del alma cuando te mira. La española cuando mira es que mira de verdad, ojos de cordobesa. Miren si no. Esta ahí, que no puedo aguantar la mirada, en la invitación al acto de anoche en el Círculo de la Amistad, Símbolo materia y obsesión , la obsesión es una forma de pasión, en el que sin estar estuve. Toda la semana que se ha ido estuve dándole vueltas al pintor tan nuestro. Tanto es así, que cuando entrevisto para la televisión --en exclusiva--, a Salma Hayeck, la breve y brava chica mexicana, que hace de Frida en la película del asombro, le digo, mientras recuesta la cabeza morena en mi hombro de hombre, te diré niña, que tienes los ojos de las mujeres que fascinaron a Julio Romero de Torres.

A mí no me gusta contar de oídas. Por eso, esta mirada que me mira --mira que me esta mirando--, me sobrecoge, justo cuando me llega también el paquete redondo que guarda los carteles del pintor. Como esa carta a mano, y los presentes, de la sierra de Posadas, de Carlos Prieto, donde me habla --estamos en la web--, ya sabe, de la pelea, y el triunfo de Angeles Molina en la geografía del cerdo ibérico. La dama que empezó repartiendo a mano --los ojos del alma abiertos--, lo que era una joya de chimenea campera, al pie del paisaje de la encina, y acabó levantando su propio imperio mediático, y sabroso. Gracias, en nombre de los míos, mis hijos, mis nietas, en el fondo de cuyos ojos esta esa brizna de luz que el pintor un solo golpe, blanco leve --chac--, llenaba de vida y de amor. Manolo Serrano, que no se me olvide decirte, presidente de los del Socorro que cuenten con algo de mi oro, tal vez lo único que me queda, esa vieja muela que me implanté en México, hace tantos años, para la corona de la señora a la que con tanta frecuencia acudo. Dice Penélope Cruz, que "vive una vida muy real". Enhorabuena. Pero lo mejor es soñar, ojos negros de Julio Romero de Torres, que la habría elegido de musa. Como los de Rosario, que se nos va a Hollywood, con unos paisajes de Córdoba en el vídeo, de Almodóvar. Me da tristeza, que por asuntos de "la lana", como dicen los americanos, no se ponga en pie el montaje de ese Góngora al que ya me había apuntado. A ver qué puede hacer Córdoba por enderezar el entuerto. Anoto en el mapa de mi sentimiento, "esas cuarenta fortalezas". Los señores del horizonte de Córdoba.

Fernando García Herrera el pintor del lobo, me habla de ese nuevo grabado suyo, una joya, y de que llevará Córdoba a Santarem, en Portugal, al primer salón internacional del toro. El califa El Cordobés se ha confirmado que toreará en la Malagueta, en marzo por la beneficiencia como siempre. Me lo dicen además en Málaga. Me bebo los cantes, buenísimos, de don Emilio Rosales, gran señor del mejor flamenco, de Baena... Me lo presenta, en la bodega Palacio, don Andrés Salamanca. Y recuerdo con Jurado aquellos días, en los que en Rovaniemi, al norte de Finlandia, donde se ahogó, a caso hecho mi paisanico Ganivet, me trajeron como un presente el aceite Señorío de Andalucía , una lágrima de la memoria y me puse a llorar como un niño. Me llego hasta Nueva Carteya, entre palmeras y naranjos. No la conocía a cuenta, les daré un nombre, la niña se llama Lorena, tiene quince años y escribe versos. Así que una nueva poeta en la pizarra de la poesía de Córdoba. ¡Las niñas de Córdoba!... siete millones de discos llevan vendidos las nenas del Aserejé . Gracias, muchas gracias --le pedí su nombre para ponerlo en el aire de esta crónica dominguera--, a don Juan Vilar Sánchez, jefe de personal del Banesto, que me cedió el asiento, el suyo, del ave, para que fuera en solitario, hasta el sur y como no es frecuente, recojo la epopeya solidaria. Lo que hagas por un viejo lo harás por ti mismo, hijo mío, no lo olvides. Atención... mis serranos, el Romero, se nos murió Emilio, que nos enseñó tanto a los periodistas del periódico. Regreso a mis orígenes. Sigo buscando. Ayer fue el día de los enamorados. Que lo sean todos los días del año que para mí lo son. Ya saben el nombre de mi amor; se llama Córdoba, y tiene ojos de mujer de Julio Romero de Torres.

Y en Baena, escucho, de paso ensayando ya, los tambores de la Semana Santa. Son, frente a los tambores de la guerra --ya suenan, ya suenan--, los tambores de la paz.