Montilla venció de nuevo al tiempo y sorteó al fin el pellizco de la larga espera. El sol escribió nuevamente sus lecciones de primavera en las dos jornadas más luminosas de la Semana Santa local que, este año, arrancaban con una efeméride muy especial: la del primer centenario del Prendimiento. Jesús Preso --que apareció con una túnica blanca y sin el resto de figuras que conforman su misterio-- recibió el beso traidor al inicio de un cortejo que se completaba con el paso de la Oración en el Huerto, el Cristo de la Columna y María Santísima de la Esperanza.

Unas horas más tarde, el Cristo de la Misericordia volvía a expirar en el Llanete de la Cruz. Bajo un redoble de corazones desbocados, la poderosa imagen que hizo brotar de la madera Francisco Solano Salido era izada para ser colocada en su paso, mientras decenas de penitentes tocados con capirotes de color blanco iluminaban el itinerario de la Virgen de la Amargura.

Y tras la solemne Madrugada, la hermandad del Nazareno pudo al fin sacarse la espinita del pasado año, regresando de nuevo al Llanete de San Agustín, en cuyo entorno volvió a celebrarse el tradicional acto de La Lanzada que la Centuria Romana Munda dedica al crucificado de La Yedra. Y al igual que el Rescatado y el Señor de Montilla, la Virgen de los Dolores regresaba a su templo, exornada musicalmente por la Banda Pascual Marquina.

Por la tarde, el protagonismo se trasladó hasta la calle Fuente Alamo que, en los dos últimos años, vio aglomerarse a esas almas con papeleta de sitio que, hasta ayer, no vieron cumplido su sueño de cerrar una estación de penitencia completa con el Señor del Descendimiento.

A sólo unos metros, el sollozo sordo y afligido del Tambor de Viruta invitaba a los montillanos a dirigir la mirada a Nuestra Señora de Las Angustias, rota por el dolor del Hijo que abrazaba en su regazo.

Un año más, el Santo Sepulcro cerró su centenario acopio de madrugadas atadas a la memoria en compañía de la Virgen de la Soledad.