LA PASIÓN EN CÓRDOBA

El costumbrismo en la Semana Santa cordobesa

El entorno en el que se desarrollan los desfiles penitenciales, la riqueza del exorno de las imágenes y, sobre todo, la singularidad con la que en muchos casos se lleva a cabo esta tradición hacen de ella algo único. El costumbrismo reflejó fielmente una esencia que no siempre fue bien entendida

SEMANA SANTA EN SEVILLA CUADRO DE JOSEPH SAINT GERMIER EN LA QUE SE OBSERVA UNA PROCESIÓN EN 1891. | COLECCIÓN CARMEN THYSSEN-BORNEMISZA

SEMANA SANTA EN SEVILLA CUADRO DE JOSEPH SAINT GERMIER EN LA QUE SE OBSERVA UNA PROCESIÓN EN 1891. | COLECCIÓN CARMEN THYSSEN-BORNEMISZA / José Manuel Cano de Mauvesín Fabaré Historiador y escritor

José Manuel Cano de Mauvesín Fabaré

A lo largo del siglo XIX se sucedieron de manera acelerada grandes descubrimientos y avances científicos que hicieron necesario reivindicar ciertas costumbres para reforzar la identidad de la sociedad europea en un contexto de profundos cambios. Surgía así el costumbrismo como movimiento artístico en el que se representarían el folclore, las costumbres y las estampas más pintorescas que conformaban la tradición de cada lugar. Desarrollado a partir de las tesis estéticas del Romanticismo, se manifestó especialmente en la literatura y pintura del siglo XIX, asociado, sobre todo, a España y lo español, aunque llegaría a difundirse también por el resto de Europa y América.

A diferencia del realismo, con el que mantiene una estrecha relación, este movimiento no realiza un análisis de los usos y costumbres que relata. Es, por tanto, un mero retrato que no cuestiona, simplemente trata de recuperar el tesoro etnográfico (tradiciones y folclore) ante la amenaza que suponía la Revolución Industrial, con el consiguiente éxodo del campo a las ciudades, que desarraigaba al individuo y le hacía perder su identidad más autóctona. Esta sería la esencia de la literatura costumbrista que en su afán por mostrar lo pintoresco acabaría desarrollando un estilo propio frente a las propuestas marcadamente científicas del historiador, el sociólogo o el etnógrafo.

En ese contexto, Andalucía no se presentaba como el sur de España, sino como el oriente de Europa y, siguiendo la estela de un pasado legendario, Córdoba, la gran metrópolis de al-Andalus, habría de ser su capital. Los viajeros románticos, europeos y norteamericanos, que visitaron la ciudad durante ese periodo contribuirían a divulgar esa genuina estampa, ese mito español que les había atraído a la Península y que se reflejaba en cada texto y en cada grabado de quienes buscaban el pintoresquismo al que se ha hecho referencia. Gustave Doré, David Roberts, Constantin Meunier o Mauricio Rugendas, por citar algunos de los más representativos, plasmaron esa España mágica, monumental y costumbrista en la que no habrían de faltar las escenas relacionadas con las cofradías y la Semana Santa.

PETIMETRA ESPAÑOLA. UNA MUJER CON MANTO CON MOTIVO DE LA LA SEMANA SANTA, UNA ILUSTRACIÓN HABITUAL QUE YA APARECE EN EL SIGLO XVIII. LA IMAGEN PERTENECE AL ARCHIVO MAUVESÍN

PETIMETRA ESPAÑOLA. UNA MUJER CON MANTO CON MOTIVO DE LA LA SEMANA SANTA, UNA ILUSTRACIÓN HABITUAL QUE YA APARECE EN EL SIGLO XVIII. LA IMAGEN PERTENECE AL ARCHIVO MAUVESÍN

