Decían los mayores que virgen guapa, la Soledad de San Cayetano. Siempre había sido así y eso era indiscutible. Córdoba tenía una Semana Santa de vírgenes dolorosísimas, abatidas por el dolor: Los Dolores, Angustias, Caridad..., pero la llegada en la Semana Santa de 1974 de la Virgen del Rosario en sus Misterios Dolorosos supuso un antes y un después en los cánones de belleza de las devociones cordobesas. Quizá fuese la ilusión de un grupo de jóvenes cofrades lo que ayudó a aquella revolución. Quizá fuera la locura mariana de un fraile enamorado de la Virgen y deseoso de plasmar su gracia franciscana en la Semana Santa de Córdoba. Quizá fuese el ímpetu de un niño imaginero que se convertiría en el gran escultor de la Virgen. Sea como fuere, llegó la virgen guapa de Luis Alvarez Duarte a Córdoba y marcó un antes y un después.

Todo aquello se unió y el resultado es que, con tan solo veinte años, la Virgen del Rosario ya estaba coronada canónicamente. Dice San Agustín, heredado del poeta Petrarca, que existe un "nescio quid", es decir, un no sé qué que poseen algunas imágenes que conmueven al fiel. Y eso las convierte en sagradas. Ese savoir faire que derrocha la Virgen del Rosario cada Viernes Santo, su belleza increible, su forma de presentarse ante el pueblo, su manera de irradiar sacralidad, poderío pero aplacado por una enorme maternidad y dulzura, es lo que la hacen única en la Semana Santa de Córdoba.