El doctor Alfonso Carpintero Renedo nos ha dejado hace poco. Para muchos profesionales sanitarios ha sido referencia en su forma de ser y trabajar. Digo profesionales sanitarios y no médicos, porque su influencia, en mi opinión, trasciende más allá de lo meramente médico, extendiéndose también a los ATS, auxiliares, celadores y otros profesionales. Todos aquellos que, de una u otra forma, han tenido contacto con él y su trabajo a lo largo de varias décadas.

El otro día, en su funeral, nos encontramos muchas personas que hemos trabajado con él a lo largo de tantos años y todos coincidimos en la misma al saludarnos, aunque sin expresarlo con palabras. Habíamos perdido a nuestro referente. Se nos había ido nuestro maestro.

Digo maestro porque alguien definió esta figura no como el que enseña cosas, sino como aquella persona que despierta en sus discípulos la inquietud y las ganas de aprender, y que sirve de referente en la forma de realizar una tarea, incluso la forma de vivir. Creo que Alfonso Carpintero, El Jefe como muchos le llamábamos, define en todos los aspectos este término, el de maestro.

Recuerdo el primer día que tuve contacto con él, siendo yo estudiante de medicina y él, el jefe del Servicio de Traumatología del hospital Provincial, antes de la integración del centro en el SAS, hace ya más de 20 años. Recuerdo cómo explicaba aquella radiografía del pie y todos los que estábamos allí lo escuchábamos casi embobados. Fue el momento en que despertó en mí la inquietud y ganas de aprender la especialidad, como si fuera un flechazo. Yo quería aprender todo lo que aquel hombre sabía. También, ese mismo día me dijo estas palabras: "A ver si ese chico no se queda callado y pregunta todo lo que haga falta para que aprendamos todos". Desde entonces nunca me guardo una pregunta por tonta que pudiera parecer.

En segundo lugar, recuerdo el trato que tenía hacia los pacientes, cómo les cogía las manos cuando les hablaba y la seguridad y confianza que les inspiraba. Me viene a la mente un señor al que hubo que amputarle una pierna. La forma de hablarle y la mirada del hombre reflejaban exactamente la relación que ha de existir entre el médico y su paciente, y viceversa. Ese gesto falta mucho en nuestra profesión, donde la tecnología e intereses externos a lo que el binomio médico-paciente significa enturbian y entorpecen esta relación.

Mi tercer recuerdo es cuando le comuniqué que iba a ser traumatólogo, que había sacado el MIR. Nunca olvidaré sus comentarios. Me señaló la suerte que tenía por poder formarme en otro sitio, además de con él, y que no rechazara nunca las enseñanzas de otros colegas. Consideraba que yo era un privilegiado por la cantidad de conocimientos que podría adquirir, además de los que él me había inculcado. Además me indicó la responsabilidad que eso suponía. Una mente tan abierta y preclara pocas veces se puede encontrar.

Como último detalle quiero reseñar cómo ha vivido la larga enfermedad que nos lo ha quitado. Ha aceptado el proceso como únicamente los grandes hombres son capaces de hacerlo. Nunca ha perdido la sonrisa. Hasta casi el final ha seguido estudiando y haciendo proyectos, aún sabiendo que no los culminaría.

En mi última conversación con él, en su cama del hospital, me dijo que a todos nos llega nuestra hora tarde o temprano y que tenemos que luchar contra la enfermedad (en este caso la suya) de la mejor manera posible. El me dijo, con una enorme sonrisa, que pensaba que lo estaba afrontando "bastante decentemente" Yo le contesté que no era decencia, sino con "una gallardía inigualable" lo que estaba haciendo. Me contestó que estaba de acuerdo con esa palabra, gallardía.

El último día que lo vi, rodeado de su familia, con sus nietos, todavía perfectamente consciente, me regaló una gran sonrisa, de despedida, que es la que me que ha quedado para siempre en el corazón.

Además de enseñarnos una profesión nos ha enseñado a vivir y, como última lección magistral, nos ha mostrado cómo hay que morir, saber morir con dignidad y gallardía. En este mundo donde los referentes que nos llegan y llegan a nuestros hijos están llenos de superficialidad y materialismo inútiles, creo que estamos obligados a destacar a personas como ésta que son ejemplo de cómo tenemos que conducirnos en la vida. Espero que desde donde esté nos siga impulsando e inspirando en el quehacer de nuestras vidas. Descansa en paz, Alfonso. Hasta siempre, maestro.