Con anterioridad, y pese a la importancia que durante la etapa barroca adquieren estas manifestaciones de fervor popular, pintores y literatos no se sintieron atraídos por la temática, de modo que no será hasta bien entrado el siglo XIX cuando aparezcan creaciones artísticas que reflejen el ambiente de las procesiones y lo harán, en un principio, de la mano de los viajeros románticos que en sus grabados y pinturas captan el momento. Pintan el bullicio de las calles, los pasos y las filas de nazarenos, pero sin ánimo de identificar más allá que un mero escenario, como podría ser la catedral o los exteriores de alguna iglesia. Se buscaba, como se ha dicho, captar una atmósfera, una especie de instantánea que giraría frecuentemente en torno al monumento más representativo de la ciudad. Así lo vemos, por ejemplo, en la litografía titulada «Mezquita de Córdoba», donde el pintor, acuarelista y orientalista inglés John Frederick Lewis plasmó una escena donde no faltaría la clásica visión del bosque de columnas. En esta obra, realizada en 1832 y difundida tras su impresión cuatro años más tarde, aparece una procesión de clérigos, revestidos con sus ornamentos litúrgicos, que portan un estandarte, mientras son observados por dos frailes y un grupo de personas sencillas se arrodillan a su paso. Las peculiares formas de celebrar la Pasión en Andalucía captaron pronto la atención de quienes experimentaron esa «métamorphose d’avril», tal y como la definiría Antoine Latour, secretario del duque de Montpensier. No era de extrañar, por tanto, que en sus escritos hubiera referencias explícitas a la Semana Santa, denotando con frecuencia unos sentimientos encontrados donde la defensa de una fe sin artificios entraba en conflicto con «esa fiebre de placer» que se apoderaba del ceremonial religioso. Así lo consideraría igualmente el escritor Eugène Poitou, para el que la Semana Santa era una «gran función» a la que los lugareños acudían como si fuesen a una corrida de toros. Durante su viaje por España en 1866, pudo conocer los desfiles penitenciales y sentirse impresionado, aunque no gratamente, por «esos ojos tenebrosos que te miran bajo esas capuchas». El parecido que encontró entre las hermandades y las escenas de algunos cuadros que debía haber visto sobre autos de fe de la Inquisición debió influir, sin duda, en su percepción negativa.

Las impresiones de los viajeros románticos no serían las únicas fuentes para la reconstrucción de las procesiones decimonónicas y para tal fin se podría contar igualmente con una interesante base documental conservada en los archivos históricos de los municipios o en el diocesano, donde se encuentran los detallados informes que los párrocos elaboraron a instancias del obispo Trevilla en los primeros lustros del siglo XIX. No obstante, las descripciones más exhaustivas y costumbristas aparecerán en la literatura del final de la centuria, en la que escritores como Juan Valera o Ricardo de Montis trasladarán a sus obras interesantes pasajes a través de los que podrían analizarse numerosos aspectos de la Semana Santa cordobesa.

El ambiente decimonónico

Para el escritor y periodista Ricardo de Montis, el ambiente que se vive en Córdoba en la tarde y noche del Jueves Santo ocupará un lugar destacado en sus ‘Notas cordobesas’. La visita a los Sagrarios es un buen ejemplo de ello: «En las primeras horas de la tarde comenzaba la visita a los Monumentos, la cual originaba un espectáculo grandioso. Córdoba entera lanzábase a la calle para cumplir esta piadosa práctica, ostentando sus galas mejores. Los caballeros, el frac y el sombrero de copa; las damas, los trajes de seda, la mantilla de blondas y alhajas valiosísimas; la nobleza, sus vistosos uniformes, cruces y bandas; los hombres del pueblo, el traje de paño burdo, las botas con casquillos de charol y el sombrero cordobés recién planchado; las mujeres de la clase humilde, la falda negra y la mantilla de felpa o de estameña».

SEVILLA A FINALES DEL SIGLO XIX AJUSTICIACIMIENTO DE JUDAS DE PAJA EN UN PATIO DE VECINOS DE SEVILLA.

SEVILLA A FINALES DEL SIGLO XIX AJUSTICIACIMIENTO DE JUDAS DE PAJA EN UN PATIO DE VECINOS DE SEVILLA.

Además del que se instalaba en la Catedral, de grandiosas dimensiones, los Monumentos de las iglesias conventuales solían despertar gran interés entre los cordobeses que, durante toda la noche, visitarían también los altares domésticos instalados en numerosas viviendas de los barrios más castizos. En las ‘Notas cordobesas’ se describe detalladamente la forma en que se realizaban, a la vez que se narra el formidable ambiente que se vivía en torno a ellos: «El número de estos altares era extraordinario en los barrios bajos de la población, especialmente en los de Santa Marina y San Lorenzo, donde se erigían hasta en las viviendas más pobres. Elegíase, para instalarlo, la mejor habitación, prefiriéndose una del piso bajo que tuviera ventanas a la calle. Ante el muro principal, utilizando mesas, cajones, tablas y todo lo aprovechable, construían el altar, un altar muy elevado, con muchos cuerpos. Vestíanlo de telas rojas y blancos manteles y llenábanlo de efigies, de jarrones, de candelabros, de vasos con flores y velas. Cubrían las paredes con vistosas colgaduras, generalmente colchas, colgaban del techo lámparas y gasas recogidas en pabellones; extendían en el suelo, a guisa de alfombras, mastranzos y pétalos de rosas y completaban el decorado con macetas y flores artificiales».

