Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

La Pasión en Córdoba

Labor social y asistencial de las cofradías penitenciarias

Las hermandades cordobesas desarrollaron un importante papel entre los siglos XVI al XVIII, con una especial atención a las personas enfermas y pobres y el impulso de hospitales para llevar a cabo ese servicio. Esta implicación solidaria se ha mantenido con el paso del tiempo y pervive en la actualidad.

La iglesia de de Nuestra Señora de los Dolores formaba parte del antiguo Hospital de San Jacinto.

La iglesia de de Nuestra Señora de los Dolores formaba parte del antiguo Hospital de San Jacinto. / Manuel Murillo

Real Academia de Córdoba

A pesar de que carecemos de estudios que pongan de manifiesto la encomiable labor social de las cofradías penitenciales cordobesas, resulta innegable el importante papel que juegan en este campo en la actualidad. La relevancia del fenómeno viene corroborada a través de una serie de indicadores bien significativos.

La recogida de alimentos o juguetes en las fiestas de Navidad y Reyes destinados a familias carentes de recursos, la colaboración económica con las Cáritas parroquiales, las aportaciones dinerarias a entidades del ámbito eclesial, volcadas en la atención a los demás, los numerosos voluntarios dedicados a los mayores son una pequeña muestra solamente de la ingente tarea que llevan a cabo las cofradías hoy en día en nuestra ciudad.

El legado bajomedieval

Las prestaciones en el plano social cuentan con una larga e intensa trayectoria secular que arranca cronológicamente en el siglo XIII y se prolonga de manera ininterrumpida hasta nuestros días. El movimiento cofrade en las centurias bajomedievales aparece vinculado de manera estrecha a la asistencia de enfermos y pobres.

Las hermandades surgidas en este período, en su mayoría, tienen como objetivo prioritario el cuidado de personas desvalidas sin recursos y con frecuencia suelen erigir hospitales que, por lo general, sirven de cobijo a la legión de menesterosos, si bien el sostenimiento de esos establecimientos plantea serios problemas debido a la penuria de sus dotaciones.

El carácter benéfico es un rasgo que define a una gran parte de las hermandades nacidas a lo largo de la Baja Edad Media y primera mitad del siglo XVI en la capital cordobesa. La importancia del fenómeno se puede calibrar de forma precisa a través de unas simples referencias cuantitativas aportadas por un minucioso informe elaborado en 1586 por el prelado de la diócesis Antonio Mauricio de Pazos y Figueroa.

En el citado año se contabilizan en la ciudad un total de 30 hospitales destinados a alojar pobres y prestar cuidados médicos al vecindario, de los que un 80% se halla a cargo de esas respectivas hermandades. El elevado porcentaje es un refrendo harto elocuente del destacado papel en el plano asistencial. Ahora bien, debemos tener en cuenta que solamente unos pocos ofrecen servicios sanitarios, entre los que se encuentran el de la Santa Caridad de Jesucristo, situado en la emblemática plaza del Potro.

Siglo XVI. En la Plaza del Potro prestaba atención sanitaria el Hospital de la Santa Caridad de Jesucristo.

Siglo XVI. En la Plaza del Potro prestaba atención sanitaria el Hospital de la Santa Caridad de Jesucristo. / A.J. González

En su mayor parte están orientados a atender a personas desvalidas, cuyos insuficientes medios económicos se dedican a financiar un número variable de camas y a repartir dinero a los necesitados. Los hospitales que cobijan y distribuyen limosnas a pobres o sirven de albergue a peregrinos y transeúntes representan un 53%.

Las hermandades denominadas asistenciales tienen una notoria relevancia en el pujante movimiento cofrade de la urbe cordobesa en las décadas finiseculares del XVI. De las 68 contabilizadas en 1586 las primeras suman 25, es decir, representan alrededor de un 37%.

Papel de las cofradías penitenciales

El origen de la Semana Santa y su configuración están unidos al nacimiento de las cofradías penitenciales, cuyo proceso fundacional en gran parte se inicia en la década de los años 30 del siglo XVI y concluye en las primeras décadas de la centuria siguiente. En este dilatado periodo cronológico se documentan 15 hermandades de las que un 73% tienen su sede canónica en templos conventuales, mientras que el 27% restante se distribuye a partes iguales entre parroquias y hospitales.

