Se alzó el telón de la Semana Santa de Córdoba con la bendición de las palmas y los ramos de olivo, en la catedral y en los templos, a la misma hora que salía de la parroquia de San Lorenzo Nuestro Padre Jesús de los Reyes en su Entrada Triunfal en Jerusalén y María Santísima de la Palma.

Y es que la Semana Santa comienza así, con el esplendor de las palmas, con la acogida entusiasta de Jesús por los pobres y sencillos, los que viven como niños y esperan el consuelo de Dios. En contraposición a la conducta del pueblo que se acerca y aclama a Jesús como el Enviado de Dios, se leía en las eucaristías del Domingo de Ramos el relato de la Pasión: las autoridades religiosas judías declaran que Jesús es blasfemo y reo de muerte.

Por eso, el esplendor de las palmas de la mañana se transforma por la tarde en unas imágenes que nos adentran en el drama de la pasión de Cristo: las Penas, el Rescatado, el Santísimo Cristo del Amor, el Silencio y la agonía estremecedora de Jesús de la Oración del Huerto. Junto al Hijo doliente, la Esperanza, la Madre que recoge el dolor en su regazo para transformarlo en ternura. Por eso, el Domingo de Ramos tiene en nuestra ciudad los contrastes de Dios. Tras entrar como Rey en Jerusalén, escuchando los gritos de Hosanna, va entrando en su Hora: la pena honda de la traición, la sencilla bondad del Rescatado, el sudor de sangre en el Huerto de los Olivos. Y el Amor, como argumento impregnándolo todo.

Ayer, jornada esplendorosa y magnífica de una Semana Santa que hemos de contemplar no como inocentes, sino como perdonados. Jesús vivió y actuó apasionado por construir un mundo de felicidad para todos. En nuestras manos está acogerla con ilusión y esperanza.