Patios de Córdoba
Poética de Aristóteles en cada maceta del Alcázar Viejo
Al igual que los poetas, los cuidadores componen cada primavera con geranios, jazmines y buganvillas auténticas obras maestras

A. J. González

Los planteamientos del arte de Aristóteles, fijados en su Poética, han marcado la creación artística desde la Antigüedad. Sus conceptos de mímesis (el arte como imitación) y poiesis (el arte como creación) definen la estética de todo arte, ya sea una pintura, una escultura o un relato breve. En Córdoba, sin embargo, esa teoría se ha enraizado literalmente. Los cuidadores de patios son, en esencia, poetas de lo vegetal: imitan la naturaleza al llenar de flores sus muros y, a la vez, crean una belleza nueva, efímera, pero siempre renovada. Así como un poeta talla versos en busca de la emoción perfecta, el cuidador de un patio talla con su paciencia un espacio vivo donde cada maceta cumple su función estética. Como en los poemas, aquí también la belleza es fruto del orden, del ritmo, de la cadencia visual.
La Poética de Aristóteles impregna a todos los recintos del Alcázar Viejo. Un recorrido por sus patios es, a su vez, un recorrido por la evolución de la poesía, desde la tradición oral hasta el vanguardismo, plasmada en tiestos y arriates por el genio creador de sus cuidadores.
La tradición por mantener los patios como antaño, siguiendo las directrices marcadas por los antepasados, hace que estos recintos sean auténticas cápsulas del tiempo. En Martín de Roa, 7, Rosa Collado perpetúa la tradición. Al igual que las jarchas, cantigas de amigo o villancicos, que mantenían viva la poesía de boca en boca, en este patio se conserva la belleza floral más primitiva gracias a la tradición oral.
Línea tradicionalista
"A la hora de arreglar las flores, son ellas las que me guían, las ideas salen solas, pero yo sé que son los recuerdos y consejos de mi abuela 'yayi'", reconoce Rosa. La huella de Dolores de la Haba continúa en el patio que año tras año preparan sus descendientes para regocijo de vecinos y turistas. Esa tradición se mantiene como un muro ante las innovaciones. "Son las flores las que te inspiran, aunque quieras cambiarlas de sitio tú no mandas en ellas, son ellas las que te dicen dónde quieren estar", admite Collado. Ella misma reafirma la línea tradicionalista de los patios al asegurar que, aunque quiera, "no puedo hacer cambios, porque si lo hiciera perdería la esencia, el recuerdo que tengo de mis antepasados, y tenemos que mantener vivos los recuerdos". El turista que entra en Martín de Roa,7 y vuelve años o décadas después, vuelve a emocionarse. "Muchos me dicen que el patio está tal y como lo recuerdan, y se emocionan con ese recuerdo de aquella primera vez", apunta Collado.

Patio Martín de Roa 9 / A.J.González
En el patio de al lado, Martín de Roa, 9, la doctrina del tío Langosta se sigue a rajatabla. Así lo explica su sobrina Pilar García. Esta mujer pertenece a la cuarta generación de una línea continuista iniciada en los años 50. El pericón siempre tiene un hueco en este patio en recuerdo de Juan Rodríguez El Langosta', uno de los nombres propios en la historia del certamen popular de Patios.
En estos dos recintos, el cuidado del patio se convierte en una forma de poesía oral, donde la belleza florece al ser repetida, pero nunca idéntica, como los romances que cambian levemente en cada generación.
Renacimiento
Una nueva tradición está perpetuando el matrimonio formado por Carmen Ibáñez e Ignacio Álvarez, responsables de la sinfonía floral de San Basilio, 14. Al igual que hiciera Garcilaso de la Vega su patio es un auténtico soneto floral. La misma poesía de siempre pero con un formato más renovado. Ambos tienen un pequeño, de dos años y medio, y más de 600 criaturas que le piden a ratos sol, a ratos sombra, se marchitan si les falta agua y reclaman su atención para desprenderse de las hojas secas para seguir luciendo su belleza. "Nunca ves terminada tu obra", afirma Carmen.

Visitas en el espectacular patio de Duartas, 2. / A. J. González
La labor de cuidar un patio es, como la escritura de un poema, un proceso inacabable, donde siempre hay una hoja seca que retirar, un color que desentona en el grupo de macetas, un efecto visual que hay que afinar. Los visitantes, cuando entran, quedan extasiados ante la belleza de las begonias, geranios, hortensias o coleos, pero el ojo del creador, el del artista, "se fija en la hoja marchita, en que hay plantas que piden mucho sol en zonas de sombra... No lo puedes evitar, estás todo el día encima de las plantas". Lo mismo que le ocurre a los poetas que vuelven a sus versos del pasado para retocarlos, mejorarlos, actualizarlos...
Neoclasicismo floral
En San Basilio, 17 también impera el clasicismo. La apertura de este patio durante todo el año hace que los cambios sean mínimos. Aquí se escucha el eco de Horacio y su Ars poetica, donde cada planta ocupa su lugar como cada palabra en el verso. La apertura de este patio durante todo el año hace que los cambios sean mínimos y se centren en el mantenimiento de las plantas. "Cambiamos a las que no sobreviven", apunta Tamara Ortega, responsable junto a su tía Francisca Onetti de mantener la estética de este recinto.
"Aquí no nos gustan las combinaciones raras, no nos gusta mezclar gitanillas con claveles, las cosas por su orden". Este patio se aleja de la estética romántica donde los géneros se mezclan unos con otros y es la imaginación y la sensibilidad del artista la única norma a seguir.
Patios que rezuman modernismo
Menos tradicional es el patio de San Basilio, 20, donde un limonero con alma de enredadera reina sobre el resto. Teresa, su cuidadora, introduce especies exóticas buscando renovar la belleza tradicional. Lo hace con la misma intención que Rubén Darío cuando llenaba sus poemas de cisnes y princesas orientales: renovar la belleza sin traicionar la raíz. En su patio, el limonero se comporta como enredadera y la hoya compacta, una especie procedente de Indonesia, aguarda su momento de esplendor, como un verso escondido que aguarda su lugar en el poema. “Hasta junio no florece, y da unas flores espectaculares”, señala Teresa, quien admite que esta planta es la niña bonita de sus ojos.

El patio de San Basilio, 44, uno de los más concurridos en la ruta del Alcázar Viejo. / A. J. González
La visión poética de los patios también se adueña de los visitantes cuando entran en el Alcázar Viejo. Sin saberlo, se convierten en lectores de los distintos poemas vegetales plasmados en cada pared. Muchos turistas, al detenerse ante un patio, guardan silencio. Ese instante de contemplación, esa pausa, es en sí misma un verso no pronunciado. “Es como si entráramos en otro tiempo”, confiesa Ana, una madrileña que pisa por primera vez un patio. “Aquí las flores se ven más bonitas, no sé cómo explicarlo”, reconoce. Como frente a un poema que emociona, cada visitante interpreta el patio a su manera. Para algunos es un recuerdo de infancia, para otros un descubrimiento asombroso.
Al recorrer los Patios de Córdoba no solo se contemplan flores. Cada patio es un poema visual, donde la imitación de la naturaleza y la creación de belleza florecen en tiestos, en muros encalados, en manos curtidas de quienes, como poetas de lo vegetal, escriben cada primavera su obra maestra.
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