Pregunta Julieta en la escena del jardín: «¿Qué importa el nombre? ¿Aquello que llamamos rosa olería igual de dulce de llamarse de otra manera?» La frase de Shakespeare viene como anillo al dedo a una de las facetas más peculiares de las relaciones entre los cuidadores y sus macetas: los motes, apodos y nombrajos populares de las plantas, algunos de ellos exclusivos de Córdoba y todos curiosísimos, fruto de la enorme variedad que se exhibe en los Patios y de ese «saber que pasa de generación en generación», justo lo que protege la Unesco con su declaración de Patrimonio de la Humanidad.

Y es que solo en Córdoba la sobria y antigua aspidistra elatior (nombre científico) puede llamarse aspidistra, pidistra o pilistra y entenderse siempre perfectamente. Ni les cuento con el pelargónium, la planta cordobesa más conocida, pese a llegar en el siglo XVIII de Suráfrica, y de la que hay más de un centenar de variedades desde el geranio más castizo hasta el último híbrido de gitanilla… Los geranios rizados, los de la abuela, los franceses, muelle o alfilerillo, el catalán (geranium nodosum), de los Prineos...

En los patios los nombres de plantas son relativos y la rosa no solo puede ser trepadora, de pitiminí, rugosa y hasta silvestre o perruna, una interpretación más que popular de su nombre científico: rosa canina. En Córdoba, incluso, la rosa puede no ser una rosa. Como la rosa de Jericó (anastática hierochuntica), una planta acuática que puede verse en San Juan de Palomares 8, o la rosa de la Gomera (pericallis cruenta), que es una crasa más cerca de los cactus que del rosal y de la que hay ahora un ejemplar florecido en Pastora 2. Algo así le pasa al jazmín común o morisco (jasminum officianale), de las Azores, el amarillo o el trepador… ya que también están el jazmín falso (solanum jasminoides), el estrellado (trachelospermum jasminoides) o el del Cabo… que es una gardenia. Las plantas, incluso, hablan de animales con los cuernos de arce (platycerium bifurcatum, que están en Alvar Rodríguez 8), el geranio pie de paloma o los conejitos (antirrhinum), también llamados boca de dragón, boca de león, dragoncitos y gallitos, y que al apretar las flores por el costado abren la boca mostrando sus dientecillos amenazantes. ¡Y qué me dicen de la flor de la gamba (guttata beloperone), la planta que más se ha popularizado en las últimas décadas! Por otro lado, los paquidermos son muy queridos: está la hoja de elefante (alocasia odora) o la pata de elefante (beucarnea recurvata), de Martín de Roa 2.

Las flores, además, tienen hasta título y clase social de manos de los pendientes de la reina (fuchsia magellanica), el geranio del señorito (sus flores salen poco y cuando quiere) o el jazmín real, atreviéndose a adentrarse en lo más sagrado con la corona de Cristo (euphorbia mili), la costilla de Adán (monstera deliciosa, véanla en Parras 5), la planta del rosario (senecio rowleyanus) o las plumas de Santa Teresa (epiphyllum ackermannii), que nunca faltan en Frailes 6.

Hasta las hay con nombres no muy bellos, como la flor de la mosca (stapelia) o los culantrillos de pozo (adiantum raddianum). Y algunas con mala leche: como llamar la suegra y la nuera a la amarilis, porque sus dos flores miran cada una hacia un lado, o denominar malamadre a las cintas (chlorophytum comosum), por echar a sus hijos fuera de la casa, de la maceta.

La más fina ironía también tiene cabida, recuerda José Luis Muñoz, que este año no abre su patio de Barrionuevo 22 pero que tiene una magnífica flor de la justicia (justicia carnea), que siempre le florecía... una vez que había pasado el jurado del concurso. Y es que siempre habrá algo en el fallo del jurado que, al contrario de las plantas, no tiene nombre.