Estas últimas son las de Jesús Nazareno y Santo Crucifijo que ven la luz en los establecimientos asistenciales de San Bartolomé en la calle Carchenilla del barrio de San Lorenzo y Santo Crucifijo en la collación de Santa María Magdalena. Las respectivas cofradías originarias se van a transformar en penitenciales en 1579.

El estudio de las distintas constituciones aprobadas por la autoridad diocesana en el siglo XVI y otros testimonios que nos brindan las fuentes permiten rastrear la labor social y asistencial, impulsada tanto con los propios miembros, como con las personas enfermas y pobres que viven en la ciudad.

La cofradía de la Vera Cruz, según afirma fray Alonso de Torres, va a gozar de los beneficios espirituales concedidos por Paulo III a la del mismo título de Toledo, desde el 30 de julio de 1538 y se localiza en la iglesia de los franciscanos observantes de San Pedro el Real en una espaciosa capilla, donde se veneran y reciben culto sus titulares, el Santo Cristo de las Maravillas y Nuestra Señora del Milagro. Realiza estación de penitencia el Jueves Santo con una procesión de disciplinantes.

Testigo de la historia. Claustro y espadaña del convento franciscano de San Pedro El Real.

Testigo de la historia. Claustro y espadaña del convento franciscano de San Pedro El Real. / Jesús Mohedano

La labor social de esta hermandad se centra en el reparto de dotes para casamiento de doncellas pobres, gracias a la dotación económica de 400 ducados hecha por un mercader de corambre. También asume la obligación, desde el momento de su fundación, de enterrar a los ajusticiados en las sepulturas que dispone para este fin en el mencionado cenobio de la orden seráfica. A mediados del siglo XVI se crea la hermandad de Nuestra Señora de las Angustias, que se establece en la capilla de la Magdalena de la iglesia conventual de los agustinos. La posesión tiene lugar en marzo de 1558, fecha en la que se firma con la comunidad una escritura en la que se especifican las obligaciones contraídas por ambas partes.

La organización y funcionamiento de la cofradía aparecen descritos de forma detallada en las reglas aprobadas por el titular de la silla episcopal de Osio en abril de 1570. Constan de 42 capítulos que regulan el ingreso de los cofrades, la elección del prioste o hermano mayor, la disciplina del Viernes Santo, la celebración de cabildos y fiestas religiosas, las misas en sufragio de las almas de los hermanos fallecidos y la atención a pobres y enfermos.

Las reglas desarrollan la importante labor social de la hermandad con los propios miembros. Uno de los capítulos establece la obligación de asistir y velar a los enfermos en trance de muerte que no tengan familia. También la ayuda material a los hermanos faltos de salud y carentes de recursos se contempla en otro de los capítulos. El socorro ofrecido en estos casos es de dos maravedís que se deberán entregar el sábado de cada semana.

Asimismo, la normativa legal vigente impone la solidaridad con los hermanos pobres que se encuentran en prisión por deudas. Si la cantidad por la que se hallan encarcelados es de quinientos maravedís, la cofradía tiene el deber de aportarlos y de esta forma conseguir la libertad del detenido. En el supuesto de que en ese momento el arca no tenga dinero disponible, se recurre a los cofrades para que lo presten y les sea reintegrado posteriormente.

Hermandad de las Angustias. Su acción social se extendió más allá de la cofradía en sus comienzos.

Hermandad de las Angustias. Su acción social se extendió más allá de la cofradía en sus comienzos. / Chencho Martínez

También la hermandad costea los gastos de trasladar el cadáver de los cofrades sin medios económicos que fallezcan fuera de la ciudad siempre que el óbito no se produzca a más de una legua de distancia. Además, debe enterrar el cuerpo del difunto en las sepulturas que posee en la capilla del templo de San Agustín y oficiar una misa de réquiem cantada y cincuenta rezadas en sufragio de su alma.

La acción social de las Angustias se proyecta, asimismo, fuera de la cofradía y se extiende a todos los menesterosos que residen en la ciudad. Las constituciones establecen en uno de sus capítulos la obligación de dar de comer el Jueves Santo a doce pobres de los más necesitados en recuerdo de la Sagrada Cena de Jesús con los discípulos.