Pero, sin duda, la principal característica que hace de este escritor el paradigma del costumbrismo literario en la Semana Santa cordobesa será la elocuencia con la que narra determinados momentos como la salida procesional de la hermandad del Caído: «Avanza la noche, millares de personas dirígense hacia la puerta del Colodro, dificultando el tránsito por sus inmediaciones. Lentamente ábrese la puerta del templo de San Cayetano y aparecen las imágenes de Nuestro Padre Jesús Caído y Nuestra Señora del Mayor Dolor. La procesión desciende por la cuesta que hay desde el convento de San Cayetano hasta la puerta del Colodro, presentando un golpe de vista hermoso, fantástico, indescriptible. La doble hilera de cirios simula, contemplándola a distancia, dos sierpes de fuego que bajan, ondulando, del campo a la ciudad y se pierden entre la muchedumbre. La comitiva se interna en las revueltas calles del barrio invadidas por un inmenso gentío que se apiña para dejarle paso y vibran, sin cesar, en los oídos, las notas de las saetas sentimentales, tristes, como ayes desgarradores». Igualmente, la descripción que hace del cortejo procesional, refleja en su narrativa ese deseo de trasladar el momento preciso, la escena vivida en el instante que tanto caracterizaba al costumbrismo: «A la efigie de Jesús Caído rodeábala su fervorosa hermandad, constituida por los famosos toreros del barrio de la Merced, delante del paso iba Lagartijo, el hermano mayor, que parecía una figura romana arrancada de un medallón antiguo».

Las tradiciones más singulares

En la provincia, los datos costumbristas más significativos nos los ofrece Juan Valera en su memorable ‘Juanita la Larga’. Aunque el nombre de la localidad en la que centra la obra es Villalegre, numerosas referencias serían trasunto de las celebraciones llevadas a cabo en Cabra, Doña Mencía, Baena, Puente Genil o Rute. Las singularidades de la Semana Santa decimonónica, que se mantenían desde la etapa barroca en los pueblos del sur de Córdoba, quedarán fielmente narradas por el escritor y diplomático egabrense.

Entre otros detalles, la costumbre de agasajar con dulces a los participantes en las procesiones que, por romper el ayuno de los días santos, disgustaba sobremanera a los prelados, quedaría constatada en el siguiente pasaje: «(...) de modo que los días que preceden a la Semana Santa no daba para a la mano ni a la mente, acudiendo a las casas de los Hermanos Mayores de las cofradías para hacer las esponjosas hojuelas, los gajorros y los exquisitos pestiños, que se deshacían en la boca y con los cuales se regalaban los apóstoles, los nazarenos, el santo rey David y todos los demás profetas y personajes gloriosos del Antiguo y del Nuevo Testamento que figuraban en las deliciosas procesiones que por allí se estilaban».

No era asunto baladí esta ruptura del ayuno por parte de una buena parte de la población cordobesa, ya que con frecuencia las jerarquías religiosas insisten en la necesidad de eliminar para siempre la que consideraban una de las costumbres más perniciosas. Así ocurre, por ejemplo, cuando el obispo Pedro Antonio de Trevilla insta al conde de Montijo, presidente de la Real Chancillería de Granada, a que mantenga sus disposiciones prohibitivas en Lucena argumentando que «por la noche se reunían en dicha ciudad grandes cuadrillas de hombres y mujeres que, alborotando y divirtiéndose por todas las calles y plazas, teniendo espléndidos convites, comilonas y borracheras y quebrantando todos el ayuno en un día tan santo, se preparan para la espresada procesión».

SIGLO XIX PROCESIÓN DE DISCIPLINANTES EN UNA OBRA DE GOYA.

SIGLO XIX. PROCESIÓN DE DISCIPLINANTES EN UNA OBRA DE GOYA.

Aquellas razonadas protestas no debieron surtir mucho efecto ya que al final de la centuria las descripciones de Ricardo de Montis en sus ‘Notas cordobesas’ evidenciaban que, incluso en la capital de la provincia, poco o nada había cambiado: «Millares de hombres y mujeres, formando animados grupos, recorrían la población para ver los altares; deteníanse ante aquellos preciosos sagrarios de la fe del pueblo; los hombres se descubrían y nunca faltaba uno que entonase una saeta vibrante y sentida, a la que contestaba con otra, llena también de sentimiento, cualquiera de las mozas que pasaban la noche velando al Señor en el oratorio improvisado. Los dueños de los altares invitaban a sus amigos y conocidos, si se detenían a cantar ante aquellos, para que entrasen en la casa y los obsequiaban con tortas y aguardiente».

