Ayer, Martes Santo, a mediodía, la Semana Santa de Córdoba se hizo esplendor y emoción en la Santa Iglesia Catedral con la misa crismal y la renovación de las promesas sacerdotales, presidida por el obispo de la diócesis, Demetrio Fernández, y concelebrada por el obispo de Bilbao, Mario Iceta, los sacerdotes diocesanos y los religiosos.

En su homilía, el prelado dibujó cuatro paisajes modélicos: el amor del Corazón de Jesús, en este año jubilar; la consagración del santo crisma y de los óleos, el aceite perfumado convertido en vehículo de gracias para catecúmenos, enfermos y consagrados; la figura emblemática de San Juan de Ávila, año jubilar también, y las promesas sacerdotales, con el encanto de la entrega y de la fidelidad a la misión encomendada. Intercaló el obispo en sus palabras el poema de san Juan de la Cruz, El pastorcito, para acentuar la grandeza del amor: «Un pastorcito solo está penado,/ajeno de placer y de contento,/y en su pastora puesto el pensamiento,/y el pecho del amor muy lastimado».

Fue la iglesia madre, la Catedral, en la mañana de ayer regazo, encuentro, gozo y oasis de anhelos, unidos en el altar el obispo, sus sacerdotes y el pueblo. Luego, al atardecer, el desgarro del dolor en el Cristo de la Universidad; en La Agonía, en La Sangre, en La Santa Faz, en El Prendimiento, y la angustia maternal de la Virgen de los Ángeles, de La Piedad, de la Virgen Madre del Redentor Nuestra Señora de la Salud y de María Santísima de Trinidad.

Hay en las cofradías grandes valores: la riqueza ritual, la experiencia inmediata de Dios, el desarrollo de la estética y el arte sacro junto a la dimensión social que va calando intensamente en cada hermandad. Córdoba vivió un Martes Santo radiante en su Catedral y en sus calles.