Las afectadas por el síndrome Ardystil recibieron ayer en silencio a la propietaria de la empresa, Juana Llácer, mientras entraba en la Audiencia de Alicante para declarar por la muerte de cinco empleados en su fábrica de estampados textiles de Cocentaina. La principal acusada del caso basó su defensa en la ignorancia. "Nadie me advirtió de que podía ser peligroso", afirmó en sus respuestas al fiscal, e hizo especial hincapié en que "no tenía ni idea de química".

Según su testimonio, Llácer encargó al introductor de la aerografía textil en la comarca, Rafael Casals, la instalación de la industria en 1990. Casals hacía las mezclas de pintura siguiendo fórmulas de Bayer y antes de abandonar la empresa instruyó a una de las empleadas, Maite Vidal, en la composición de los colores.

Llácer incidió en la coincidencia de las muertes con el cambio de formulación de uno de los productos de Bayer (Acramin), y recalcó que los envases no avisaban de su toxicidad. Vidal y el encargado de la fábrica, el también acusado José Luis Picher, obtuvieron la nueva fórmula llamando por teléfono a Bayer. Según Picher, un empleado de la multinacional, "el señor López", se la facilitó sin avisar de riesgo alguno. Ambos acusados admitieron que la industria carecía de mascarillas y que las acabaron comprando a petición de los trabajadores.

La tensión estalló a la salida de la vista. Algunas afectadas increparon a la propietaria y al encargado de Ardystil con gritos de

"mentirosos" y "payasos". Fue un pequeño desahogo tras 11 años esperando un juicio que debe establecer la responsabilidad de 10 empresarios textiles y un inspector de trabajo, así como las indemnizaciones para los 67 afectados de fibrosis quística y otras dolencias pulmonares.