También Valera ofrecía en ‘Juanita la Larga’ su particular visión sobre las prohibiciones decretadas por los prelados en la centuria que le vio nacer. De este modo, la percepción que había tenido el obispo Pedro Antonio de Trevilla con respecto al barroquismo de las procesiones, contrastaba ampliamente con lo que opinaba al respecto el propio autor: «(...) las procesiones de Semana Santa empiezan el miércoles y terminan el sábado. Yo, que las he visto en mi niñez, en otra población donde son muy parecidas a las de Villalegre, conservo de ellas el más poético recuerdo, por donde imagino que las personas que las censuran carecen de facultades estéticas o las tienen embotadas. Hasta la rudeza campesina de algunos accidentes presta a la representación de que hablo candoroso hechizo. Acaso había accidentes o episodios en dicha representación en que lo sagrado y lo profano, lo serio y lo chistoso y lo trágico y lo cómico desentonaban algo. Celosos y discretos obispos han hecho sin duda muy bien en suprimir estas discordancias o salidas de tono, pero lo esencial de la representación, que consta de procesiones y de pasos, sigue todavía y hubiera sido lástima suprimirlo, hubiera sido un crimen de lesa poesía popular. A mi ver, hasta el corregir, atildar y perfeccionar lo que se hace, aunque no niego que se presta al atildamiento y a la mejora, es menester andarse con tiento. Puede ocurrir, si es lícito que yo me valga de un símil literario, lo que ocurre con un escrito en verso o prosa cuando el autor, por el prurito de acicalar el estilo, manosea, soba y marchita lo que escribió y lo dejó mustio, lamido y sin espontaneidad ni gracia. Conviene además, para ver aquello con fruto y penetrar su hondo sentido, prescindir de refinamientos y de ideas de lujo y de exactitud indumentaria, adquiridas en ciudades más ricas y populosas. Solo así y reflexionándolo bien se percibe lo sublime y lo bello de la verdad dogmática que bajo el velo del símbolo resplandece. Menester es que no se arredre por lo áspero de la corteza el que anhela gozar del dulce alimento que para el espíritu ella cela y contiene».

SEMANA SANTA DE CABRA PASO EN EL QUE SE REPRESENTA EL SACRIFICIO DE ISAAC, A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX.

SEMANA SANTA DE CABRA. PASO EN EL QUE SE REPRESENTA EL SACRIFICIO DE ISAAC, A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX.

No debió opinar así unas décadas antes el vicario de las iglesias de Bujalance, Bartolomé Torralbo y Rojas, cuando informaba al obispo cómo había conseguido que se cumpliesen las prohibiciones decretadas, así como de la ayuda que para ello había recibido del corregidor de la ciudad: «Se han celebrado las procesiones de Semana Santa con arreglo a las órdenes de V.S.Y. según entiendo y con mucha devoción. En las dos cofradías que las han sacado no notaba otro exceso que ir niños bestidos de ángeles para llevar la cola del manto de María Santísima y Jesús Nazareno echar la bendición por movimiento de cordeles de que tiraba un hombre, y en el cabildo del año pasado se propuso por mí que de ningún modo volvieran a salir los ángeles ni a echar Jesús la bendición en los términos que la echaba. En lo que convinieron las cofradías, cuyo acuerdo volvió a leerse en otro cavildo en este año el domingo antes del de Ramos para que más bien se cercioraran todos de lo que ha coadyubado el zelo de este cavallero corregidor que iba en las procesiones y comisionó a sus dependientes para que vigilaran sobre el buen orden y evitaran todo exceso».

Por el contrario, en poblaciones cercanas las figuras de ángeles representadas por niños se mantendrán inalterables llegando incluso a nuestros días. Así lo encontramos en Baena, donde las gestiones del guardián de los franciscanos darían su fruto para mantener el sermón y las representaciones que llevaba a cabo la cofradía de Jesús Nazareno. Del mismo modo ocurriría en otros municipios cercanos como Cabra, donde a finales de siglo todavía se mantenían esas figuras. Uno de los pasajes de la novela ‘Juanita la Larga’ así lo confirma: «(...) Enseguida aparece, en otro balcón de la casa mejor que está enfrente del Ayuntamiento, el niño de seis o siete años más bonito, más inteligente y de más dulce voz que en el lugar hay; y primorosamente vestido de ángel, con tonelete de raso blanco bordado de estrellitas de oro, con refulgentes alas y con corona de flores, canta una sencilla y sublime contrasentencia, que comienza diciendo: Esta es la justicia que manda hacer el Eterno Padre...».

En otros lugares, como Pozoblanco, durante este periodo desaparecerán algunas de las tradiciones que hubieran aportado, sin duda, la visión más costumbrista de su Semana Santa y es que en esta localidad del norte de Córdoba se realizaban también escenificaciones del tipo a las que proliferaban en la Campiña y Subbética. De este modo, llegando la procesión de la mañana del Viernes Santo al lugar conocido como Pozo de Ánimas, los miembros de la hermandad de los Sayones llevaban a cabo el Prendimiento con la imagen del Nazareno. A continuación, se representaría el Lavatorio de Pilatos con la consabida sentencia que se volvería a pregonarse en otro tramo del recorrido donde las «Niñas de Jerusalén» se arrodillaban ante el Cristo con la Cruz a cuestas. Igualmente, las imágenes de la Verónica y san Juan Evangelista realizarían diferentes pasos en el transcurso de la procesión, mientras que la Virgen de los Dolores emularía el encuentro con el Nazareno en la calle de la Amargura, tras el cual se volvería a leer la sentencia y los sayones, del mismo modo que sus homónimos baenenses, representarían el sorteo de la túnica de Cristo.