Al igual que en el refectorio de la comunidad, en el curso del agasajo ofrecido, un religioso del convento va leyendo pasajes de la Pasión y, al finalizar, se les entrega a cada uno una limosnas en metálico. También en tan señalada fecha del calendario litúrgico se reparte una ración de pan y pescado a todos los desvalidos que acudan a la capilla de la hermandad en busca de sustento.

El cumplimiento estricto de esta obligación se halla supeditado a los recursos que disponga la cofradía en ese momento. Lo mismo ocurre con las cuatro dotes que se asignan anualmente para el casamiento de huérfanas, como lo estipulan las propias reglas. La convocatoria se publica mediante la fijación de carteles en los sitios públicos acostumbrados, como son en la puerta de las iglesias de los conventos de San Pablo y San Pedro el Real y en la del Perdón del templo catedralicio. La selección de las candidatas se realiza atendiendo al criterio de mayor necesidad, aunque si hubiera alguna doncella «hija de cofrade o cofrada se prefiera al extraño». Las reglas más antiguas son las de la cofradía de la Santa Resurrección que se aprueban por el provisor general del obispado en sede vacante Pedro Fernández de Valenzuela, dignidad de maestrescuela y canónigo del cabildo catedralicio, el 1 de junio de 1562.

El principal acto religioso es la procesión que sale en la mañana del Domingo de Resurrección, después de maitines de la ermita de los Santos Mártires, y se dirige a la iglesia parroquial de Santa Marina, donde tiene lugar una solemne misa cantada y sermón. Al finalizar la ceremonia, el cortejo regresa al lugar de partida. Forman parte de la comitiva los miembros de la hermandad que portan en las manos cirios encendidos y ramos verdes.

Desde el origen la hermandad del Resucitado marca el colofón a la Semana Santa cordobesa que se está configurando a lo largo del último tercio del siglo XVI. También se establece un vínculo con la sede canónica del templo de Santa Marina y el barrio del mismo nombre, que ha permanecido de manera ininterrumpidamente hasta la actualidad.

Iglesia de Santa Marina. Las imágenes de Jesús Resucitado y la Virgen de la Alegría, el Domingo de Resurrección de 2024.

Iglesia de Santa Marina. Las imágenes de Jesús Resucitado y la Virgen de la Alegría, el Domingo de Resurrección de 2024. / Manuel Murillo

Las mencionadas constituciones abordan en uno de los capítulos la acción caritativa centrada en los hermanos de la cofradía que, por diversas circunstancias de la vida, se encuentren en la más absoluta pobreza o se hallen enfermos. En estos casos se les socorre con una ayuda en metálico de dos maravedís semanales que se recaudan mediante una demanda. La cantidad fijada es la misma que hemos visto en las reglas de 1570 de las Angustias.

La hermandad bajomedieval de San Bartolomé, al igual que la mayoría de las asistenciales que mantienen a sus expensas hospitales, lleva una vida bastante precaria y esta situación favorece la introducción de una serie de mutaciones en los años setenta del siglo XVI. Sin duda, el cambio más importante, como hemos señalado, es el darle un enfoque penitencial bajo la advocación de Jesús Nazareno. Ello no significa en modo alguno la pérdida de su primitivo carácter e identidad, puesto que en el nuevo título -Jesús Nazareno y San Bartolomé- se conserva el nombre originario y el hospital continúa albergando a vecinos pobres.

Por tanto, presenta unos rasgos muy singulares que la diferencian de casi todas las cofradías que participan en la Semana Santa cordobesa en las décadas finales de la centuria del quinientos. La faceta penitencial se conjuga con la asistencial, una herencia medieval que va a ser totalmente asumida.

La nueva estructura de la cofradía de Jesús Nazareno y San Bartolomé resulta bien conocida, gracias a las reglas aprobadas el 21 de marzo de 1579 por el prelado de la diócesis fray Martín de Córdoba y Mendoza. Llaman la atención por el reducido número de capítulos -nueve- y, en contraposición, por la rica información que contienen. Aparte de recoger una serie de aspectos que aparecen en la mayoría de las cofradías, aportan información muy valiosa y completa sobre los elementos integrantes del cortejo procesional, el itinerario que recorre en la madrugada del Viernes Santo y el hábito de los penitentes.

