Cuando hace casi 2.000 años Nuestro Padre Jesús entraba en Jerusalén a lomos de una humilde montura, muy probablemente llevaría puesto un talit o manto de oración. Como buen hijo del pueblo de Israel, estaba acostumbrado a esa prenda. Se la había visto a su padre cientos de veces cuando iba a la sinagoga. El mismo se la habría puesto con 13 años al entrar en la edad adulta.

Como joven gran Maestro de la Toráh, sabía que el origen del talit estaba en el libro sagrado del Pentateuco, en Los Números, capítulo 15, versículos 37 y ss., cuando Dios habló a Moisés y le encargó: "Di a los israelitas que ellos y sus descendientes se hagan flecos en los bordes de sus vestidos y pongan un hilo de púrpura violeta sobre los bordes. Cuando veáis el fleco, os traerá a la memoria todos los mandamientos de Yahvé, para que los pongáis en práctica y no os dejéis llevar por los caprichos del corazón ni de los ojos, a causa de los cuales os prostituís".

Así, nos encontramos a Jesús adornado con una prenda encargada por el mismo Dios para honrarle, obedecerle y acceder a la santidad con la oración.

Ahora, cuando se cumplen 50 años de nuestra imagen, hemos vestido a Nuestro Padre Jesús con el talit que usó como judío, con el que se cubrió como sus hermanos judíos, con el que rezó y honró a su Padre. Ese mismo talit con el que hemos representado nuestra comunicación con el Señor y con el que Jesús trascendió los mandamientos de la antigua Ley para hacernos partícipes de unos cielos nuevos y una tierra nueva.