PROCESIÓN EN LA MEZQUITA DE CÓRDOBA ILUSTRACIÓN EN LA QUE JOHN FREDERIC LEWIS MUESTRA UNA PROCESIÓN EN 1836.

PROCESIÓN EN LA MEZQUITA DE CÓRDOBA. ILUSTRACIÓN EN LA QUE JOHN FREDERIC LEWIS MUESTRA UNA PROCESIÓN EN 1836.

Este tipo de tradiciones no serían bien acogidas por el vicario Antonio Galán Gutiérrez, que influenciaría para que desaparecieran sin que, en este caso, como llegó a ocurrir en otras poblaciones cordobesas, hubiera ningún tipo de resistencia por parte del vecindario. El informe que remite al obispo así lo corrobora: «(...) por lo respectivo a desórdenes no hay ningunos en este pueblo, pues los que antiguamente se experimentaban, luego que entré en mi destino, me propuse cortarlos y efectivamente conseguí desterrarlos sin disgusto particular de los naturales del pueblo por cuya razón S.Y. en la Santa Pastoral Visita que hizo en esta el año 1815, no haviendo encontrado desórdenes algunos dignos de remedio, no tubo motivo para dar Decretos relativos a el arreglo de las procesiones de Semana Santa».

Con la misma docilidad que los anteriores, los cofrades de Almodóvar del Río acataron lo dispuesto por el prelado y eso les permitió conservar algunas de sus más arraigadas tradiciones. Se suprimió el paso del Descendimiento «porque V.S.Y. así se ha servido mandarlo» pero siguió realizándose el de la procesión del Jueves Santo: «(...) los hermanos hacen que la Divina Madre se encuentre con su Santísimo Hijo, precedidas tres genuflexiones y otras tantas al separarse».

«La defensa de las costumbres más arraigadas en las procesiones de Semana Santa originó altercados»

En este informe que remite en 1819 el vicario de la localidad al obispo de Córdoba, se incide mucho en la devoción y recogimiento que observan los cofrades, siendo, sin duda, el motivo por el que muestra cierta indulgencia con otros de los procederes más costumbristas: «En la madrugada del Domingo de Resurrección a la hora que asigna la rúbrica se canta la misa con la solemnidad posible, predica el cuaresmal y concluido todo sale procesionalmente el Santísimo en custodia portátil que lleva el párroco. La citación es por la calle de la Cochera y la Virgen, vestida de blanco pero cubierta con un manto negro, va en procesión por el lado opuesto que es el de la calle del Hospital acia la Plaza en donde se hace el encuentro, precedidas tres genuflexiones por la Soberana Reyna y a la última se le quita el manto negro quedando ya de gala. En esta ocasión y al entrar en la parroquia es cuando son los tremendos gritos de Viva María Santísima. A excepción de esto, todo lo demás se practica con muchísima devoción».

Por el contrario, en otros municipios como Fernán Núñez, Baena y Castro del Río, la defensa de las costumbres más arraigadas en las procesiones de Semana Santa originó altercados que incluso en el último de los casos llevó al corregidor, Benito Polo Moreno, a dejar en suspenso las prohibiciones del obispo y en evitación de males mayores ordenar que «salgan las tres procesiones que ha sido costumbre en esta villa por la carrera que siempre han seguido».