La acción caritativa de la cofradía nazarena es doble. De un lado, el mantenimiento de seis camas en su hospital para albergue de personas sin recursos y, de otro, la comida y limosna dadas a 12 pobres el Jueves Santo como ordenan las constituciones.

En el mismo año que se aprueban las reglas de Jesús Nazareno, la cofradía asistencial del Santo Crucifijo y San José, integrada por albañiles y carpinteros en el hospital del mismo título en la plaza de la Magdalena, introduce cambios en sus primitivas constituciones en el cabildo general celebrado el 27 de septiembre para darle una orientación penitencial.

La acción caritativa en el XVII

La labor social y asistencial con los pobres y enfermos de las cofradías penitenciales cordobesas se acrecienta a lo largo de la centuria del seiscientos, como consecuencia del agravamiento de la situación que padecen. Un factor determinante van a ser las trágicas secuelas que dejan los tres brotes epidémicos que azotan al vecindario en ese período cronológico.

La peste de 1649-50 es la que arroja un mayor balance de víctimas y en tan críticas circunstancias las hermandades penitenciales se vuelcan en la atención a la masa de afectados que reciben atención sanitaria en el hospital real de San Lázaro.

Una de ellas es la de la Vera Cruz que sale en procesión de rogativa con las imágenes de su titular el Cristo de las Maravillas y a sus pies san Francisco de Asís para hacer entrega a los enfermos, ingresados en el establecimiento regidos por los hermanos de san Juan de Dios, de ropa y alimentos. Entre los cuales se hallan gallinas, carneros, pan, vino, bizcochos, melones, pasas y almendras.

Sin duda, la cofradía penitencial que destaca en la atención a los pobres y enfermos es la de Jesús Nazareno que a partir de 1617 inicia un marcado proceso de aristocratización al cambiar el capítulo de las reglas que trata sobre los requisitos para ingresar en la hermandad. Sus miembros van a llevar a cabo en el siglo XVII una meritoria labor en el plano asistencial con los más desfavorecidos.

Al sostenimiento de las seis camas del antiguo hospital hay que sumar otras iniciativas como la expuesta por el hermano mayor don José de Valdecañas y Herrera en el cabildo general celebrado a principios de marzo de 1629. En esta fecha propone la implantación de un refugio de pobres, siguiendo el ejemplo de otros núcleos urbanos como Madrid y Toledo.

Jesús Nazareno. La caridad es un rasgo que define a una gran arte de las hermandades en la Edad media y primera mitad del siglo XVI en Córdoba.

Jesús Nazareno. La caridad es un rasgo que define a una gran arte de las hermandades en la Edad media y primera mitad del siglo XVI en Córdoba. / Córdoba

La idea de poner en marcha el proyecto surge del doctor Lucas González de León, canónigo magistral de la catedral y predicador de reconocido prestigio, y la cofradía de inmediato lo hace suyo. La crisis económica desencadenada en esta centuria afecta de lleno a la urbe cordobesa y un gran número de menesterosos recorre las calles en busca de ayuda. En este contexto se enmarca el programa de acción social, acogido de forma unánime por los hermanos con entusiasmo.

La obra del refugio de pobres cobra una gran vitalidad en las décadas siguientes, merced a las copiosas limosnas de la sociedad cordobesa que reconoce y apoya la labor asistencial de la cofradía de Jesús Nazareno. La importancia del fenómeno se manifiesta a través de las disposiciones testamentarias.

El denominado refugio de pobres constituye una prueba harto elocuente de las inquietudes de la hermandad penitencial en la acción caritativa, manteniendo viva la labor asistencial que venía prestando la cofradía de San Bartolomé desde las centurias bajomedievales.

