La propia configuración del cortejo procesional del Vía Crucis, con capacidad para refugiarse en muchos lugares en caso de un traicionero chubasco, permitió a la hermandad decidirse a iniciar su procesión en un año clave para ellos por cuatro motivos, a cuál más especial: los dos años de ausencia en las calles debido a la pandemia, el 50 aniversario de la hermandad que ha impulsado un programa conmemorativo de primer orden, los 90 días de Tiempo Jubilar concedido por la Santa Sede desde el Miércoles de Ceniza al Lunes de Pascua y porque... ¿Cuándo se ha podido rogar con más fuerza y sentido a la advocación de La Salud que en estos tiempos?
Así, el Santísimo Cristo de la Salud abrió a la hora prevista las puertas de la iglesia de La Trinidad para marchar al ritmo de los tambores roncos, de luto, visitar los altares que instalan devotos en el recorrido y hacer estación de penitencia en la Mezquita-Catedral. Sin embargo, el viento primero y después la impertinente lluvia obligó a la hermandad a acortar su itinerario, no sin antes intentar cumplir en lo posible con esas familias que están recuperando la tradición de los altares al paso del Cristo. De la penitencia de los hermanos, muchos descalzos... ya puede imaginar. De la compostura de la cofradía en una noche de tiempo tan traicionero... también.
Sin embargo, el trabajo de la hermandad para este año no concluyó anoche, ni mucho menos, embarcado como está en un denso programa de actos por su medio siglo de existencia. Conferencias, presentación de libros, música, exposiciones... De hecho, aún se recuerda, y tardará tiempo en olvidarse, el musical sacro de Toño Casado Vía Crucis en la Mezquita-Catedral, un género tan poco explorado por el mundo cofrade y con el que, como siempre, sorprendió la hermandad marchando un paso por delante.