Una estética heredada del Barroco

A pesar de los enconados esfuerzos por depurar las formas barrocas de la Semana Santa, en el último cuarto de la centuria decimonónica se mantenían muchas de ellas e incluso eran numerosas las voces que abogaban por que siguieran marcando la estética de las procesiones. Así lo defendía el escritor y político Juan Valera cuando justificaba las representaciones bíblicas y, en contra de lo esgrimido por los prelados, aseguraba que quienes participaban en ellas lo hacían con la mayor compostura: «La representación no se limita a ofrecer al pueblo un trasunto de la pasión y muerte de Cristo y de la redención del mundo sino que en cierto modo abarca todo el plan divino y providencial de la historia, como el famoso discurso de Bossuet. Los seres humanos sin duda no se juzgan dignos de representar a los seres divinos ni se creen idóneos para ello y temen profanar la acción interviniendo en ella inmediatamente. De aquí que todos los momentos de alto misterio de la redención se figuren por medio de imágenes que se llevan en andas y cuyos movimientos silenciosos y solemnes va explicando un predicador desde un púlpito erigido en medio de la plaza y que la muchedumbre rodea. Sólo hablan los seres humanos. Los sobrehumanos callan, salvo algunos ángeles, que cantan lo que dicen». Sin embargo, no en todos los pueblos ocurría así y en los primeros lustros del 1800 los informes que los párrocos envían al obispo ponen de manifiesto la por así llamarla «peculiaridad» de algunas procesiones que, aunque se mantenían invocando a la tradición, estaban plagadas de excesos. El caso de Rute sería un buen ejemplo de ello: «(...) la procesión que llamaban el prendimiento y se hacía extramuros del pueblo y sitio de la Vía Sacra, sin cruz parroquial, Preste ni Ministros y solo con la asistencia del Sr. Juez y Vicario Eclesiástico, en este acto se executaba materialmente paso por paso los de la Pasión Sagrada de Nuestro Redentor Jesucristo, representando a ese Señor un sacerdote vestido de túnica morada y su rostrillo con que cubría la cara; para la execución de este acto concurrían los doce dichos Apóstoles y con el sacerdote dicho celebraban en aquel sitio la Cena, seguía el prendimiento del Señor, para lo qual formaban una compañía ridícula de hombre armados con picas, mandados por uno que hacía de capitán y delante llevaban trompetas y tambores en la forma que dejo ya expuesto, toda esta operación se hacía por seis u ocho hombres vestidos ridículamente y con caretas sumamente orrorosas y feas que llamaban fariseos, estos llevaban y tiraban de las cuerdas que el sacerdote que representaba a Christo llevaba al cuello y en esta forma con estrépito, algaraza y mofa lo presentaban de tribunal en tribunal, para lo cual se formaban estrados donde existían los que representaban a Pilatos, Anás y Caifás, vestidos de capa plubial y mitra a lo griego y también el que hacía de Rey Erodes, en cada uno de los cuales se hacía el paso con al mayor viveza y semejanza; después de sentenciado por Pilatos, se desnudaba al sacerdote en aquella publicidad de la túnica morada y quedava con un vestido muy ajustado, imitando a color de carne, en esta forma los llamados sallones hacían la demostración de azotarle con todo lo demás que ocurrió en este paso y en el de el Ecce Homo con nuestro amado salvador; en seguida le volbían a vestir al Sacerdote la túnica morada, le cargaban la Cruz sobre los hombros y tirado por los dichos fariseos de las cuerdas que le ponían al cuello, corriendo quanto podían desde el sitio de este paso por las calles más públicas del pueblo llevavan al Jesús (como comúnmente llaman) con suma algaraza, mofa, risa y carreras hasta la Hermita de la Vera Cruz de donde salía la procesión que es la que dejo señalada del Jueves en la tarde».

La representación de ciertos pasajes del Antiguo Testamento será otra tradición barroca que perdure hasta finales del 1800 en algunos pueblos de la provincia e incluso se mantenga en nuestros días como una de las señas de identidad en las celebraciones de Semana Santa. El sacrificio de Isaac, conocido en ocasiones como «costalico romero» por las ramas de este arbusto que porta sobre sus hombros el primogénito del patriarca, será de las más recurrentes. De nuevo, Valera nos narra con exactitud cómo se desarrollaba este acto en las últimas décadas de la centuria: «Hay uno, no obstante, que es muy trascendental, y que también los hombres representan. Es la prefiguración, el reflejo profético del sacrificio del Hijo por el Padre: es el sacrificio de Isaac por Abraham en la cumbre del monte Moria y que otro ángel impide. El monte está representado en medio de la plaza por un tablado cubierto de verdura. Abraham e Isaac no hablan, solo accionan. Cuando Abraham tiene ya levantada la cuchilla para sacrificar a su hijo, el ángel le detiene cantando un romance. Isaac recibe entonces la palma del martirio que ostenta en las procesiones de los días siguientes. Abraham sacrifica un cordero, según los antiguos ritos».

La presencia en poblaciones como Puente Genil o Moriles de numerosas figuras bíblicas en los desfiles procesionales, también se describe en la obra con gran exactitud hasta el punto que, en los informes sobre las procesiones de Semana Santa que a principios de la centuria elaboran los párrocos siguiendo el mandato episcopal, aparecen localidades en las que, al igual que en la novela, se les daba a estos personajes los apelativos de «ensabanados» o «encolchados»: «Los principales personajes del Antiguo Testamento discurren en la procesión silenciosos y solemnes, como si la Historia Sagrada tomase cuerpo y apareciese ante nuestros ojos en visión ideal. ¿Qué daña a la mente infantil y a la rústica buena fe que no se ajusta con exactitud esta visión a la verdad arqueológica, y que en ella no se desplieguen el lujo y la pompa, si la imaginación del vulgo los pone allí con creces? A su vista aparecen, y van pasando, Elías, Ezequiel, Daniel, Isaías, Amós y los demás profetas, así como los reyes, jueces y príncipes: Melquisedec, David, Moisés, Salomón y qué sé yo cuántos más. Todos llevan el rostro inmóvil de la carátula; y en las potencias, aureola o nimbo que coronan sus cabezas, inscrito el nombre de cada uno. Distínguese además, por los atributos que en sus manos tienen: David lleva el arpa, Salomón un modelo del templo y Moisés las tablas de la Ley. Como los profetas hicieron vida áspera y penitente, y no se cuidaron muchos del primor y de la elegancia en el vestir, se llaman los ensabanados, porque sus túnicas y mantos están hechos con sábanas. Y por el contrario, los monarcas y grandes señores se engalanan con todo el lujo que pueden, llevando por túnicas los mejores vestidos de sus mujeres o de sus novias, y por mantos las colchas más ricas de las camas, por lo cual se llamaban los encolchados».