Este caldo de cultivo resulta determinante para que el sacerdote Cristóbal de Santa Catalina establezca en las dependencias de la calle Carchenilla en 1673 la Hospitalidad de Pobres de Jesús Nazareno y la congregación de hermanos y hermanas del mismo título con la misión de garantizar la pervivencia de la encomiable puesta en marcha. El hospital de Jesús Nazareno, de la mano del beato Cristóbal de Santa Catalina, experimenta una profunda transformación y alcanza una mayor dimensión y proyección en la ciudad. Cuenta con el reconocimiento y respaldo de la cofradía y de personas influyentes, como el corregidor Francisco Ronquillo Briceño, quien más tarde alcanza la presidencia del Consejo de Castilla, el célebre dominico fray Francisco de Posadas y el cardenal fray Pedro de Salazar. La meritoria labor y testimonio de vida de Cristóbal de Santa Catalina encuentra un eco de gran resonancia en todos los estratos sociales que se vuelcan con sus limosnas para el sostenimiento de la institución asistencial, como lo reflejan las cláusulas de última voluntad.

Desde 1673, fecha de su ingreso en la hermandad, hasta su muerte ocurrida en julio de 1690, desarrolla una tarea incansable en su puesto de capellán y participa en la estación de penitencia en la mañana del Viernes Santo.

Fray Francisco de Posadas. El célebre dominico mantuvo una estrecha amistad con el Beato Cristóbal de Santa Catalina y le asistió espiritualmente en sus últimos días.

Fray Francisco de Posadas. El célebre dominico mantuvo una estrecha amistad con el beato Cristóbal de Santa Catalina y le asistió espiritualmente en sus últimos días. / Córdoba

En varias ocasiones se le nombra para que los miembros de la cofradía designados acepten el cargo de hermano mayor. El beato Cristóbal de Santa Catalina goza del respeto y admiración de los hermanos de la cofradía nobiliaria penitencial que presta un decidido apoyo económico al sostenimiento del hospital que alberga un buen número de mujeres sin recursos que padecen enfermedades incurables. La figura carismática del fundador de la congregación hospitalaria de Jesús Nazareno despierta un cariño que permanece intacto después de su muerte. Una de las numerosas pruebas la tenemos en la propuesta hecha en 1694 por don Vasco Alfonso de Sousa para que se pida al cardenal Salazar el traslado de sus restos a un sitio preferente de la iglesia. La petición de la cofradía consigue la aprobación del prelado de la diócesis y en septiembre del citado año se deposita el cuerpo del benemérito sacerdote al pie del altar de Jesús Nazareno. El acto cuenta con la presencia del purpurado mercedario y del célebre dominico cordobés fray Francisco de Posadas, quien mantuvo una estrecha amistad con el difunto y le asistió espiritualmente en sus últimos días.

El cuidado de pobres incurables

Entre las hermandades penitenciales cordobesas, que destacan a lo largo del siglo XVIII por su labor caritativa en favor de los pobres y enfermos, brillan con luz propia las de Jesús Nazareno y Nuestra Señora de los Dolores. Ambas colaboran estrechamente con sendos hospitales de incurables.

La de Jesús Nazareno mantiene un constante respaldo económico durante la centuria del setecientos al sustento y curación de las mujeres acogidas en el hospital homónimo. Las cuentas de la hermandad reflejan puntualmente las partidas destinadas a sufragar las comidas extraordinarias con que se agasajan a las residentes en Semana Santa y en dos fiestas muy celebradas en la casa hospitalaria, como son las de san Bartolomé y Nuestra Señora del Pilar el 24 de agosto y el 12 de octubre, respectivamente.

De hospital a residencia. El Hospital Jesús Nazareno atendía, aun en el siglo XIII, a reclusos y personas pobres que pululaban por la ciudad.

De hospital a residencia. El Hospital Jesús Nazareno atendía, aun en el siglo XIII, a reclusos y personas pobres que pululaban por la ciudad. / Córdoba

También la labor asistencial de la cofradía se activa en situaciones calamitosas que inciden con mayor gravedad en las personas más desfavorecidas de la sociedad cordobesa. Una de las situaciones más críticas se produce en 1737 y los hermanos nazarenos van a dejar una huella bien patente de su acreditada labor caritativa.

La prolongada sequía de la primavera de 1737 tiene efectos muy perniciosos en el abastecimiento de trigo a la población. La escasa cosecha origina la falta de cereal y el alza de los precios del pan. Ello significa la aparición del fantasma del hambre en aquellos grupos sociales carentes de recursos. La dramática situación se agudiza con el contagio que castiga trágicamente al vecindario hasta julio de 1738 que se cobra una elevada cifra de muertos.