DRAMATISMO EN UNA PROCESIÓN EN EL SIGLO XIX ESTACIÓN DE PENITENCIA DE DISCIPLINANTES, OBRA DE FRANCISCO DE GOYA.

DRAMATISMO EN UNA PROCESIÓN EN EL SIGLO XIX. ESTACIÓN DE PENITENCIA DE DISCIPLINANTES, OBRA DE FRANCISCO DE GOYA.

Las referencias que se hacen a los pasos representados en las procesiones tendrían su principal exponente en Baena, donde continúan realizándose de similar forma, mientras que las «explicaciones cantadas» podrían ser un fiel reflejo de las saetas del prendimiento existentes en Cabra, o bien de los rezadores de Doña Mencía, cuya peculiaridad consiste en ir recitando en las procesiones, a modo de pregón, los momentos más culminantes de la Pasión de Cristo: «Conforme va pasando cada procesión, que suele permanecer tres o cuatro horas en la calle, se ejecutan pasillos, que casi siempre explica un nazareno cantando una saeta. Para prevenir y llamar la atención del público a cada pasillo, otros dos o tres nazarenos hacen resonar las trompetas con melancólico y prolongado acento. Así, pongo por caso, cuando los evangelistas van escribiendo en unas tablillas lo que pasa y unos judíos tunantes vienen por detrás haciendo muchas muecas y contorsiones y les roban los estilos. Los evangelistas, resignados y tristes, abren entonces los brazos y se ponen en cruz. Las trompetas resuenan una vez para dar el pasillo por terminado».

Otra característica de los desfiles penitenciales en los pueblos cordobeses será el que vayan encabezados por una cruz, rematada por el criptológico símbolo del pelícano, de la que penden cintas de colores en alusión a los siete sacramentos que serán recogidas por grupos infantiles vestidos en alusión a cada uno de ellos.

«En el municipio de Cabra, los niños irán ataviados como si fuesen a contraer esponsales»

En Cabra, los niños que van asidos a la cinta del matrimonio irán ataviados como si fuesen a contraer esponsales. Esta nota pintoresca hará que el sagrado símbolo se conociese popularmente en la localidad como la Cruz de los Novios. En ‘Juanita la Larga’ también aparecen menciones al respecto, a la vez que habla de los niños vestidos de querubines que participaban en la procesión al igual que lo hacían también en la del Santo Entierro de Córdoba: «Cosas hay de cierto primor artístico y de tan bien inspirada delicadeza. Así la cruz que llevan en andas, grande y negra como de ébano bruñido con remates primorosos de plata, sin Cristo en ella, que ya se supone resucitado y en el cielo, de la que penden siete anchas cintas verdes, blancas y rojas, y de los tres colores de las virtudes teologales. Del extremo de cada cinta va asido un niño o un grupo de niños, representando todos en su conjunto y muy lindamente los siete sacramentos de la santa Iglesia. Otros niños con vestiduras talares y con alas de querubines llevan en sus hombros al Arca de la Alianza, como recuerdo de la ley antigua, anterior a la Buena Nueva y a la ley de gracia».

En la referencia a la procesión del Santo Entierro, llama la atención el hecho de que los hermanos nazarenos lleven a gala el portar cruces de gran tamaño y peso. Al igual que ocurriese en Lucena, esta práctica degeneraba en competitividad profana y convertía el acto en un espectáculo poco edificante que no estaban dispuestos a tolerar los prelados: «(...) el Viernes Santo al anochecer, se celebra el Santo Entierro, en el que no aparecen ya las figuras simbólicas de los personajes de la Antigua Ley; sólo hay nazarenos, hermanos de Cruz, llevando cada cual a cuestas la suya y haciendo gala de que sea pesada y grande, y soldados romanos y no pocos judíos, convertidos ya, en prueba de lo cual llevan en las manos sendos rosarios y van rezando devotamente. Hay, por último, muchos hombres y niños piadosos que alumbran el entierro con velas».

La tradición de los Judas de paja que son destrozados por los jóvenes el día de comienzo de la Pascua es otro detalle que no escapa a los escritores del momento. En esta ocasión, Juan Valera parece ser benévolo con la costumbre y la refleja como el modo en el que concluyen las procesiones de Semana Santa en muchos pueblos: «Con devoción y recogimiento anda la procesión el camino marcado, pero apenas vuelve y entra de nuevo en la iglesia, todas las campanas de la villa tocan a Gloria con estruendoso repique; un toro de cuerda muy bravo sale a la calle y los aficionados le lidian y capean; en la cárcel se da la libertad a un preso que hace de Barrabás, y en varios sitios a propósito, donde hay poco peligro de matar a nadie, se ahorcan sendos Judas, o sea grandes muñecos de trapo rellenos de estopa y de triquitraques, contra los cuales disparan tiros los mozos que tiene escopeta, hasta que los judas arden dando muchos triquitracazos y tronidos. De esta suerte terminan con el regocijo de la resurrección del Señor las interesantes fiestas de Semana Santa».

UNA ESCENA DEL SIGLO XIX AUTO DE FE PINTADO POR FRANCISCO DE GOYA.

UNA ESCENA DEL SIGLO XIX. AUTO DE FE PINTADO POR FRANCISCO DE GOYA.

En el caso de la capital, Ricardo de Montis es menos condescendiente y califica la misma costumbre como algo propio de pueblos incultos: «Por último, el Domingo de Pascua se forma, desde hace muchos años, en la parroquial de Santa Marina, la procesión de Jesús resucitado, que recorre los alrededores del templo. Una costumbre que va desapareciendo, con la cual nada se pierde, es la de colocar en los balcones, el Domingo antes citado, peleles o Judas, en los que el pueblo sacia sus iras, destrozándolos a palos y a pedradas. En cambio, subsiste la de celebrar el toque de gloria con disparos de armas de fuego, arrastrando latas y realizando otros actos que serán manifestaciones de júbilo entre salvajes, pero que no lo pueden ser en pueblos medianamente civilizados».

Este aspecto crítico se dejará ver también en la obra de Valera cuando, pese a no compartir del todo las medidas prohibitivas dictadas por los obispos, aplaude la supresión de determinados pasos y figuras que en las procesiones, más que recogimiento, suscitaban burlas en el vecindario: «(...) hacía en todas las procesiones el papel de Longino, soldado fanfarrón y galante antes de darle la sacrílega lanzada, y ciego después que persigue al lazarillo, el cual se le escapa y le hace en las procesiones mil burlas y perrerías. Lamentan algunas personas, pero yo no puedo menos que aplaudirlo, en vez que lamentarlo, que el señor obispo había prohibido, desde hace mucho tiempo, que salga en las procesiones otro personaje que salía antes, mil veces más cómico que Longino. Era este personaje José, el hijo de Jacob, porque, según decía el vulgo, no era ni fu ni fa. No era ensabanado, porque como primer ministro y favorito que había sido del Faraón, no podía vestirse pobremente con sábanas. No era tampoco encolchado, porque iba solo con la túnica, y no llevaba colcha, o sea, manto o capa, a fin de indicar que la mujer de Putifar se había quedado con ella. El que hacía de José solía ser el más chusco de los campesinos, que aparentaba asustarse al ver a muchachas bonitas en los balcones, y ya se tapaba los ojos para no verlas, y ya huía, haciendo contorsiones y dando chillidos. Menester es confesar que hizo muy bien el señor obispo en prohibir la aparición de esta figura, dado que sea exacto lo que se cuenta y que no se exageren los melindres y chistes del fingido casto José».

El tipismo y la originalidad de estas tradiciones cautivó desde el primer momento a los viajeros románticos y más tarde a quienes impulsarían con sus obras el movimiento costumbrista. Fueron numerosos los que desde el siglo XIX hasta los primeros lustros de la centuria siguiente reflejaron de un modo u otro ese espectáculo grandioso que era la Semana Santa. Clérigos, políticos, pintores, poetas, ilustradores y un buen número de eruditos no quedaron impasibles tras contemplar esa inmensa eclosión barroca que transformaba las calles cordobesas al llegar la primavera.

Las impresiones que nos dejaron son tan contrapuestas como lo fueron el costumbrismo y el realismo. La fascinación que llevaba a la alabanza y al panegírico se vería eclipsada en otras ocasiones por la incomprensión y la crítica hacia unas tradiciones consideradas arcaicas y poco edificantes. El dogmatismo se enfrentaba entonces a la heterodoxia, la pulcritud en las formas a las tradiciones barrocas. Los cuadros costumbristas reflejaron lo más genuino de cada pueblo, de cada ciudad, de lo cotidiano de sus gentes. Mostraron una estampa que perduraría en el tiempo y que hoy, al igual que ayer, marca la identidad única de nuestra Semana Santa.

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