En este contexto hay que situar la procesión de rogativa que la hermandad organiza en marzo de 1737 en solicitud de la ansiada lluvia. A este efecto se convoca un cabildo extraordinario en el que se propone sacar la imagen de Jesús Nazareno a impetrar el favor divino. Unos días más tarde el conde de Valdelagrana, mayordomo de la cofradía, comunica a los hermanos la intención de pedir limosnas con las que poder socorrer a los desvalidos. El llamamiento hecho tiene una respuesta favorable y de inmediato se traza un plan de ayuda dirigido a los pobres vergonzantes, los de la cárcel y los acogidos en los hospitales de Jesús Nazareno y San Jacinto.

A partir del 25 de marzo se acuerda enviar comida los lunes y miércoles de cada semana a los reclusos y distribuir limosnas a las personas recogidas en los citados establecimientos asistenciales y a la legión de menesterosos que pululan por las calles de la ciudad.

Las limosnas destinadas a los pobres vergonzantes se entregan al jesuita P. Juan de Santiago, quien mantiene unos estrechos lazos con los miembros de la cofradía de Jesús Nazareno. Las raciones de comida consisten en «media libra de pan, un cuarterón de bacalao en los días de pescado y en los de carne la misma ración de pan, un cuarterón de carne, unas aceitunas y un par de naranjas por postre».

La asistencia a los pobres se prolonga en los meses siguientes, debido a la carestía de víveres. Durante el verano la situación adquiere tonos alarmantes y las atenciones prestadas resultan insuficientes, de ahí que el conde de Valdelagrana solicite con urgencia el incremento de las limosnas. La petición tiene el compromiso de la cofradía del envío diario de comida a los presos.

También el hospital de pobres incurables de San Jacinto cuenta con la ayuda material de los miembros de las dos cofradías erigidas en su iglesia sucesivamente bajo la advocación de Nuestra Señora de los Dolores

Hermandad de los Dolores, vinculada al denominado hospital de San Jacinto desde el siglo XVIII.

Hermandad de los Dolores, vinculada al denominado hospital de San Jacinto desde el siglo XVIII. / Manuel Murillo

La primera es de carácter rosariano y nace el 14 de febrero de 1717, fecha en la que se designan los integrantes de la junta de gobierno y se acuerda celebrar en la cuaresma de ese año un septenario y fiesta en honor de la titular. También se decide salir cantando el rosario por las calles todos los viernes y días de fiesta por la noche.

Unos meses más tarde se elige hermano mayor a Francisco de Almoguera Arrepiso, quien encarga una nueva imagen de la titular al escultor Juan Prieto. A primeros de abril de 1718 el artista entrega la obra y de inmediato la cofradía solicita al obispo licencia para sacarla en procesión el Domingo de Ramos como colofón a los actos del septenario doloroso. También se pide autorización para depositarla en la iglesia del hospital de San Jacinto mientras la hermandad permanezca en el templo, dejando bien claro que la efigie es de su propiedad.

Sin embargo, el desencuentro con el capellán del hospital, Jacinto Cuadrado de Llanes, por el reparto de las limosnas del cepo provoca la salida de la hermandad y su traslado en mayo de 1728 al cercano de los Desamparados perteneciente al gremio de los sederos, pero el permiso para llevarse la imagen va a ser denegado por el obispo Marcelino Siuri.

Con la reorganización de la congregación de Nuestra Señora de los Dolores en 1746 se potencia la devoción de la imagen de Juan Prieto, experimentando un impulso los principales actos de culto -septenario y función religiosa del Viernes de Dolores- y salida procesional del Domingo de Ramos con la que se abren los desfiles de la Semana Santa.

Hoy como ayer, las cofradías de Jesús Nazareno y Nuestra Señora de los Dolores siguen vivas y activas en nuestra ciudad, haciendo una encomiable labor caritativa que tiene como referencia a los antiguos hospitales del mismo título, actualmente transformados en centros de acogida de personas mayores.

Tracking Pixel Contents